De piratas a suscriptores: cómo ‘hackers’ y ‘criminales’ marcaron el modo en que hoy consumimos cultura
En los noventa el pirateo de música y videojuegos abría las compuertas para lo que vendría con la normalización de Internet. Tres décadas después, aquellos actos considerados delictivos han marcado la hoja de ruta para la industria
1997 fue un año aciago para los piratas españoles. Como todavía recuerdan en distintos foros, era un domingo de primavera en el barcelonés Mercado de Sant Antoni cuando, de pronto, “empezaron a salir policías de todas partes”. En las esquinas en las que siempre se habían intercambiado cromos y tebeos hacía años que también se cambiaban cartuchos de Megadrive o SuperNintendo. Pero eso no preocupaba a la policía. Las fuerzas del orden actuaron de oficio porque habían detectado que allí se estaban distribuyendo copias piratas (en forma de CD) de juegos para Playstation 1 y de otros programas informáticos. Ocho personas fueron detenidas y, años más tarde, absueltas por la Audiencia de Barcelona al “no quedar probado que estuvieran comerciando con esos programas”.
También en 1997 se produjo la redada contra Isla Tortuga, “el más importante nodo de la comunidad hacker peninsular”, según explica la periodista Mercè Molist en su ensayo Hackstory.es. Y continúa: “Esta redada fue un duro golpe para un underground acostumbrado a la impunidad. Era la primera vez que las fuerzas de la ley actuaban contra un sitio web en España”. Eso sí, aunque hubo incautaciones y varios detenidos, Isla Tortuga volvió a funcionar solo un mes después. En cuanto a su fundador, Angeloso, el hacker con más simpatizantes de la escena hispana, terminaría siendo declarado en “rebeldía procesal y paradero desconocido” al eludir desde Houston el juicio en el que algunos de sus compañeros fueron condenados.
Doce años después de aquellas famosas redadas, a las cuatro de la tarde, miles de estudiantes ya han salido de sus institutos, han terminado de comer y se disponen a pasar una hora (en el mejor de los casos) chateando. Es 2010 (dos o tres años arriba o abajo) y todavía se considera que chatear es una actividad que merece toda la atención disponible. Muchas conversaciones giran en torno a cómo aprovechar el ancho de banda que Messenger deja libre, es decir, discuten sobre qué películas, discos y videojuegos descargarán esa semana y se reparten el trabajo. Napster, eMule, BitTorrent… parece que la primera generación de nativos digitales piratea (o comparte) todo lo que puede y los titulares alarmantes se suceden: El 55% de los programas de los valencianos son piratas. (2009); El valor de los contenidos piratas en la web cuatriplica al de los legales (2010); España piratea más que nadie (2011).
Cunde la sensación de que los españoles pasean por sus casas con un parche en el ojo. Los datos lo corroboran y en 2011 los representantes de las discográficas alertan de que solo se ha pagado por tres de cada cien canciones descargadas. Además, a pesar de los esfuerzos de empresas, gobiernos y parte de los artistas, casi nadie considera que esté haciendo algo inmoral. Muchos usuarios de las redes P2P se sienten amparados por el polémico “derecho a la copia privada”, que, según abogados como David Bravo, permitiría la distribución de archivos con copyright siempre que se haga sin ánimo de lucro. Los más comprometidos conocen y defienden los principios de la Ética Hacker que Steven Levy hizo circular en 1984: “toda la información debería ser libre” y “no creas a la autoridad”.
Los matices de la palabra compartir
Amparo Peiró es programadora y una de las pioneras del hacking en España. Fue también una de las figuras centrales del activismo en defensa de la cultura libre (singularmente, en contra de la llamada Ley Sinde) y llegó a presidir el Partido Pirata español. Peiró explica así sus motivaciones: “Apoyábamos la idea de que la cultura debía ser un bien común y de libre acceso. Queríamos que cualquiera pudiera formarse y educarse, hacerse a sí mismo como habíamos hecho nosotros”. E insiste en que las redes P2P como eMule surgieron en un momento en que “se necesitaban contenidos desechables que facilitasen la gestión del tiempo libre, asequibles y sin condicionamientos”. Difundir aquellos contenidos (ya en muchos casos de entretenimiento) supuso a principios de los 2000 un reto tecnológico. La baja velocidad de subida a la red reducía la capacidad de transmisión de cada usuario. Pero, en un ejemplo perfecto de cómo ciertas ideas abstractas (descentralización y horizontalidad) pueden llegar a concretarse en innovaciones tecnológicas, el obstáculo se salvó reduciendo el tamaño de los archivos y troceándolos. De esta manera cada usuario redistribuía solo una pequeña parte del contenido y nadie copiaba ni se lucraba: estaban compartiendo.
Muchos algoritmos de compresión de archivos audiovisuales surgieron durante aquellos años. El ripper los usaba para convertir el contenido original en un archivo más ligero y enseguida esos archivos fueron compatibles con los reproductores de DVD domésticos: incluso los grandes fabricantes de tecnología se adaptaron a las prácticas piratas. Peiró destaca el trabajo altruista que suponía poner en circulación cada película. También que en muchas ocasiones los piratas como ella llegaron donde no llegaba la industria: “Yo estoy casi sorda. Y era un problema ir al cine porque no escuchaba bien. En la época en que rippeaba, me pegaba la gran paliza de descargar los DVD americanos y traducir sus subtítulos. También grababa los audios en el autocine con una pureza increíble, gracias a un cable que mi padre instaló desde la radio del coche hasta el minidisc”. ¿Se sintió mal alguna vez? “Al contrario. Este hobby me costaba alrededor de 150 euros al mes y no ganaba nada. No nos sentíamos mal, sino que pensábamos que realizábamos una función social que estaba desatendida, acercábamos la cultura a la gente de la calle”.
Juan Carlos Tous puso en marcha Filmin en el año 2007, cuando, según sus propias palabras, “todo era pirata”. “Yo no me atrevería a decir que la piratería haya cumplido una función social —explica el empresario—, pero sí que en aquel momento estaba cubriendo algo que la industria no se atrevía o no podía cubrir; se había producido un cambio de modelo de consumo, pero todavía la industria no sabía cómo convertir ese consumo a través de Internet en un negocio sostenible”. Tras dirigir la distribuidora Manga Films, primero con Cameo y luego con Filmin, Tous invirtió muchas horas en transmitir que “Internet no era una amenaza para el cine, sino una oportunidad”. “Lanzábamos ese mensaje positivo durante una época en la que a muchos directivos les parecía que Internet iba a acabar con todo”.
Y es que también había muchos motivos para el pesimismo: “Si el panorama hubiera seguido siendo completamente pirata, la creación hubiese sido muy difícil porque el dinero acababa en manos de terceros. No olvidemos que muchas empresas y soluciones piratas se dedicaban a ganar dinero. La ética hacker romántica se perdió cuando florecieron soluciones pseudoempresariales que ganaban mucho dinero con su trasiego”, indica el CEO de la plataforma española.
También Araceli Peiró fue testigo de cómo aquel universo discutible, pero, a priori, idealista se corrompió cuando “algunos quisieron obtener beneficio a costa de las descargas, insertando publicidad y otras prácticas, y convirtiendo la navegación en un riesgo y un infierno”.
En marzo de 2011, un momento de máxima proliferación de esos portales de enlaces cargados de publicidad, el Gobierno de Zapatero aprueba, con el apoyo de PP y CiU, la Ley Sinde, que se aplicará ya con Ignacio Wert como ministro de Cultura. Esta ley implicó la creación de una Comisión de Propiedad Intelectual encargada de proponer el cierre de sitios web que “sirvan o enlacen contenidos sujetos a derechos de autor”. Los internautas se manifiestan, la SGAE denuncia a decenas de portales y el abogado David Bravo promueve, junto a otros, el movimiento #NoLesVotes. Faltan tres meses para que en la Puerta del Sol se comience a gritar aquello de “no nos representan”.
En aquel ambiente tan crispado, figuras como Álex de la Iglesia, presidente de la Academia de Cine entre junio de 2009 y enero de 2011 (dimite, precisamente, por su desacuerdo con la Ley Sinde) intentaron mediar y entender a todas las partes. Se organizaron debates y reuniones, tanto en el Free Culture Forum de Barcelona como en la Academia de Cine y, según recuerdan los implicados, se discutió cordialmente en busca de consensos entre internautas e industria del entretenimiento. Y justo entonces estalla el 15M y buena parte del ciberactivismo salta a las plazas. Transparencia institucional, defensa de la libertad de expresión, difusión de lo acordado por las asambleas… durante el 15M las reivindicaciones de los piratas no desaparecen, pero se diluyen dentro de un movimiento político más amplio. Comienza un nuevo ciclo, también en Internet.
Líderes en suscripciones: los usuarios cumplen, las tecnológicas no tanto
Diez o doce años después de todo aquello, España es el país europeo líder en suscripciones a plataformas de vídeo. Según un estudio de la consultora OliverWyman estos servicios estarían presentes en el 80% de nuestros hogares. En paralelo, la piratería no ha dejado de caer en los últimos años y el Observatorio de Hábitos de Consumo y Digitales registra un descenso en el acceso a contenidos ilegales de más del 20% desde 2018. A nivel global y respecto a la industria de la música, el Informe Anual de la IFPI (Federación de la Industria Fonográfica) recoge un incremento de los ingresos del 9% en 2022. El crecimiento se ha producido año tras año desde que la industria musical marcara mínimos en 2014 y prácticamente toda esa recuperación se debe a la expansión de las plataformas de streaming que actualmente aportan el 67% del dinero que reciben las discográficas.
Así que, ¿han servido las plataformas (Netflix, HBO Max, Spotify, la propia Filmin y todas las demás) para que cicatricen las heridas? Responde el fundador de Filmin: “Ya no compensa piratear respecto al precio que se está cobrando por acceder de manera legal: pierdes tiempo, existe la posibilidad de encontrar archivos malignos… Nosotros siempre dijimos que nuestro competidor era la piratería y que modelos como el de Filmin eran la solución: ofrecemos mucho contenido bien ordenado, a un precio adecuado y de una forma fácil de consumir. En cuanto surgió una oferta masiva con estas características la piratería dejó de ser lo que fue en los años 2010″.
Amparo Peiró considera que estas plataformas, de alguna manera, recorren la senda abierta por los desarrolladores de las redes P2P que “obligaron a construir equipos capaces de soportar esos formatos audiovisuales más eficientes impulsados por el software libre y demostraron que los consumidores quieren los contenidos tan pronto como estén en el mercado para visionarlos cuando quieran o como quieran y a un precio razonable”. “Lo que me han enseñado la experiencia”, concluye Peiró, “es que los adelantos en nuestro campo vienen porque a muchos no nos conformamos con la tecnología que hay en el mercado y queremos ir por delante”.
Pero los problemas en la red no han desaparecido, sino que se han trasladado. Con la industria del entretenimiento satisfecha gracias a las plataformas de streaming y con la piratería convirtiéndose en algo casi anecdótico, en 2023 quienes sufren las peores consecuencias de los sistemas de distribución de contenidos son usuarios y creadores. En general, expertos como Shoshana Zuboff (autora de La era del capitalismo de la vigilancia) advierten de que la Red está provocando transformaciones sociales “hondamente antidemocráticas” y de que los usuarios se han convertido en un “foco de extracción y control”. Y respecto a los creadores, la posición de dominio de ciertas plataformas de streaming ha reducido sus retribuciones a mínimos que amenazan la continuidad de sus actividades. La actual huelga de guionistas y actores de Hollywood, dirigida, en buena medida, contra las condiciones que imponen Netflix y HBO es un ejemplo de conflicto generado por las propias plataformas, y muchos músicos se quejan del escasísimo pago por escucha que les proporciona Spotify (solo el 2% de los artistas presentes en la plataforma recibe más de 1000 dólares por año).
Décadas de activismo y resistencia hacker ofrecen ejemplos prácticos de cómo defender derechos como la privacidad o la libertad de expresión y de cómo desarrollar tecnologías y mecanismos de distribución más horizontales y democráticos. Actualmente, una copia descargada ya no es, casi nunca, una copia no vendida por la industria. Ahora toca lograr que los gigantes tecnológicos tampoco mercadeen con lo más íntimo de creadores y usuarios.
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