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Bonita barba, me la quedo
Columna
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Un lobo con piel de informático: por qué importan los cambios de ‘look’ de Mark Zuckerberg

Precisamente porque no importan. Mientras hablamos de lo bien que le queda la barba, no hablamos de nada más

Guillermo Alonso
Mark Zuckerberg
Mark Zuckerberg en la universidad de Harvard en mayo de 2004. Facebook se había creado tres meses antes.Rick Friedman (Corbis via Getty Images)

El de la barba es probablemente el debate más largo e irresoluble de la estética masculina. ¿A quién le queda bien? ¿Avejenta? ¿Hace más sexy? ¿Aumenta en algún grado esa característica intangible, problemática y en exceso ponderada llamada masculinidad? El último giro ha llegado en forma de una barba que ni siquiera existe: el usuario de Instagram TheShadeRoom publicó una imagen de Mark Zuckerberg, epítome del nerd multimillonario de Silicon Valley, con barba. La barba había sido creada digitalmente y era una barba perfecta, de esas con la longitud, distribución, frondosidad, textura y color ideales que contribuyen a que un rostro masculino se vuelva irresistible. Hasta con Zuckerberg funcionó.

El problema, claro, es que no es tan sencillo como dejarse crecer una barba porque, en primer lugar, no a todos los hombres les crece una barba. El crecimiento de la barba y su calidad y cantidad responde a razones genéticas, hormonales y hasta raciales. Un hombre oriental tendrá menos posibilidades de tener una barba que uno caucásico. Y si le crece, le saldrá sobre todo alrededor de la boca (billete y perilla), mientras un hombre caucásico tendrá más pelo alrededor del cuello, mentón y mejillas. El problema se habrá solucionado cuando la perfecta barba de PhotoShop pueda aplicarse a la vida real o, al revés, cuando todos podamos vivir en el metaverso con las barbas a nuestra medida que mejor convengan a nuestros rasgos. La buena noticia para Zuckerberg es que justo ese asunto, el del Metaverso, está en sus manos. En realidad, lo controla casi todo. Hasta tal punto y tan bien que hemos venido a hablar solo de su físico.

El físico de Zuckerberg ha sido una especie de obsesión mundial desde su ascenso a los cielos místico-tecnológicos a finales de la primera década del siglo XXI, cuando la popularidad masiva de Facebook cambió la forma en la que nos relacionamos con el resto del mundo y cómo asimilamos la realidad que nos rodea (o sea, qué noticias leemos, con qué tendencia y cuándo). Su carácter se volvió casi mesiánico: era el tipo que nos dijo cómo comunicarnos entre nosotros y que lo sabía todo porque consiguió que se lo contásemos sin darnos cuenta o hasta que nos muriésemos por contárselo. Y su uniforme era una camiseta gris y un pantalón vaquero. Caló tan hondo que 15 años después de la explosión de la popularidad de Facebook, en 2022, otro joven millonario (Evan Spiegel, creador de Snaptchat) apareció en la portada de Vogue Australia con su esposa (la modelo Miranda Kerr) y vestía sus propios pantalones vaqueros, una pulsera de hilo y una camiseta blanca. Louis Vuitton, eso sí.

Zuckerberg, de uniforme: vaqueros y camiseta gris. Era 2010.
Zuckerberg, de uniforme: vaqueros y camiseta gris. Era 2010.Kimberly White (Getty Images)
Mark Zuckerberg de uniforme en Barcelona en 2014.
Mark Zuckerberg de uniforme en Barcelona en 2014.David Ramos (Getty Images)

Pero antes de eso, Zuckerberg había sido un estudiante de Harvard esmirriado, de color cetrino y el aspecto de cualquier otro estudiante a principios de la década de los 2000: camisetas cómodas, vaqueros anchos y la sonrisa adusta de un genio de la informática que no está cómodo en público, mucho menos cuando le hacen fotografías y mucho menos en una universidad que lo ha presentado cargos contra él porque, para crear sus primera virguerías tecnológicas, había usado datos de los estudiantes que pertenecían a la red privada de la universidad. Tendría que acostumbrarse. A las fotos y a lo de los datos.

Chris Hughes y Mark Zuckerberg, dos de los cuatro creadores originales de Facebook, en Palo Alto en 2005.
Chris Hughes y Mark Zuckerberg, dos de los cuatro creadores originales de Facebook, en Palo Alto en 2005.MediaNews Group/San Mateo County (MediaNews Group via Getty Images)

Se convirtió en una celebridad, una celebridad extraña, porque era la primera de su especie. El público estaba acostumbrado a interesarse por la vida de la gente que se había acostado con otra gente, pero no por la de una persona que programaba cosas. Zuckerberg cumplía con todos los prejuicios que se podían esperar de un informático: vestía sencillo, su rostro era pálido, su expresión tímida. Pero con ninguno de los que se podían esperar de un multimillonario: vestía siempre igual y vivía de alquiler en una casa más o menos modesta de cuatro habitaciones. Se la enseñó a Oprah Winfrey en 2010 (así era de famoso: Oprah iba a su casa, no él a la de Oprah). Mientras mostraba un hogar hasta cierto punto sencillo para alguien con su fortuna, explicaba que acababa de donar 100 millones de dólares para la educación pública en Nueva Jersey.

Eso sí, para reunirse con los políticos y los poderosos se ponía traje. Con el papa. Con Obama. Con Sarkozy. A veces, como con Obama, Zuckerberg se quitaba la americana, se aflojaba la corbata y se remangaba la camisa y nos dejaba claro que en lo que parecía un estilismo desastrado había en realidad mucho de política. En otras ocasiones, el traje parecía llevarlo a él: junto al papa Francisco o a Sarkozy o en un escenario con Benedict Cumberbatch (¡Zuckerberg, la estrella!), Mark parecía más bien un adolescente incómodo travestido de mayor, alguien que sonreía, más bien, ante la idea de cambiarse pronto de ropa.

Zuckerberg con Barack Obama en 2011.
Zuckerberg con Barack Obama en 2011.Justin Sullivan (Getty Images)
Mark Zuckerberg y el papa Francisco en el Vaticano en 2016.
Mark Zuckerberg y el papa Francisco en el Vaticano en 2016.MAURIX (Gamma-Rapho via Getty Images)
Mark Zuckerberg y Nicolas Sarkozy en París en 2011.
Mark Zuckerberg y Nicolas Sarkozy en París en 2011.BERTRAND GUAY (AFP via Getty Images)
Mark, la estrella: Zuckerberg junto a Benedict Cumberbatch en el escenario de los Breakthrough Prize Awards en 2014.
Mark, la estrella: Zuckerberg junto a Benedict Cumberbatch en el escenario de los Breakthrough Prize Awards en 2014.Steve Jennings

Su traje más importante, el más escrutado, el que recordaremos siempre, lo llevó en 2018, cuando compareció ante el congreso estadounidense para declarar por el caso Cambridge Analytica, ese que nos hizo saber que todo lo que le habíamos contado lo había vendido y no de la mejor manera. Para aquel entonces, Zuckerberg llevaba ya unos años siendo menos popular. Ya no era el tipo humilde y tímido que nos había hecho reconectar con nuestros compañeros de instituto, sino el líder de una corporación culpable de todos los males del mundo, y cuando decimos “todos los males del mundo” es casi una literalidad. Traje azul marino, corbata azul Facebook. Dice la leyenda que Zuckerberg decidió que el azul fuese el color corporativo de Facebook porque al ser daltónico no hubiese distinguido otros. A nivel narrativo, como característica de personaje no tiene precio. The New York Times lo llamó the I’m Sorry Suit, o sea, el traje lo siento. Liza Minnelli llamó a un disco Results porque tenía una amiga que llamaba así, “resultados”, a un vestido: siempre que se lo ponía, los hombres volvían a llamarla. El de Zuckerberg fue un poco results también: lo volvieron a llamar para testificar en 2020, en 2021 y 2024.

Mark, el alienígena: Zuckerberg comparece en el Capitolio para dar explicaciones por el masivo robo de datos por parte de Cambridge Analytica en 2018.
Mark, el alienígena: Zuckerberg comparece en el Capitolio para dar explicaciones por el masivo robo de datos por parte de Cambridge Analytica en 2018.Chip Somodevilla (Getty Images)

Mientras explotaba el escándalo de Cambridge Analytica, gran parte del público hizo lo que hace siempre que no es capaz de procesar la idea de que el mundo es injusto y alguien se ha aprovechado de su buena fe: convencerse de que los alienígenas y los androides viven entre nosotros. En una sesión de preguntas y respuestas en 2016 alguien le preguntó directamente a Zuckerberg si era reptiliano, un rumor lo suficientemente repetido como para que The Washington Post le dedicase un artículo. “¡Apenas parpadea!”. “¡No hace gestos!”. Zuckerberg respondió exactamente lo que respondería un reptiliano: que no. Pero sus gestos fueron desde entonces tan analizados por los defensores de esa teoría que, cada año, más o menos, surge una nueva fotografía en la que un Zuckerberg impávido e hierático mira a cámara y alguien dice: ¡confirmado!

La última transformación de Zuckerberg fue ponerse cachas y, si hacemos caso a Elon Musk, existiría una rivalidad entre ellos originada por la decisión del primero de poner en marcha Threads para competir con X, antes Twitter, comprada por el segundo, y que Musk pretendía resolver como dos hombres: peleándose en un ring de boxeo. De ser cierto, esto acabaría con la teoría reptiliana y demostraría que Mark Zuckerberg es un terrícola normal y corriente, de masculinidad tóxica y errada. Lo cierto es que Zuckerberg llevaba ya entonces un tiempo practicando las artes marciales mixtas y poniéndose como un toro. En su perfil de Instagram, donde le siguen más de 13 millones de personas, presume a veces de los resultados publicando fotos sin camiseta (¿haría eso un reptiliano?).

Mark Zuckerberg  durante un partido de lucha libre en 2024.
Mark Zuckerberg durante un partido de lucha libre en 2024.Sean M. Haffey (Getty Images)

Vanessa Friedman ha dicho en The New York Times que Mark Zuckerberg ha pasado de ser una figura oscura, robótica y sospechosa a un rostro amable y accesible de Silicon Valley. ¡Es deportista, es vegano, es padre! ¡Está cachas! ¡Le queda bien esa barba que no tiene! ¡Se ha puesto una pelliza! El hecho de que hoy estemos hablando de todo este asunto que se ha vuelto viral en las plataformas que él mismo controla demuestra que su moralidad puede estar en entredicho, pero como profesional, Zuckerberg, un diez. Y bonita barba.

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Sobre la firma

Guillermo Alonso
Editor web de ICON. Ha trabajado en Vanity Fair y Telecinco. Ha publicado las novelas ‘Vivan los hombres cabales’ y ‘Muestras privadas de afecto’, el libro de relatos ‘La lengua entre los dientes’ y el ensayo ‘Michael Jackson. Música de luz, vida de sombras’. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.
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