Carlos Cuevas le ha encontrado el truco a hacerse mayor: “Me debo recordar a menudo: ‘Vas bien, vas bien”
El intérprete, famoso por haber creado un icono televisivo en ‘Merlí' y protagonizar el éxito internacional de Netflix ‘Smiley’, reflexiona ahora sobre su futuro y el hecho de que últimamente le parece haberse hecho mayor
Por un lado, Carlos Cuevas ha hecho de todo: crear un personaje icónico en televisión, Pol Rubio en el fenómeno fan Merlí (2015-2018) y su secuela, Merlí: Sapere Aude (2019-2021); protagonizar un éxito internacional de Netflix (Smiley, 2022); figurar en películas de Marcel Barrera o Antonio Chavarrías o, más recientemente, ponerle voz al relato más íntimo del libro casi autobiográfico de Pedro Almodóvar, El último sueño (Reservoir Books). Pero, por otro lado, Carlos Cuevas (Moncada y Reixach, Barcelona, 27 años) quiere hacer de todo. “No quiero que se me ubique en un solo espacio porque me considero más maleable”, promete, todo entusiasmo, todo brillo en los ojos color miel, esta mañana en Madrid. “Me muero por hacer cine de autor, teatro de autor. Quiero dirigir, quiero escribir lo que dirija. No me quiero morir sin hacer un musical, o una película infantil. Yo de niño quería ser Robin Williams, quería ser Hook, quería ser Flubber. Mira Bardem: ha hecho Lilo, El Cocodrilo y ahora La sirenita, pero también 007 [Skyfall, 2012] y [Asghar] Farhadi [Todos lo saben, 2012]. Quiero que me veáis trabajar muchos años”.
Encontrarse entre un pasado tan abultado y un futuro tan prometedor, entre tanta experiencia acumulada y tanta bisoñez en reserva, requiere su técnica, como mínimo en lo que al manejo de tiempos se refiere. “Hay una metáfora que me gusta y que pienso siempre: tu carrera no es una carrera, es un paseo, tío. Un paseo. Y no uno por la ciudad, sino por el bosque”, desgrana ahora, con un ademán reflexivo que no tenía hace unos años. “No hay que correr y si quiero hacer muchas cosas, no debo quemar etapas, no tener ansia por ser el director que más trabaja a los 30, el actor más estrella a los 28. Yo quiero una carrera larga y tendida y constante. Me tengo que recordar mucho: ‘Vas bien, vas bien, vas bien’. Porque en el audiovisual ya te hacen correr ellos sin que tú quieras”. El camino hasta esta conclusión ha sido largo, en el sentido literal –Cuevas empezó a actuar a los nueve años, en la serie diaria de TV3 Ventdelplà (2005-2010)– pero sobre todo en el psicológico. “Nací impaciente, como pidiendo la hora. Literalmente, fui prematuro entonces y luego lo he sido en todo”, admite. “La paciencia es una asignatura en mi vida: soy muy pasional, muy visceral. Estoy aprendiendo esto”.
Y en esas andamos. Carlos Cuevas está, indiscutiblemente, haciéndose mayor. “Tengo la sensación de haberme hecho adulto”, concede. “2022 fue un año de mucho trajín, ya no digo ni en lo profesional sino en lo vital. ¡Me compré un piso! Adulto, pero adulto privilegiado. En general, por primera vez me veo en otro lugar, más reposado, más sereno. Ya sé de qué va la peli en muchos aspectos. En otros sigo igual de curioso pero con la marcha más baja”.
Hay otras lecciones que le están llegando con la edad, inevitablemente, como por ejemplo discernir quién le quiere, por qué motivo y para qué. Smiley, donde interpretaba a un camarero gay que dedicaba su tiempo a esculpirse en el gimnasio, le ha traído la atención de muchos fans que le tienen por un sex symbol. Esto le entusiasma lo justo. “A veces haría un macagondeu, que se dice en catalán, un puñetazo en la mesa, y diría: ‘Basta’. Porque yo me lo curro muchísimo, estudio muchas horas, me preparo mucho los personajes y lo que me encantaría es que dijeran: ‘Vaya tío, qué disciplina’. En Smiley me mataba en el gimnasio, cosa que a mí no me gusta. Ahora no estoy así, ¿sabes? Tengo mi genética y tal pero me tuve que poner así en tiempo récord. Disciplina militar: rodaba 12 horas y me iba al gimnasio. Un entrenamiento muy sufrido, una dieta de contar las almendras y las cucharadas de aceite. Y me da bajona, me parece cutre, que se menosprecie mi trabajo y se cosifique mi cuerpo. Me deja de interesar el interlocutor que lance ese mensaje. Es como que expones tu obra en el museo y llega un invitado y te dice: ‘¡Qué bueno el catering!’. Alguien que entiende de la movida se da cuenta de esas cosas”.
Ejemplo de alguien que entiende de la movida: Pedro Almodóvar, quien sí le quería por motivos sólidos. El director de Extraña forma de vida (2023) publicó en marzo un libro de narrativas breves, una compilación de relatos, artículos y escritos personales; de cara al audiolibro, escogió a seis actores para que cada uno leyera dos entradas. A Cuevas le cayeron tres regalos de golpe. Uno, la frase, en boca de su representante, de “ha llamado Pedro y quiere trabajar contigo”. Otro, menor pero notable: el trabajo era pura voz, nada de músculo. Y, por último, el escrito en sí, el más íntimo e indeleble del volumen, El último sueño. “Es sobre la muerte de su madre”, cuenta ahora, cuando el gesto reflexivo ha mutado en una contagiosa sonrisa arrobada: “Cuando llegué al estudio, la asistente de Pedro, Lola, me dijo: ‘Bueno, te ha tocado la joya de la corona’. ‘Ya, ya, a mí también me lo parece’, le dije. ‘No, es el que le da el nombre al libro”. Boom. “Pedro me dijo: ‘Tenía muchas ganas de conocerte, admiro tu trabajo’. Bueno. Yo como, estás de coña, ¿no? No vivo de estas cosas pero te engañaría si te dijera que no fue una palmadita en la espalda. A veces en otros entornos no te sientes muy validado y viene Pedro Almodóvar y… Pues eso. ‘Vas bien, vas bien, vas bien”.
Tiene un par de rodajes por delante (no suelta prenda). Pero, sobre todo, tiene un par de meses libres por delante. “Podría estar rodando una peli o una serie que me han ofrecido: siempre que pones la tele o vas al cine ves algún papel que podrías haber hecho tú. Pero he decidido no hacerlas”, anuncia. Se ha ido a Londres, a ver a Paul Mescal en Un tranvía llamado deseo y lo último de Sam Mendes (“también ha caído un gin tonic, va, venga”, subsana). Ha hecho cursos de teatro, uno con Claudio Tocachir de profesor y otro en el que el docente era él. “Para probarme como director, para coger músculo”, explica. “Aprender a trasladar tus ideas, imprimirlas en alguien, ser preciso en las metáforas, los verbos… Me he dado cuenta que, en rodajes, esa donde tropiezan algunos directores”. Y esa es la última lección que se le puede pedir. Que una idea que no sale de la cabeza es solo una visión. Que las ideas grandes tardan tiempo en salir. Y tiempo, hemos quedado, tenemos.
Realización: Helena Contreras. Maquillaje y peluquería: Miki Vallés (Another Artist). Ayudante de fotografía: Luis Calvo. Ayudante de realización: Lucci García.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.