Demasiado asqueroso, demasiado pronto: Tom Green, el hombre que allanó el camino de la comedia gruesa y hoy es granjero
Tom Green fue uno de los cómicos más inclasificables e incómodos de Estados Unidos a principios de siglo e inspiró a programas como ‘Jackass’, pero sus excesos en pantalla le pasaron factura. Hoy, convertido en granjero en su Canadá natal, vuelve a las pantallas en tres documentales para contar cómo es su nueva vida
Su nombre no dice demasiado en Europa, pero es, o fue, una de las figuras esenciales de la cultura pop estadounidense: sin Tom Green (Pembroke, 53 años) no habrían existido programas como Jackass (estrenado en 2000), el Punk’d de Ashton Kutcher (estrenado en 2003) ni el polémico Joe Rogan, responsable del podcast más escuchado del mundo y miembro del club selecto de mejores amigos de Trump. (Aunque habrá quién dirá que no nos habríamos perdido nada). Green está en el germen de una cultura basada en el exhibicionismo mediático y en llevar al límite tanto el humor como la paciencia de sus objetivos, es el “payaso de clase que está dispuesto a hacer cualquier cosa para reírse, sin importar cuán humillante, degradante o peligroso pueda ser”. Un desgarbado canadiense que revolucionó el humor desde el salón de sus padres y cuyo trabajo fue definido como “verdadera comedia punk-rock”.
Él dio el pistoletazo de salida, tal vez no el primero, pero sí el más sonoro a una industria que en el presente factura millones. Ahora, tal vez por inevitable reinvención o crisis de los cincuenta, un Tom Green que durante la pandemia abandonó Los Ángeles y volvió a su Canadá local, se compró una furgoneta y una granja y cambió las emisoras nacionales por los pequeños teatros, muestra al mundo el resultado de sus cinco años de nueva vida. Tras años de relativo silencio, llega a Amazon Prime Video por partida triple: el monólogo Tom Green: I Got A Mule!, el documental This is The Tom Green Documentary y el reality Tom Green Country, donde habla de su vida de granjero.
A Green lo puso en el mapa fingir que copulaba con un alce muerto. El sketch, emitido en el programa The Tom Green Show en 1999, se hizo tan famoso que Eminem lo incluyó al año siguiente en la letra de su enorme éxito The Real Slim Shady: “A veces quiero salir en la tele y soltarme. Pero no puedo, pero está bien que Tom Green se tire a un alce muerto”). Fue un acto improvisado. Estaba en casa de sus padres cuando vio un alce atropellado en la carretera y no dudó en montar sobre él fingiendo movimientos sexuales mientras se grababa. No imaginaba que aquello iba a marcar su vida. “Pensé que tan sólo se vería una vez en la medianoche de la televisión local”, confiesa en su documental, pero se hizo viral mucho antes de que esa palabra se asociase a algo distinto a la gripe.
Los adolescentes canadienses habían empezado a fijarse en él mucho antes de que su fama explotase en Estados Unidos. Era joven y arrogante, un skater hiperactivo y deslenguado que llevaba desde los quince años actuando en clubs de comedia y había montado un pequeño estudio de grabación en el sótano de la casa familiar. Se convirtió en precursor de la cultura del hazlo tú mismo mediático. Tenía el empuje necesario y un tipo de humor que encajaba con el gusto por un cierto nihilismo gamberro que conectó con los estertores de la generación X. Un humor que le ha valido el apelativo de “padre del cringe-core”, que según The New Yorker es “un nuevo género de comedia que aumenta la brecha entre la realidad y el artificio de maneras que hacen que el espectador se sienta profundamente incómodo” y que ahora abanderan cómicos como Nathan Fielder, John Wison o Eric André. Un humor que consistía en llevar las bromas demasiado lejos y durante demasiado tiempo. A veces literalmente. Una de sus bromas durante sus shows de comedia en teatros consistía en ofrecer a los asistentes la posibilidad de llevarlos a sus casas para luego tenerles dando vueltas en coche por la ciudad hasta la madrugada. “Al principio la gente decía: ‘¡Bien, nos vas a llevar a casa después del espectáculo!’ y luego a las cinco de la mañana, seguíamos dando vueltas y todavía había 30 personas más que dejar. Hasta tu mayor fan estaba un poco molesto”.
Una cabeza de vaca en la cama de tus padres
En 1994 comenzó a presentar The Tom Green Show en un modesto canal de cable. Sin presupuesto, con tan sólo una cámara y muchas ideas comenzó a crear vídeos que se hicieron inmediatamente populares entre los adolescentes canadienses. Sus hitos, además del falso polvo con un alce, pasan por haber lanzado una cabeza de vaca en la cama de sus padres mientras dormían, en un tosco homenaje a El padrino; también por dibujar imágenes pornográficas en el coche de su padre, simular ser un anciano enfermo en una silla de ruedas que se estrellaba con todos los obstáculos, entrar con una vaca en una tienda o entrevistar a la gente en la calle con un micrófono untado de caca que iba acercando cada vez más al rostro de los amables transeúntes que se cruzaba.
No era un humor sofisticado. A veces las bromas eran tan elementales como señalar algo inexistente en la acera y esperar las reacciones de la gente, todos miraban al suelo y algunos tropezaban. La situación podía prolongarse durante minutos y minutos. “Tenían tanto que ver con las tomas de reacción como con la broma, pero la reacción era el remate”, explicó él. Otras eran extrañamente sofisticadas: dibujó un cuadro abstracto que colgó disimuladamente en la Galería Nacional de Canadá. Nadie se dio cuenta hasta que días después volvió al museo y destrozó el cuadro ante el horror de visitantes y personal de seguridad. Otras bromas eran simplemente desagradables y absurdas. La revista Rolling Stone consideró uno de los peores sketches de la historia su The Canterbury Tales. En él, Green se puso una peluca rubia, un vestido rosa y ató un montón de cabezas de cabra podridas a una cuerda y caminó por la calle gruñendo. “Fue uno de los momentos más surrealistas del programa y posiblemente de mi vida”, escribió en 2012. “Después de filmar durante unos cinco minutos en esta calurosa noche de verano, el olor se volvió insoportable”. Hay algo en su humor del inclasificable Andy Kaufman, aunque Green reconoce que no conoció su trabajo hasta años después.
La MTV, por entonces todavía símbolo de juventud, frescura y modernidad, lo acogió en su seno. The Tom Green Show, con ayuda de un alce, se convirtió en un éxito. Tuvo una extraña inclusión en la música con la canción Lonely Swedish (The Bum Bum Song), también citada por Eminem. Hablaba sobre poner el culo encima de cosas. Todo valía. El único inconveniente es que el aumento de su fama restaba naturalidad a sus bromas, el público lo reconocía y o bien se negaba a colaborar o lo hacía con demasiado entusiasmo, con lo que sus víctimas acabaron siendo ancianos y extranjeros. A pesar de su corta existencia, la revista especializada TV Guide lo incluyó en 2002 en la lista de “los 50 peores programas de la historia”. Un hito para un programa efímero que no se canceló por su escaso éxito ni por la peligrosidad de algunos sketches —como lanzar objetos a coches en marcha—, sino por el cáncer de testículos que le diagnosticaron a principios de los 2000.
En aquel momento, su agria polémica con Martin Short (Solo asesinatos en el edificio) dejó claro que Green entendía perfectamente cuáles son los límites del humor. Después de que anunciase su enfermedad, fue entrevistado en Primetime Glick (programa que parodiaba los programas de entrevistas y en el que Martin Short interpretaba al presentador). Durante la entrevista (que era real, aunque Short interpretase a un entrevistador ficticio y exagerado) Short le hizo hablar de su cáncer sólo para ignorarlo y fingir una conversación telefónica mientras tanto. Green se cabreó y se largó del programa. “Todavía estaba bastante reciente mi recuperación del cáncer, así que no me lo tomé muy bien”, declaró. Short declaró que lamentaba que Green se hubiese sentido ofendido, pero ese era el tipo de humor de su programa. El regador regado.
El cáncer no se libró de la promoción mediática. El cómico documentó todo el proceso en El especial contra el Cáncer de Tom Green. Pensó en mantenerlo en secreto, pero cuando necesitó una segunda operación para extirpar y analizar los ganglios linfáticos de su abdomen, decidió llevar las cámaras al quirófano. “Su especial es el equivalente de la generación de vídeo de las memorias confesionales, una especie de terapia pública en la que la autorrevelación se convierte en una estrategia de supervivencia”, escribió The New York Times. No ocultó nada, ni la operación ni el testículo que se había extirpado, e incluso escribió una canción sobre el valor del autoexamen, cuya letra se sobreimprimía en la pantalla y en la que un testículo marcaba el ritmo. “Más allá de su valor impactante, el programa también es un extraño hito televisivo que borra los límites entre el narcisismo y el arte, el humor negro y la comedia asquerosa, las vidas privadas y públicas, el buen y el mal gusto”. El especial de Green concienció más a los hombres jóvenes sobre el cáncer que ninguna campaña gubernamental.
Tras dejar la MTV, Green realizó sus entrevistas en su web y todavía con mayor libertad. Entrevistó a Steve-O, uno de los miembros de Jackass —el programa que en aquel lapso de tiempo había recogido su testigo y lo había llevado aún más lejos— durante casi cuatro horas en las que los dos mostraron claros síntomas de estar afectados por alguna sustancia. Por el programa pasaron famosos de todos los ámbitos, como Pamela Anderson o Tony Hawk. Pero sin duda una de las presencias que hoy puede impactar más es la de un joven Joe Rogan, por entonces cómico en ciernes, comentarista de la UFC y luchador ocasional. Al ver las posibilidades del formato de Green, Rogan decidió poner en marcha su propio proyecto, un par de años después echó a rodar The Joe Rogan Experience, hoy el podcast más influyente del mundo, tanto que a quién iba a entrevistar antes de las elecciones estadounidenses se convirtió casi en una cuestión de estado, lógico si tenemos en cuenta su predicamento entre los jóvenes. Eligió a Trump.
El éxito televisivo de Green le llevó al cine. Aparte de comedias gamberras como Road Trip: Viaje de pirados en la que se introduce ratones vivos en la boca y de aparecer en Los Ángeles de Charlie al lado de su efímera esposa Drew Barrymore, protagonizó y produjo la indescriptible Freddy el colgado, un debut como protagonista que fue recibido con críticas unánimes. “Una película tan implacablemente asquerosa, repugnante e imbécil que mientras la ve uno llora por el estado de la humanidad”, escribió un crítico. Cuando la película ganó cinco premios Razzie (los que premian lo peor del cine), recogió el suyo a peor actor con el mismo esmoquin que había lucido en su boda con Barrymore. Después empezó a tocar la armónica y tuvieron que desalojarlo del escenario. (La película ha sido, en los últimos años, reivindicada como una joya casi surrealista por webs como Collider).
También se ha reivindicado él mismo. Cuando ya ha pasado más de un cuarto de siglo desde que se hizo popular gracias a un gamberrismo entonces inédito, da valor a su legado apoyándose en lo más básico de la comedia: el stand-up. Acompañado tan sólo por un piano y su perra Charley, que camina indiferente a los aplausos de un público entre el que se encuentran sus sufridos padres, en I got a mule! hace bromas sobre el mundo antes de Internet y lo poco triste que es morirse una vez pasados los cincuenta. “¿A quien le importa que te mueras cuando sólo te queda el 12 por ciento de vida?”. Critica a los adolescentes pegados a sus móviles y pontifica sobre lo que significó ser un chaval canadiense triunfando en Los Ángeles y lo que supuso regresar a Canadá tras la pandemia y empezar una nueva vida en una granja en la que los coyotes arrasan con sus gallinas. Es inevitable que entre bromas que ya no podrían escandalizar a nadie permee una cierta amargura, más detectable cuando habla de cómo los que llegaron después consiguieron convertirse en multimillonarios siguiendo sus pasos, mientras él sólo es el tío que montó un alce y ahora monta una mula.
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