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“Mejor te llamo”: por qué hemos vuelto a hablar por teléfono

La tecnología ha puesto a nuestro servicio todo tipo de aplicaciones de mensajería, videoconferencias y ‘chats’ en grupo. Pero cada vez más jóvenes descubren que, a veces, lo más efectivo es hablar de viva voz

Agente de viajes habla por teléfono
Enrique Rey

En Oposición, el último libro de Sara Mesa, aparece un funcionario al que expedientan porque agilizaba las gestiones de los ciudadanos comunicándose con ellos por teléfono. Así ahorraba un montón de enrevesados trámites que, a pesar de algunos detalles ficticios, resultan reconocibles para cualquier lector acostumbrado a tratar con las administraciones públicas. Pese a sus buenas intenciones, aquel personaje es sancionado por usar las llamadas para ganar tiempo y algo parecido le ocurre a K, el protagonista de El Castillo, cuando intenta usar los teléfonos de su posada para que le aclaren algo sobre su confuso trabajo como agrimensor. Aunque la novela de Mesa gira en torno a complejos protocolos y servicios online y en la de Kafka (escrita un siglo antes), K. todavía recurre a mensajeros a caballo, en ambas el teléfono, con su inmediatez, representa una posible solución inteligente y rápida para los problemas de comunicación que dos instituciones ineficaces y sordas se niegan a resolver.

Nos sucede también a diario: una conversación de WhatsApp se enreda, los e-mails remiten a otros e-mails perdidos en un hilo interminable y una pequeña decisión —no importa si laboral o sobre el sitio donde se cenará esa noche— no termina de tomarse porque depende de demasiados gestos (sacar el móvil, hacer scroll, escribir un nuevo mensaje…) y esperas (lo que cada interlocutor tarda en hacer todo eso). Así que, de pronto, alguien dice: “Te llamo” y en pocos segundos de conversación sincronizada, el asunto queda resuelto.

“Recibimos tantos mensajes que la llamada, que obliga a la sincronicidad, vuelve a ser en algunos casos el medio más rápido y eficaz para nuestras ajetreadas vidas”

Las llamadas se resisten a desaparecer. En un mundo dominado por la circulación de imágenes y lleno de servicios de mensajería (WhatsApp, Telegram, el chat de Teams o los privados de Instagram) los minutos de conversación telefónica por línea, no obstante, se mantienen casi constantes desde 2020 (cuando, con el COVID, repuntaron). Después de tanta reflexión en torno al pavor que una llamada telefónica genera entre los millenials, parece que incluso ellos se están resignando y vuelven a usarlas cuando requieren una respuesta inmediata y no se pueden permitir enviar o recibir largos mensajes de audio. Eso sí, la filósofa Anna Pagès, autora de Queda una voz: del silencio a la palabra, advierte a ICON: estas llamadas atropelladas, breves y en movimiento nos permiten recibir un mensaje y escuchar lo que el otro nos dice, pero no sentir su voz, es decir, su presencia.

Lo que la voz cuenta y el texto no

Hasta 2020, 2008 había sido el año durante el que más se habló por teléfono en España. Aquel momento marcó un punto de inflexión porque a partir de entonces las tarifas de datos se extendieron y la mensajería instantánea sustituyó a muchas llamadas. Estos datos aparecen en los sucesivos Informes económicos de las Telecomunicaciones publicados por la CNMC, que también reflejan que, con el confinamiento, se volvió a batir ese récord (estuvimos 140.000 millones de minutos al teléfono) y que, desde entonces, los números descienden ligeramente, pero todavía superan a los de 2019.

“En mi trabajo, en el campo de la edición, las llamadas son la herramienta más inmediata. Aunque se podría suponer que usamos más el e-mail, todo lo importante ocurre siempre por teléfono”, comenta Andrea Bescós, editora en un sello del Grupo Planeta. “La llamada no solo es más práctica, sino que también refuerza lo humano, que es algo que a veces se nos olvida cuando estamos apagando fueguitos en piloto automático. Los e-mails y los mensajes de WhatsApp a menudo se convierten en un lío de aclaraciones, de dudas, de saber qué ha entendido cada uno… Y la llamada resuelve en minutos lo que por e-mail puede alargarse días”, añade.

Estudios recientes constatan que los humanos transmitimos una cantidad de información por minuto prácticamente constante cuando hablamos en cualquier idioma. Si bien la velocidad de lectura estándar (alrededor de 250 palabras por minuto) es mayor a nuestra capacidad para vocalizar (en torno a las 150 palabras por minuto), esa cantidad de información que contienen sesenta segundos de conversación siempre será superior a la obtenida durante un minuto de lectura, aunque este último abarque más palabras. Lo explica el lingüista e investigador Santiago García: “Desde la fonética, sabemos que el habla no se compone solo de sonidos aislados (los llamados fonemas y alófonos, vocálicos y consonánticos), sino también de un conjunto de fenómenos que los acompañan y los transforman (los elementos suprasegmentales o prosódicos). Estos últimos incluyen el acento, el tono, la entonación, el ritmo, las pausas, la duración, la velocidad o la cualidad de la voz y, gracias a ellos, la voz transmite de forma implícita una enorme cantidad de información lingüística y extralingüística que orienta la interpretación del oyente y que, en un mensaje escrito, solo podría reproducirse mediante un texto mucho más largo y menos natural”.

“No hay más verdad en la conversación de viva voz, pero sí más vida, más suspiros, más aliento o más silencios elocuentes”

Si, según la célebre máxima de McLuhan, “el medio es el mensaje”, estas condiciones tecnológicas y lingüísticas de las llamadas telefónicas frente a los mensajes de texto pueden influir también en el tipo de contenidos que transmitimos mediante ellas y en cómo los interpretamos. “Los lingüistas alemanes Peter Koch y Wulf Oesterreicher señalaron que la oralidad, prototípicamente situada en el polo de la inmediatez comunicativa, se caracteriza por una menor planificación y por su carácter efímero”, continúa García. “Mientras que la escrituralidad, vinculada al polo de la distancia comunicativa, suele implicar una elevada planificación y un carácter más duradero y definitivo. Así se comprende que lo que decimos al hablar tienda a percibirse como más auténtico, directo y sincero que lo que expresamos por escrito”.

“No hay más verdad en la conversación de viva voz, pero sí más vida, más suspiros, más aliento o más silencios elocuentes”, añade Pagès, que en Queda una voz indicó que existe “un elemento en la voz que no se puede escribir y que resquebraja el afán totalizador de las disciplinas del lenguaje, dedicadas a capturar el sonido en forma de letras”. La filósofa y profesora comenta que esa distinción entre voz y lenguaje es de Giorgio Agamben, un teórico que da pistas para analizar la distancia entre la voz robótica que simplemente transmite un mensaje y la verdadera voz de cada uno. Pagès insiste en que lo que solemos intercambiar en mensajes de audio o llamadas aceleradas es información, pero no nuestras verdaderas voces: “A veces reconocemos la voz de otro por cómo separa las palabras, por cómo respira las frases o por su manera de callar. ¿Qué diferencia hay entre un mensaje de voz de un robot y la voz de un amigo? Por el timbre, el tono, el ritmo, reconocemos a un otro singular. En cambio, la voz del robot da información y dice (ofrece consignas) pero no nos dice (no interpela ni conmueve). Hay una voz que se escucha, como en los mensajes de voz del Whatsapp y una voz que se lee más allá de lo que se dice. La voz señala hacia un cuerpo concreto de cuya presencia una grabación no puede dar cuenta”.

Llamadas sobre aviso para un mundo acelerado

A pesar de que el spam telefónico es una de las prácticas comerciales más rechazadas por los consumidores, Instagram está lleno de empresarios y gurús de la venta telefónica que defienden que las llamadas en frío siguen siendo un buen método para hacer negocios. Decenas de influencers se graban llamando a clientes desde sus despachos y mostrando su presunta capacidad para persuadirlos a base de entusiasmo y picardía. Independientemente de la eficacia de esta estrategia, parece que, después de años de rechazo, un par de generaciones jóvenes (el público que consume esos reels) vuelve a pensar en descolgar el teléfono, al menos cuando llega a entornos laborales.

Quizá por eso Pagès recuerda que, entre estudiantes, sigue existiendo una enorme “aversión a la llamada” (“escuchar la voz del otro, que te habla y te exige responder en tiempo real, es algo que les cuesta e intimida”); mientras que Bescós ha comprobado que “eso cambia cuando las generaciones se cruzan y toca trabajar con un X o un boomer que quizá no sea tan resuelto usando un canva o un Excel, pero sí que resuelve cuestiones de manera más inmediata y lo convierte todo en algo más humano”.

Así que el miedo al teléfono es una cuestión generacional que desaparece con los años: “La aversión a las llamadas tuvo mucho que ver con el miedo a la exposición inmediata. La llamada no permite editar ni controlar la imagen que proyectas, y la generación millenial estaba muy acostumbrada a construir cuidadosamente su yo online”, continúa Bescós. “Yo he conocido a mucha gente que en su puesto de trabajo tenía que prepararse mentalmente antes de llamar. Pero esto está cambiando, porque con el hábito de avisar antes de llamar, la llamada ya no resulta invasiva, que era la cuestión fundamental por la que las generaciones jóvenes no la usaban”, zanja la editora.

Si, de acuerdo con filósofos como Hartmut Rosa, novelistas como Juan Tallón (que acaba de publicar Mil cosas, una obra que termina con una llamada angustiosa) y ensayistas como Sergio C. Fanjul, la falta de tiempo es el fenómeno que más agita hoy nuestras vidas, la conversación telefónica se ha convertido en una aliada inesperada para seguir acelerando. Como resume y concluye el lingüista García: “La nueva llamada telefónica es más breve y más eficaz: sirve para resolver en dos minutos lo que por escrito podría implicar veinte mensajes mal entendidos. Este uso de la voz responde, en parte, a una saturación textual: recibimos tantos mensajes que la llamada, que obliga a la sincronicidad, vuelve a ser en algunos casos el medio más rápido y eficaz para nuestras ajetreadas vidas”. Porque uno puede ignorar durante días un correo electrónico o esperar a un momento de tranquilidad que nunca llega para abrir uno de esos audios de varios minutos que también están de moda. Pero, una vez se descuelga, es necesario contestar.

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Sobre la firma

Enrique Rey
Madrileño, reside en Murcia desde 2019. Colabora en ICON y otras secciones de EL PAÍS desde 2020. Intenta acercarse a asuntos cotidianos o a fenómenos pop desde la literatura y la filosofía. Tras una intensa adolescencia en redes, ha escrito para casi todos los medios online, de VICE en adelante. Vive para navegar (por Internet y por el Mar Menor).
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