Sin firma no hay sexo: así funcionan los contratos de confidencialidad de los famosos para tener relaciones
De Britney Spears a Jack Harlow, los NDA, o pactos de silencio contractual, son cada vez más populares entre celebridades cuando tienen encuentros íntimos. Especialmente si se dan con alguien anónimo


“No te equivoques: mi NDA es más grande que el tuyo”. La frase, uno de los momentos álgidos de la por otro lado olvidable comedia de Amazon Rojo, blanco y sangre azul, demuestra hasta qué punto esas tres letras (que corresponden a non disclosure agreement, es decir, acuerdo de no divulgación o pacto legal de silencio) se han convertido en uno de los acrónimos de moda, cada vez más presente en las ficciones contemporáneas. Las historias más o menos verosímiles sobre gente común que se ha visto forzada a firmar uno antes de tener relaciones sexuales con una celebrity proliferan en las redes.
Según algunos cronistas del fenómeno, los famosos los intercambian entre ellos con fruición, bromean sobre la necesidad de tener uno siempre a punto y los exigen cuando invitan a sus fiestas privadas a personas anónimas. Taylor Swift ironiza sobre el concepto en sus canciones, pero ha llegado a pedir que se lo firmen incluso personajes tan periféricos en su órbita estelar como Ethan Hawke, que hizo una cameo en uno de sus vídeos no sin comprometerse previamente por escrito a no hablar de ello ni a sus hijas. Billie Eilish tiene un tema, titulado, precisamente, NDA que incluye una nada críptica referencia a un “chico guapo” que pasa la noche en su mansión de Los Ángeles pero no se queda a desayunar y deja firmado antes de irse uno de esos documentos (“porque con una vez es suficiente y no me importa una mierda lo que tenga que decirme”).
La epidemia, a juzgar por artículos recientes, está lejos de remitir. Examinemos uno de lo ejemplos más elocuentes. Farrah Abraham, actriz y modelo estadounidense, conoció a su novio durante una sesión de OnlyFans a finales de 2021. Concertó su primera cita con él a través de Badoo. Antes de oficializar su relación con un viaje al paraíso tropical de Islas Turcas y Caicos en septiembre de 2023, exigió al muchacho que firmase, sí, un contrato de confidencialidad que con el tiempo se ha ido actualizando hasta convertirse en un “pacto formal de convivencia íntima” con múltiples cláusulas.

Puede parecer una manifestación extrema y un tanto ridícula de lo que David Bowie describiría como el amor moderno, pero en opinión del redactor de New York Magazine Reeves Wiedeman es más bien un síntoma. El de la consolidación definitiva en Estados Unidos de la cultura del NDA. Un instrumento jurídico que empezó a utilizarse en el mundo de los negocios, para proteger información reservada como la fórmula de la Coca-Cola, pero que ahora, cada vez más, se usa también en el ámbito de las relaciones sexuales y sentimentales. Sobre todo si entre los involucrados hay gente famosa o particularmente interesada en proteger su intimidad.
Lo que hacemos en las sombras
Abraham, según explica Wiedeman, presume de ser la plusmarquista mundial en este tipo de acuerdos: conserva en su ordenador copias de los “más de 500” que ha hecho firmar a lo largo de los años a colaboradores, amigos y amantes. Para la reina de los realities salaces, los NDA forman parte del kit de supervivencia básica en la actual era del chismorreo digital masivo: “Si alguien no está dispuesto a firmarlo, no hay problema. No tengo ninguna necesidad de hablar con esa persona. No la necesito en mi vida”. Abraham vive de la exposición mediática desde los 16 años (acaba de cumplir 34), y esa larga permanencia en el candelero la ha convencido, por paradójico que suene, de la importancia de proteger su “verdadera” intimidad no solo con sentido común, sino también con herramientas jurídicas eficaces.
No es la única. Britney Spears, inducida por su padre, empezó a exigir contratos de confidencialidad a todas sus citas en cuanto alcanzó la mayoría de edad. Incluso novios formales como el empresario Charlie Ebersol se vieron forzados a pagar ese peaje.

El rapero Jack Harlow maneja un contrato estándar, de apenas un par de cláusulas, que hace firmar a cualquier aspirante a acostarse con él. Para Harlow, se trata de hacer llegar a sus parejas “civiles” (es decir, no famosas) un mensaje muy nítido: “Lo que ocurra en la intimidad y los mensajes y fotos que intercambiamos quedarán entre tú y yo, no es algo que puedas compartir con tus amigos ni hacer que circule por las redes sociales”. Asegura que la mayoría de sus ligues eventuales firma sin pestañear, aunque algunas le han pedido “un par de horas” para considerarlo con calma o consultarlo con su abogado.
La actriz Raven-Symoné siempre había exigido a sus amantes pactos previos de silencio y, aunque estuvo a punto de hacer una excepción con su actual esposa, Miranda Pearman-Manday, acabó pidiéndoselo también a ella para no crear “un peligroso precedente”. Kandi Burruss, estrella del reality de Bravo The Real Housewives of Atlanta, explicó en antena que solo recurre a los NDA cuando está a punto de exponerse a situaciones de alto riesgo, como los tríos en que se embarca con su marido, el también actor Todd Tucker.
NDA de dos velocidades
Por supuesto, los citados hasta ahora son ejemplos que han acabado trascendiendo debido a la indiscreción o exhibicionismo de los propios interesados. Famosos de medio pelo como Harlow, Burruss y compañía airean su uso indiscriminado de este tipo de pactos de silencio para presumir de irresistible sex appeal y estilo de vida desenfrenado o para nutrir a la prensa sensacionalista con bromas procaces. Por lo general, tal y como reconocía la propia Farrah Abraham, los más propensos a alardar de NDA recurren a documentos estándar de validez más que dudosa que pueden descargarse en internet por un precio módico, papeles placebo cuya eficacia disuasoria depende de la credulidad o la buena voluntad de la persona que decide firmarlas.

Pero, tal y como explica la periodista y empresaria Ariella Steinhorn, los NDA de los que hace uso la verdadera élite, personas muy poderosas y verdaderamente comprometidas con la protección de su vida privada, son documentos complejos y muy específicos, trajes a medida elaborados por los equipos jurídicos de las grandes estrellas. Suelen prever compensaciones en metálico y sanciones en caso de incumplimiento (dinero a cambio de discreción forzosa) y detallan de manera muy precisa lo que se puede contar o no.
Steinhorn concluye que “la utilidad de estos documentos depende de que ni siquiera se sepa de su existencia”. Una de sus cláusulas más comunes es que la persona que los firma se compromete a no reconocer nunca que los ha firmado. Así, los ejemplos de alto perfil que trascienden tienen que ver con incumplimientos de contrato por parte de la parte “débil”, es decir, la del civil o famoso menor que ha aceptado cobra por su silencio. Fue lo que ocurrió en el caso de la modelo erótica Stormy Daniels, que decidió saltarse el acuerdo de confidencialidad que le exigieron los abogados de Donald Trump. También el de Erica Herman, exnovia del jugador de golf Tiger Woods, o el de la mujer que acabó acusando a Charlie Sheen de haberla expuesto al virus del sida pese a la existencia de un acuerdo privado que ponía precio a su silencio.
Mención aparte merece el caso de Zelda Perkins, que contribuyó a la eclosión del movimiento #MeToo al denunciar el acoso sexual al que le había sometido su antiguo jefe, el productor Harvey Weinstein. Perkins había aceptado en 1998 la firma de un NDA a cambio de una indemnización de 165.000 dólares, pero optó por romper su silencio 19 años después argumentando que el acuerdo de confidencialidad resultaba abusivo y le había sido impuesto desde una posición de poder. Su caso fue expuesto en la película Al descubierto (She Said), basada en la investigación periodística que dos reporteras del New York Times, Jodi Kantor y Megan Twohey, dedicaron a los abusos de Weinstein.
La denuncia de Perkins puso de manifiesto que los NDA, por mucho que incluyan compensaciones económicas y cláusulas de indemnización asumidas libremente por las dos partes, no pueden utilizarse como salvoconducto jurídico absoluto para amparar abusos sexuales ni otros comportamientos delictivos. Tampoco equivalen a un consentimiento general y explícito de las prácticas sexuales que puedan producirse a continuación, ni en España ni en Estados Unidos. La persona firmante se compromete a ser discreta, pero en ningún caso renuncia, por supuesto, a su derecho a cambiar de opinión y a que se respete su voluntad en todo momento.
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