“No quiero que piensen: ‘Es muy vieja para hacer eso”: la tenacidad de Sigourney Weaver tras cinco décadas en la pantalla
‘El maestro jardinero’ es la nueva película de una de las actrices de más de 70 años más activas de Hollywood, una de la que nunca se anuncia un regreso porque jamás ha desaparecido
Cuando Sigourney Weaver (Manhattan, 73 años) empezó a estudiar teatro en Yale, sus profesores le dijeron que no tenía suficiente talento para ser profesional. Un rechazo que todavía le escuece tras cinco décadas de éxitos. “La vida te dirá lo suficientemente rápido en este negocio si puedes hacerlo o no, sin que tus profesores te desanimen. Me costó años reconstruir mi confianza”, declaró años después. Poco tiempo después de aquel desplante protagonizó Alien (1979) e inició un idilio con crítica y público que se mantiene más de 40 años después. No ha parado de trabajar desde entonces y a una edad en la que según mandan los cánones debería ser invisible, tiene la agenda repleta. Esta semana estrena El maestro jardinero, escrita y dirigida por Paul Schrader y hace unos meses fue una de las protagonistas de la supertaquillera Avatar: El sentido del agua, en la que interpreta un papel peculiar: una adolescente de 14 años.
Aproximadamente esa era la edad que tenía Susan Alexandra Weaver cuando decidió que “Susan” era un nombre “demasiado pequeño” para alguien a quien sus padres llevaron al médico “por miedo a que no parara de crecer”. Leyendo El gran Gatsby se encontró con Mrs Sigourney Howard, un nombre que tan solo se menciona una vez en la novela, pero que le resultó adecuado para la persona que empezaba a ser. El colegio protestó. Sus padres no, ellos mismos eran conocidos por nombres que no figuraban en su partida de nacimiento. Su padre, Sylvester “Pat” Weaver, fue presidente de la NBC a mediados de la década de 1950 y creó dos shows míticos que siguen vertebrando la parrilla del canal: Today y The Tonight Show. Su madre, Elizabeth Inglis, fue una actriz británica que trabajó con Hitchcock. Por si lo de Sigourney era tan solo una fase decidieron llamarle “S”. Ella misma pensaba que era temporal, no imaginaba que pocos años después ese nombre ya no remitiría a Fitzgerald, solo a ella.
Pensando más en ser escritora que actriz, se matriculó en Yale, la universidad con el mejor departamento de teatro. Allí coincidió con una estudiante prometedora: Meryl Streep. No podían ser más opuestas: Streep ya era Streep antes de haber pisado un escenario, rubia, resplandeciente, tenaz y perfectamente integrada en el entorno, encajaba en cuanto papel se planteaba. Sigourney, por su parte, era atípica y estrafalaria, vivía en una casa en un árbol, se vestía con ropa de elfo y tocaba la flauta junto a su novio. “Eran los años setenta, ya sabes, ¡flower power!”. Le gustaba el teatro, pero el cine le planteaba dudas. Sus 182 centímetros de estatura suponían un hándicap ridículo, pero real. “Los productores son bajos, yo soy alta, no soy la fantasía sexual del productor medio”, contó en The Guardian.
Cuando años después se convirtió en una estrella, localizar su debut en Annie Hall (1977) se convirtió en una especie de yincana para cinéfilos (pista: aparece apenas seis segundos a la puerta de un cine al lado de Woody Allen). Los espectadores la descubrieron a lo grande en Alien, pero no fue sencillo llegar hasta allí. Aunque el papel de Ripley ha cambiado su vida, en un principio lo rechazó. “No quería hacerlo. Era ciencia ficción y yo era una esnob total, quería hacer obras de Mike Nichols, Woody Allen y Shakespeare”. El papel era una joya, uno de esos casos anómalos en los que el guion había sido escrito sin definir los géneros, lo que llevó a los productores a plantearse por qué no podía ser una mujer. Un giro que ofrecía una ventaja añadida: nadie esperaría que fuese una mujer y desconocida quien sobreviviese hasta el final. Aceptó el papel después de ver los impresionantes diseños del xenomorfo. Para motivarse se imaginó como una de las obras que interpretaba en el off Broadway. “Decidí que actuaría como si interpretase Enrique V en Marte”.
Funcionó. La crítica y el público se pusieron de acuerdo y aquella pequeña película rompió la taquilla y dio origen a una saga millonaria. Si por Alien cobró 30.000 dólares, por la cuarta, Alien: Resurrection (1997), el chequé alcanzó los 11 millones de dólares, lo que equivalía a todo el presupuesto de la primera parte. Que Ripley pudiese ser interpretado por un hombre o una mujer no le parece relevante sino lógico. “Siempre le digo a los guionistas que el secreto para escribir cualquier personaje de mujer es simplemente escribir el personaje pensando en un hombre y, sin cambiar ni una palabra, hacer que lo interprete una mujer sin añadir después ningún tipo de escena en la que de repente se derrumbe y llore”, declaró a The Hollywood Reporter.
Si dudó ante el primer Alien, tampoco tuvo clara su participación en la segunda entrega. Todo el equipo dudaba de un joven y tímido canadiense llamado James Cameron. Nadie había visto Terminator y faltaba mucho para que se autoproclamase “rey del mundo”. Pero Aliens: el regreso volvió a reconciliar taquilla y crítica y le reportó su primera nominación al Oscar, algo poco habitual para una película de género. Ripley era ya un símbolo y como Hollywood había olvidado a las pioneras que habían popularizado el cine de acción, las mujeres empuñando un arma eran residuales (su presencia se reducía a algún wéstern y la blaxploitation). De modo que Weaver abrió la puerta por la que luego se colaron Lara Croft, Katniss Everdeen o Imperator Furiosa.
En todo caso, no disfrutó trabajando en cine hasta que rodó El año que vivimos peligrosamente (1982) con Peter Weir, una historia real ambientada en los disturbios políticos de la Indonesia de la década de los sesenta, al lado de Linda Hunt y Mel Gibson, con quien mantenía un tórrido romance en la pantalla. Como casi todos los actores, Gibson es más bajo que ella, así que “cuando fuimos al estreno en Los Ángeles, me animó a usar los tacones más altos que pudiese” (un detalle que valora, acostumbrada a que cuando entra en una habitación muchos hombres se sienten para no verse a su lado de pie).
1988 fue el año más importante de su carrera. Recibió dos nominaciones al Oscar. Uno como actriz principal por Gorilas en la niebla, la historia de la primatóloga Dian Fossey, asesinada por furtivos tras una intensa lucha en favor de los derechos de los gorilas. La experiencia despertó su conciencia ecologista y desde entonces es presidenta honoraria de la organización The Dian Fossey Gorilla Fund y la posicionó como estrella de primera fila. Otro, como secundaria, por dar vida a la engreída Katharine Parker de Armas de mujer, un clásico de la comedia, el terreno en el que se siente más cómoda. Tuvo oportunidad de volver a demostrar su talento para el humor en unas cuantas películas. En Cazafantasmas, la hierática Dana Barrett fue el contrapunto perfecto a los anárquicos personajes de Bill Murray y Rick Moranis. También lució su vis cómica en proyectos que no tuvieron tanta repercusión como la divertidísima Jeffrey (1995), la primera comedia gay sobre el sida en la que interpretó a una implacable gurú de la autoayuda, o Las seductoras (2001), formando un trío de ensueño con Anne Bancroft y Ray Liotta, y sobre todo en el clásico de culto Héroes fuera de órbita (1999).
Si algo demuestra su ductilidad es que el mismo año que rodó la disparatada Héroes fuera de órbita protagonizó también la devastadora Mi mapa del mundo, la historia de una mujer bajo cuya supervisión fallece la hija de su mejor amiga. Asegura que es la película de su carrera que querría que más gente hubiese visto. A las órdenes de Polanski fue, en La muerte y la doncella (1994), una presa política que décadas después se encuentra con el hombre que la torturó y violó durante una dictadura fascista en algún país indeterminado de Sudamérica. “No me sentí segura como actriz hasta que hice La muerte y la doncella”, afirma. Y no tiene reparos en reconocer que volvería a trabajar con Polanski. Weaver no se sumó a la ola de revisionismo que afectó a directores como él o Allen. Aunque es consciente del sexismo de Hollywood, es de las pocas actrices que no tiene una historia terrible relacionada con el #metoo. Lo reveló a The Hollywood Reporter. “Que Alien fuese mi primera película me ayudó: tenían demasiado miedo de que sacara un lanzallamas, y después creo que les parecía demasiado vieja para abusar de mí”.
Su vida privada no resulta demasiado interesante para la prensa de sociedad. Lleva 40 años casada con el escritor y director Jim Simpson y tiene una hija. Contraviniendo esa regla no escrita según la cual dejan de escribirse personajes interesantes para las mujeres a partir de una determinada edad —las películas se hacen, pero el público no las ve—, ella nunca ha tenido problemas para encontrar papeles. No hay parones en su carrera y no hay un resurgimiento de Weaver porque nunca ha desaparecido. Lleva casi cinco décadas presente en teatro, televisión o cine, algo que tiene que ver con cómo ha enfocado su carrera. “No quiero sentarme en una torre de marfil, esperando a que mi gran película salga una vez cada cinco años. Eso es muy aburrido. Quiero estar ahí fuera, trabajando con diferentes generaciones”. Sobre su papel en la saga Avatar, que le exigió pruebas como pasar horas sumergida en tanques para aprender a mantener los ojos y la boca abiertos bajo el agua, explicó: “No quería que nadie pensara: ‘Es muy vieja para hacer esto”.
Weaver sabe que no abundan los personajes de más de 70 años en el cine. “A menudo soy la persona más vieja en el plató”, ha bromeado. Pero no tiene problemas con que su edad se manifieste en su rostro. “Me gusta envejecer, es interesante. No creo que sea atractivo tener una cara tensa con el cuerpo de un hombre de 65 años. Me parece que da miedo. Mi madre era una gran belleza y nunca sucumbió a la cirugía plástica. Ella pensó que era mejor envejecer con gracia. Siento lo mismo”.
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