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Rodrigo Marina, escritor: “Llamarme poeta me parece absurdo cuando me da tan poco dinero”

El autor, uno de los autores poéticos más frescos del panorama joven español, logra en ‘Los prodigiosos gatos monteses’ algo impensable: retratar el confinamiento de forma tan lírica que apetece leer sobre ello

El escritor Rodrigo Marina posa en exclusiva para ICON en su barrio madrileño una tarde de abril
El escritor Rodrigo Marina posa en exclusiva para ICON en su barrio madrileño una tarde de abrilLLUÍS TUDELA
Tom C. Avendaño

Un chico cena con su novio, el Lemi, en un restautante llamado Loukanikos un día de 2020. Sigue una historia de 20 páginas que vamos a condensar en cinco imágenes.

Una. “El Lemi coge mi mano y dice, oye, ¿si nos tomamos la última en casa?”.

Dos. “Cojo un billete de su cartera / que le devolvieron en el Loukanikos / lío un turulo y me meto la más pequeña y más gorda / porque las más pequeñas y gordas / son las que más tienen”.

Tres. “El toque de queda nos obliga a pasar el resto de la madrugada abrazados. Eso está bien porque hace frío aquí fuera. Porque hace frío también aquí adentro. Y no hay coca, ni pasti, ni polvo, ni calefa que borre la huella del glaciar. No ser lo suficientemente hermoso. Ni lo suficientemente bueno. Ni lo suficientemente cruel para nadie”.

Cuatro, ya desde la cama, mientras el Lemi se va durmiendo. “Observo que le entristece verme desvanencer. Como el efecto de la pasti. Como la noche que hace dos horas terminó y ahora la luz azulada de primera hora de la mañana atravesa el patio (...) Y antes de quedarnos dormidos, el Lemi dice que está muy bien a mi lado”.

Y cinco. “Pienso que los yonkis también tenemos amor en nuestro interior. De algún modo nos las ingeniamos para amar a otros yonkis. Podemos hacer el amor con otros yonkis. Supongo que es una imagen repugnante”.

No es exactamente la vida de Rodrigo García Marina (Madrid, 26 años), escritor, performer y médico de profesión; licenciado en Filosofía, Música y Medicina y una de las voces más frescas de la poesía española reciente. Pero sí es una buena muestra de cómo funciona su cabeza. “Tomo un elemento, me obsesiono, como escribiendo una chacona”, desgrana hoy. “Y de comer con mi novio desarrollo una tesis sobre por qué el amor no es un equivalente a la belleza, por qué las personas horrorosas son dignas de amar y ser amadas; son dignas de ser expuestas en televisiones y por qué la estructura de la belleza condena a hacernos a creer que la pornografía solo la pueden hacer determinados cuerpos; que el cuerpo que es amado, el que se viste de novia, es el de las hermanas Pombo y que las otras personas no viven vidas reales ni se casan ni nada”.

Marina también tiene novio y también come con él en restaurantes de Lavapiés, donde reside, pero desaconseja buscar retazos autobiográficos en ese relato. Forma parte de Los prodigiosos gatos monteses (Letraversal), libro escrito prácticamente en verso con el que soluciona el marrón de tener que publicar en 2023 una crónica sobre el confinamiento. Fue un encargo que recibió a finales de 2020 de Angelo Néstore, director de Letraversal. “Como me parece un tema sobre el que todo el mundo escribe, o empezó a escribir en su momento concreto, y sobre el que nadie quiere leer, tenía que convertirse en otra cosa y se convirtió en una crónica”, cuenta. “El libro no podía ser estrictamente autobiográfico. Y por eso está compuesto por un montón de voces, un montón de personajes, cosa que en los libros de poesía generalmente no hay”.

Los prodigiosos gatos monteses es más un despliegue de sensibilidades, estilos y del talento literario de este autor que de pequeño se sentaba a escribir emulando las voces de diferentes poetas (Generación del 98 un día, del 27 otro, Lorca y Machado en particular; “Hacía rimitas y esas cosas”, lo reduce él). También es un muestrario de las estéticas que Marina venía desarrollando en anteriores trabajos —Aureus (Bandaaparte, 2017), Edad (Hiperión, 2019), Desear la casa (Cántico, 2021)—: ese mundo de oscuridad, por ejemplo, de putas, yonkis, ketamina, pobres, maricones y marginados, al que vuelve (o, según el capítulo, alucina) con frecuencia.

“He vivido siempre en un cuerpo como de ratilla lista, irresponsable aparentemente responsable, pero en el fondo soy muy sórdido”, aduce él. “He convivido con toda esa realidad social. Y lamentablemente no la veo como un parque de atracciones, no la observo desde el asombro o desde la expectación, sino que ha sido mi realidad social. La sordidez me parece como el lugar de iniciación, el lugar desde el que hablo porque no conozco otro. Y lo otro que he conocido, pues no sé... Los chicos de [el mundo de] la moda me han interesado muy poco. Y sin embargo siempre he estado dentro de este. Entre yonkis, rumanas neofascistas y maricones y...”.

Estas ideas están más desarrolladas en Los gatos que en otras ocasiones y ese mundo oscuro, iluminado de forma más madura. Quizá el confinamiento ofrecía un encuadre perfecto. “El libro tenía que coger el terror, uno social y otro literario. El terror social era la covid y el encierro. Y el literario era una idea que me obsesiona, la del y si”, cuenta él. “Y si yo estuviera enamorado... Y si yo pudiera tener una vida con aquel psiquiatra suizo que conocí en el sur y que me está esperando en Zúrich. Y estoy aquí en Lavapiés, encerrado. Porque hay un genio maligno que me ha dicho que esto es la vida y yo no me he dado cuenta. Y si, y si. El terror literario es ese y si, esa preguntita, ese geniecillo que te plantea si hay algo más o si no y si te estás conformando”, explica.

A la vez, la respuesta a esa preguntita resultaba ser un panorama casi alentador dentro de una pandemia. En el confinamiento no estábamos en ningún otro lado pero estábamos incontestablemente aquí. Todos. Juntos. “Hay en el libro momentos de felicidad que tienen que ver con la reunión y que tienen que ver con la conformidad”, concede Marina. “La gente está conforme con lo que tiene y de repente están reunidos enterrando el tumor de una amiga que ha superado una enfermedad y están drogándose y pasándoselo bien. Tranquilos”.

Poeta tú

La mayoría de los relatos de Los prodigiosos gatos monteses están en verso y acusan la influencia de los novísimos (Ana María Moix, en concreto), del surrealista peruano César Moro, de Pere Gimferrer o incluso Clarice Lispector. Ahora, no llamen poeta a Marina porque no le gusta. Tiene varios motivos para ello, empezando por uno estético: “Es una etiqueta como para esas personas que escriben cosas que solo las personas a las que les pesa la cabeza entienden. Y me molesta, me parece una visión muy elitista”, se remueve en su silla.

Luego ya nos adentramos en principios de clase: “Cuando lo que me da de comer es la edición y los bolos que hago con mi cuerpo, cuando los bolos de poesía me dan tan poco dinero, pues llamarme poeta me parece absurdo. No es mi actividad económica”, defiende. Además de la plaza que acaba de lograr en el Hospital Gregorio Marañón tras aprobar el MIR este año, están las performances que ha dado en Conde Duque, Museo Reina Sofía y el del Prado, el Festival de Otoño, Matadero o La Palma.

Y, por último, porque eso obligaría a meter a Marina en cierto bum de la poesía joven española, ahora que el género se ha convertido en el preferido de autores menores de 30 como Mario Obrero, Juan Gallego Benot, Ismael Ramos, Elizabeth Duval, Juanpe Sánchez o Pol Guasch. Y por ahí no. Sí se siente hermanado con muchos de esos contemporáneos, pero niega que haya un bum. “La poesía no se lee casi nada”, zanja. “De hecho, mucha gente cercana me ha dicho: ‘Bueno, empecé a leer Los gatos porque he visto que no era de poesía’ o ‘Porque era poesía que entiendo’. Hay mucha gente absolutamente reticente a leer libros de poesía. Sí creo que hay más editoriales ciertamente potentes, y no tan nicho, que llegan a un público generalista o al menos a una crítica generalista periodística, cosa que antes a lo mejor era más complicado”.

Sí cree que algo que ha cambiado en la forma en que se crea la poesía en España. No al punto de llamarlo bum pero tampoco como para desdeñarlo: “La poesía en internet”, señala. “Cómo se comportan los poetas en redes, qué suben y qué expresan, los blogs, los portales que han mostrado que había otras formas de escribir... La presencia de firmas de la Alt Lit [un movimiento literario que fructificó a finales de los dosmiles en blogs y redes] como Tao Lin, Sam Pink o Noah Cicero afectó no tanto a la forma del poema, sino a las relaciones entre los estadounidenses y españoles como Juan F. Rivero, por ejemplo, o Luna de Miguel, o el colectivo Aceleraditos, que funciona desde Perú… Estas relaciones permitieron una transformación de la lectura. La poesía clásica tenía una recepción muy pequeña, de consumidores mayores, premios famosos que nadie lee, y ese nuevo público en parte se gestó gracias a las personas que vivían en internet”, suspira.

Obscenidad y comunión

Uno de los personajes de Los gatos afronta una ruptura y fantasea con cargarse al nuevo novio de su ex. Primero, como todos, se plantea despedazarlo. Luego va rebajando la condena. “He pensado un final menos violento para Tiestes / donde el desgraciado se ve en la obligación / de probar toda carne menos aquella / que sin ninguna reserva espera”. El relato en general avanza en esa dirección, si no hacia la reconciliación, al menos hacia una suerte de perdón. Al principio: “Tengo alrededor de diez millones cuatrocientas / versiones de nuestro futuro. / Tengo una única versión / –triste y dolorosa– / acerca de nuestro futuro”. Al final: “Esta herida dulce que ves / –gurriato hambriento– / ha perdido su olor. / Te entrego mi imagen”.

Es el último gran constante de Marina, la reconciliación entre lo irreconciliable, intencionada o no. Mirar con cierta desconfianza a cosas en las que se debe confiar (el amor, la salud) sin perder la capacidad de entregarse a algo que se ama, por oscuro que sea. Su fijación por lo obsceno, asegura, no se limita a este libro. “Para mí lo obsceno no es un elemento de vergüenza. Lo obsceno es, precisamente, lo que políticamente ha sido cubierto para determinar qué no era lo obsceno. Lo heterosexual, lo capaz –es decir, lo que no tiene una enfermedad–, lo no visto, lo que no está elaborado desde la locura, lo burgués” matiza. “Pues sí, me interesa lo obsceno, porque yo no soy nada de esas cosas. Estoy como una cabra, no soy burgués y no soy hetero”.

Su tendencia hacia la conexión y la conciliación le hermana todavía más con Berta García Faet, Alejandro Simón Partal, Elizabeth Duval, Héctor Aceves, Constantino Molina y otros miembros de ese grupo al que Marina tal vez pertenezca aunque escriban poesía. “Muchas veces en los estudios sociológicos, desde lo queer, se habla mucho de romper con los órganos establecidos, con la familia, etc. Yo creo que hay una relación que no se puede quebrar entre la memoria y lo que son unas vidas supuestamente radicales”, explica (y procede a divagar sobre qué será una vida radical). “La idea de cesión me parece muy importante para vivir. No tanto a lo mejor para formar una comunidad política que anhelamos, pero sí para poder estar vivos, de pie, sin arrancarnos de los pelos, ni saltando de un quinto, ni nada por el estilo”, sintetiza.

Como la ruptura sentimental que describe. “Quiero dejar siempre abierta esa idea de que las cosas pueden unirse de nuevo, porque pueden repararse”, encadena. “Se habla muy poco que las vidas se pueden reparar, las personas se pueden reconciliar, las personas se pueden encontrar. Y es mucho más asombroso contar cómo lo hacen. Es más fácil que las cosas se desencuentren, que se rompan, que se deformen. Que algo se encuentre, en escena, en la página, es más complejo. Y mucho más interesante”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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