Nazario: “Soy un superviviente del sida, del alcoholismo, del tabaquismo… y no tengo ningún complejo de culpa”
El dibujante presenta una exposición en la galería Bombon Projects dedicada a Anarcoma, el transgresor personaje con el que alcanzó la popularidad en la revista ‘El Víbora’ en los años ochenta
Hace 45 años se publicaba la primera entrega del cómic Anarcoma, las aventuras de una detective transexual en los bajos fondos de Barcelona, salpimentadas de sexo explícito, que pronto pasaron de la estricta marginalidad a los expositores de los kioscos. La Transición española era quizá el momento propicio para este tipo de movimientos. Su autor, Nazario Luque (Castilleja del Campo, Sevilla, 79 años), bajo la firma Nazario, llevaba desde principios de la década de los setenta publicando sus rompedoras historias dibujadas, a menudo protagonizadas por hombretones cargados de testosterona y ligeros de bragueta. Pero fue gracias a la llegada de Anarcoma a las páginas centrales de la revista El Víbora cuando alcanzaría la difusión que su obra merecía. Después pasó a temas en teoría más elevados, inspirados en la ópera y la literatura, y también a exponer sus pinturas en galerías convencionales, porque se había cansado de dibujar penes, según sus palabras. Y, sin embargo, la alta cultura y la cultura popular siempre acaban confluyendo: la galería de arte Bombon Projects, una de las más prestigiosas de Barcelona, dedica su actual exposición, Anarcoma, tú y yo (hasta el 17 de junio) al personaje más popular de Nazario, lo que supone un justo homenaje con ocasión del aniversario.
¿Cómo se le ocurrió la idea de Anarcoma? Yo quería hacer una historia para una serie estilo continuará y publicar al final un álbum recopilando todas esas entregas, y para eso hacía falta un personaje potente. Y pensé que un detective sería lo adecuado. Lo que pasa es que un detective hombre me resultaba demasiado déjà vu, con Bogart y tal, y en mujer ya estaban Barbarella o Modesty Blaise. También quería retratar el ambiente homosexual de Barcelona, pero pensé que si el personaje fuera un homosexual sería lo mismo que un hombre, solo que acostándose con otros hombres. Hacerlo transexual daba más juego, y de paso podía retratar el ambiente de los locales de transformistas.
¿Se inspiró en alguien en particular? Muchas amigas travestis me preguntaban: “¿Te has inspirado en mí?”. Pero yo me había inspirado en todas, con esos pechos hormonados y una polla grande, y la llamé Anarcoma como mezcla de anarquista y carcoma. Empecé publicándola en la revista Rampa, una publicación de destape típica de esa época, que solo duró 4 números. Entonces, el director de El Víbora pensó que estaría muy bien como página central en colores para su revista. Y fue un bombazo.
¿A qué atribuye ese éxito? No era solo yo, sino todo los artistas que empezamos con el rollo underground: [Javier] Mariscal, [Francesc] Capdevila ‘Max’, [Antonio] Pamies, [Miguel] Farriol... El Víbora llegó a vender 30.000 ejemplares en sus mejores momentos. Era una revista heterosexual, o para todos, porque yo me negué a participar en revistas solo homosexuales.
¿Por qué? Porque eran una especie de gueto. Esta llegaba a todo el mundo. Muchos amigos me dijeron: “Recibir en mi pueblo la revista cuando estaba en el armario era una liberación”.
En aquel momento no se hablaba del personaje como trans, sino como travesti. ¿Cómo ha visto la evolución del movimiento trans en este tiempo? Para los transexuales entonces el paso era más complicado y arriesgado, porque las siliconas fallaban o la operación no siempre funcionaba bien, y te quedabas a medio camino entre una cosa y otra. Yo tenía amigas a las que les había fallado y estaban arrepentidas. No era fácil la elección, pero había quien se arriesgaba. En Anarcoma incluí también el personaje del robot, fabricado como supermacho, que empieza a sentirse mujer, a travestirse y hormonarse y actuar como mujer. Esto era llevar las cosas a un límite... no sé si estrambótico, pero sí rizar el rizo de la normalidad, dentro de la normalidad que ellas pudieran tener.
¿Qué le parece el feminismo transexcluyente? Estar contra todo no es nada positivo, no me hace ninguna gracia. Me suena a cuando los maricones [sic] no dejaban entrar a mujeres en sus bares. Algo así, de intransigencia, es lo que sienten estas personas que no admiten la realidad que hay.
En sus historias siempre sacaba unos arquetipos masculinos muy distintos de los hombres musculadísimos y perfectos. Los suyos eran robustos, peludos y calvos. ¿Se debía a un fetiche erótico personal? Es que no me gustan los chicos jóvenes, no me atraen. Mis novios suelen tener mínimo 30 o 34 años y responden a ese prototipo que dices. No digo Alejandro, mi marido, que tenía una polla fantástica. pero no era así. Pero mis novios sí, me gustaban con barriguita y tal. Alejandro y yo formábamos una pareja abierta, y los novios que nos ligábamos cada uno los conocíamos con 30 años y al cabo del tiempo tenían 50. En cuanto te das cuenta, son mayores. No tienen mis 80, pero sí los sesenta y tantos. A uno al que conoció Alejandro hace 15 años le dio un ictus un día después de follar y lo ingresamos en el hospital. Y así sigue.
¿Cree que la pareja abierta es una opción mejor? La pareja homosexual muchas veces es un remedo de esa pareja heterosexual. Tengo un vecino que en casa con su marido jamás va a meter un novio. Su normalidad es la suya y la mía es la mía, pero la de él a mí no me gusta, me parece una hipocresía. Yo me acuerdo de cuando al principio Alejandro me era infiel, y ahora la palabra “infiel” me resulta tan tonta como “marido” o como “viudo”.
¿Cómo lleva usted la viudedad? Alejandro y yo nos casamos in articulo mortis cinco días antes de morir él, y pasé de marido a viudo. Y veo los papeles y leo “viudo” y me parece que no tiene ningún significado. Con el matrimonio como lo conciben la iglesia y la sociedad nunca he estado de acuerdo. Cuando se aprobó pareja de hecho fuimos enseguida a registrarnos, pero después, cuando se podía uno casar, fuimos reticentes porque nos recordaba a el sacramento de la Iglesia. Pero hay muchos otros homosexuales a los que les gustaría hasta ir vestidos de novias, con toda esa parafernalia heterosexual.
¿Es usted más partidario de la disidencia que de la asimilación? De joven tenía la falsa ilusión de considerar la homosexualidad como algo revolucionario. Pensaba que el homosexual debía ser de izquierdas y solidario, y otras cosas que me gustaban. Y luego me di cuenta de que no, que hay homosexuales burgueses, que no se preocupan del que tienen al lado. Los hay hasta de extrema derecha.
¿Se considera un activista? Yo me enfado cuando me retratan como un cliché de homosexual activista por mis cómics. Activismo es, como también he hecho, acudir a manifestaciones en apoyo de los saharauis, o dar clases de español a inmigrantes, o participar en la lucha contra un macrovertedero que querían poner en mi pueblo, o retirarme de una exposición que hizo el ministerio de Cultura durante la guerra de Irak. Son otro tipo de implicaciones, no solo las del tema homosexual. Y luego sí, he participado en apoyo a los seropositivos o la campaña por el condón. Pero el primer dibujo que me publicaron en mi vida, en cuanto vine a Barcelona, fue por un cura de aquellos llamados obreros, que me preguntó si le podría hacer un panfleto y le dije que sí. Y yo pensé que un panfleto sería más atractivo para la gente si llevaba dibujos que con un texto duro, así que así lo hice, y ese fue mi primer dibujo publicado.
En cierto momento su obra cambió de rumbo y pasó a referentes de la llamada alta cultura, al parecer porque se había cansado “de dibujar pollas”. ¿Las pollas son incompatibles con la alta cultura? Había veces que de verdad me cansaba de pintar pollas. Mucha gente me identificaba con Anarcoma cuando yo hice muchas otras cosas. Lo que me gusta es contar historias, y como se me daba bien dibujar, lo he hecho con cómics. Pero también me gustan la ópera y el teatro. En Salomé y Turandot seguía estando el sexo, solo que de manera más sutil. Igual que cuando pinto mis cuadros. Nunca pierdo de vista el sexo porque me apasiona. Siempre sostengo que soy adicto al sexo como otro lo será a lo que sea. Me gusta practicar sexo a cualquier hora, y no siempre con hombres fantásticos, pero eso no se lo digas a nadie.
Cuenta usted que en la primera manifestación del orgullo gay en Barcelona se relegó a su amigo Ocaña por presentarse vestido de mujer, porque se quería mostrar la imagen de “un maricón macho, no afeminado”. ¿Hemos mejorado en eso? No solo lo habían relegado a Ocaña, sino a travestis y afeminados en general, para dar la imagen de que el homosexual es “normal”, tan macho como cualquier macho. Y hubo protestas de los colectivos de travestis y homosexuales, como las hubo en Francia, donde ocurrió lo mismo. Nosotros luchábamos contra los que nos querían discriminar, pero resulta que discriminábamos a las mariquitas por no ser machos. Menos mal que hubo una revisión de esto.
La manifestación fue prohibida durante un tiempo, pero hoy se ha convertido en una gran oportunidad de mercado. No me he perdido ninguna manifestación desde la primera. Está la manifestación y luego está la cabalgata, con los maricones vestidos de cuero y las travestis como si fuera el carnaval de Tenerife, que como espectáculo me puede resultar divertido, pero como militante prefiero ir a la de siempre. Pero no tengo nada contra los que quieran manifestarse divirtiéndose.
¿Qué opina sobre quienes dicen que había más libertad antes que ahora? Depende de para qué cosa hoy hay mucha más libertad, claro. Recién llegado a Barcelona, me echaron del cine Arnau cuando el acomodador me pilló con otro en el váter. Y en Londres, en los urinarios de Piccadilly, me vino un tipo por detrás que resulta que era policía y me llevó a comisaría. Había falta de libertad en todas partes. Hoy coges el móvil y al maricón más cercano le mandas fotos o te vas a Montjuïc a estar con el culo al aire.
Antes citaba su apoyo a los seropositivos. ¿Se considera un superviviente de la crisis del sida, incluida la culpabilidad, que es típica de los supervivientes? Superviviente me considero, por supuesto. No ya por el sida sino por todo. Llegar a los 70 es supervivencia. Al sida, al alcoholismo, al tabaquismo… he pasado muchas pruebas para llegar a esta edad. Ahora bien, no tengo ningún complejo de culpa.
Usted vive en plena Plaza Real de Barcelona, que ejemplifica muy bien el progreso de la turistificación en la ciudad. ¿Cómo vive usted este fenómeno? Ahora mismo he salido de mi casa y he tenido que esperar que pasaran delante de mí 40 o 50 personas de la cuarta edad, más que de la tercera, que yo me preguntaba qué hacían aquí con lo a gusto que estarían en su casa o en la playa tomando el sol. Pero no, los llevan de un lado para otro viendo cosas que no sé si les resultarán interesantes. No comprendo esta histeria por hacer turismo hasta la muerte. Han comido el coco a todo el mundo de una forma tan fuerte que están con ansiedad por ver cosas que no les interesan en absoluto. Una persona a la que nunca le ha interesado el arte me parece una tontería que vaya a un museo solo para hacerse selfis.
Usted decidió abandonar Sevilla, donde vivía y ejercía como profesor, para trasladarse a Barcelona, de donde ya no se fue. ¿Por qué? Por el cosmopolitismo de la ciudad. Para los jipis era lugar de paso a Formentera o Ibiza. Cuando por primera vez vi un jipi de pelo largo fumando porros me dio sensación de libertad. Además, las revistas se editaban en Barcelona, y aquí había gente de todos los sitios. Nos solo vine yo: Ocaña vino de Sevilla, y Mariscal de Valencia, y Ceesepe, Hortelano y Ouka Leele de Madrid. Había una amalgama de gente de fuera que vinimos buscando esta especie de libertad que se respiraba.
¿En qué trabaja ahora? Estoy con muchas historias, muy ocupado entre las exposiciones, y las colaboraciones, y mi amigo el del ictus. Pero quiero seguir escribiendo, pero también disfruto de otras cosas.
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