¿Puede un ‘tourbillon’ ayudarme a cocer la pasta ‘al dente’? Cuatro días en el epicentro de la alta relojería
La feria ginebrina Watches and Wonders, la más importante del sector, demuestra el momento de ebullición que vive esta industria de raíz artesanal entre los devotos de la ingeniería y el lujo
“Una celebración como esta requiere más que un reloj”. Las palabras de Frédéric Arnault, consejero delegado de la firma TAG Heuer, el pasado 27 de marzo en la feria Watches and Wonders (Ginebra), reflejan el momento de euforia que vive el sector relojero. También la ambición mediática de esta feria especializada que a lo largo de toda la semana compaginó presentaciones de producto de hasta 48 marcas con apariciones estelares. La de TAG Heuer, a la que se refería Arnault, fue la presentación del trailer de un cortometraje protagonizado por Ryan Gosling y dirigido por David Leitch (Bullet train, Deadpool 2, John Wick) que se estrenará a finales de abril. Solo una hora antes, el mismo auditorio acogía a Julia Roberts, imagen de Chopard, para anunciar que la firma de joyería y relojería se ha comprometido a emplear un 80% de acero reciclado en todas sus colecciones de dicho material. Roberts fue la mayor superestrella en acudir hasta Palexpo, el pabellón de congresos y exposiciones donde se celebra la feria, pero no la única. A lo largo de la semana, famosos como Roger Federer (por Rolex) o Ronaldinho (por Rebellion) han coincidido con nuevos astros asiáticos, como el cantante Cai Xukun, que evidencian una de las grandes novedades de esta edición: el regreso del mercado chino, fundamental en la alta relojería, y que no acudió el año pasado a la primera edición presencial de esta feria. Este año, su presencia ha elevado hasta 43.000 los visitantes de la feria, frente a los 22.000 del año pasado. Y estos datos están alineados con el momento pujante que vive la relojería suiza, un sector que en 2022 rozó los 25.000 millones de euros (24.800 millones de francos suizos) de facturación.
Watches and Wonders es la cristalización de un nuevo orden dentro de la relojería. Antes de la pandemia, las marcas se dividían entre SIHH, la feria ginebrina precursora de la actual, y Baselworld, en Basilea. Ahora, con notables excepciones (como el poderoso grupo Swatch, que ha abandonado las ferias y presenta sus marcas de forma independiente, o el gigante de la relojería artesanal Audemars Piguet, que organiza su propio calendario), los principales nombres de la industria se agrupan en este evento, que ya es, sin más rodeos, la gran cita mundial de la relojería. Allí se congregan las principales firmas del grupo Richemont, que incluye desde enseñas centenarias como Cartier o Van Cleef & Arpels a firmas jóvenes y saludablemente agresivas como Roger Dubuis, y a un puñado de leyendas relojeras como Vacheron Constantin, Jaeger-LeCoultre, Officine Panerai o IWC. También hay puntales del gigante LVMH, presente con firmas como TAG Heuer, Hublot y Zenith, y versos sueltos tan relevantes como Hermès o Chanel, los potentísimos Rolex y Patek Philippe, y firmas independientes y familiares, algunas con un siglo de historia y otras con apenas un lustro. Este año la gran novedad ha sido la incorporación de Alpina y Frédérique Constant, dos firmas pertenecientes al grupo Citizen Watch Group. La primera es una casa veterana especializada en relojes deportivos, y la segunda es una firma joven (nació en 1988, que en relojería equivale a anteayer) que ha demostrado que es posible ofrecer relojes con movimientos de manufactura –es decir, mecanismos fabricados internamente, sin acudir a proveedores externos de movimientos genéricos– por precios muy inferiores a los del resto de la competencia.
La competencia, en todo caso, es fundamental en Watches and Wonders, una feria profesional y especializada donde las innovaciones técnicas se aplauden con vítores y cuyos asistentes pueden pasarse horas debatiendo sobre la utilidad de un tourbillon, el desgaste que produce una aguja sobre el eje o la frecuencia de un microrrotor. Es un evento cuyos principales destinatarios son minoristas y periodistas, aunque el público general ha adquirido hasta 12.000 entradas para visitarlo durante el fin de semana. En las jornadas profesionales, el tiempo se estructura en parcelas cartesianas de tiempo y un calendario infinito de citas fijadas con meses de antelación y que se suceden sin rodeos: el invitado llega, le explican las novedades, las ve, las toca, las fotografía y se las prueba, en una liturgia de guantes de raso, bandejas de terciopelo y lupas que sus organizadores han denominado Touch & Feel Sessions. Después –esto no lo ven los periodistas– los negocios se cierran en eficaces salas de reuniones que las marcas instalan en sus stands, que son grandes arquitecturas efímeras, pequeños edificios a medio camino entre una tienda, una oficina y una instalación: hay fuentes, esculturas gigantes, robots, espejos, artesanos en vivo y autómatas. En el puesto de Van Cleef & Arpels, el público hace tiempo entre las vitrinas a la espera de que el personal de la marca active alguno de sus tres autómatas de gran formato, más próximos a la escultura o el mobiliario que a los relojes de muñeca. Este año han traído un planetario cuyos astros, recubiertos de piedras preciosas, elevan el precio de la pieza hasta el disparate. También flores –ciclamen y nenúfar– con insectos y mariposas de orfebrería que denotan el gusto del gigante asiático.
El espectáculo sigue en los precios: en Watches and Wonders hay modelos (pocos) por 1.000 euros, pero las novedades más jugosas se mueven sin problemas con precios finales entre las cantidades de cinco y seis cifras. Por ejemplo, el flamante Square Bang Unico High Jewelley de Hublot, un prodigio de oro engastado con 285 diamantes, alcanza los 418.000 euros. La siempre espectacular Roger Dubuis, especializada en imponentes relojes esqueletizados con complicaciones futuristas cuyas ediciones limitadas se agotan al instante a pesar de que sus relojes pueden superar el medio millón de euros, ha presentado un Monovortex™ Split-Seconds Chronograph limitado a una unidad –o disponible bajo encargo– cuyo precio no se ha hecho público, y un modelo apodado Blacklight, que resplandece en la oscuridad con varios colores distintos.
Aquí la crisis bancaria y los azares de la actualidad internacional no se perciben, o se perciben para bien, ya que la alta relojería, como el arte o las joyas, se considera un valor refugio para invertir en tiempos de incertidumbre. En una industria donde las subastas revalorizan modelos clásicos y cuya demanda está creciendo más rápido que la oferta, las colecciones con solera son una apuesta segura. Y la solera, en relojería, reside en las cajas, esas piezas de acero, oro, platino, titanio o zafiro que enmarcan la maquinaria. Incluso las firmas más voluminosas agrupan sus numerosos productos en torno a un puñado de cajas que generalmente se pueden contar con los dedos de ambas manos. ¿El motivo? Son elementos difíciles de producir y diseñar, y deben ser versátiles para acoger mecanismos y complicaciones de todo tipo. Si están bien diseñadas, duran décadas. De ahí que algunas sean tan icónicas como la del Ingenieur de IWC Schaffhausen, obra del legendario diseñador Gérald Genta, que regresa reformulada y con nuevas complicaciones.
Este año dos de las cajas más emblemáticas del mercado cumplen 60 años. Una es la del Carrera de TAG Heuer, ideado en homenaje a la Carrera Panamericana y que ahora regresa en un cronógrafo de 39 milímetro que han apodado ‘Glassbox’, porque el cristal de zafiro que recubre la esfera está levemente abombado y curvado en los extremos para evocar los cristales de plástico que llevaban los modelos originales. También entra en la sesentena el Daytona de Rolex, surgido igualmente en los circuitos de automovilismo. El modelo con el que lo conmemoran es un Oyster Perpetual Cosmograph Daytona de belleza gélida y contundente gracias a una caja y brazalete de platino que le aportan aún más solidez.
El automovilismo, junto al buceo, la aviación y el alpinismo, es una inspiración constante en una industria tradicionalmente masculina y con cierta tendencia a la nostalgia. Las cosas, en todo caso, van cambiando. Por un lado, cada vez más firmas se resisten a segmentar sus colecciones por géneros. Y, por otro, los códigos han dejado de ser inmóviles. Los diamantes, las piedras preciosas y los cristales de colores ya no son patrimonio exclusivo de los relojes para mujer. En Hublot, el miércoles se vendió una edición de 12 unidades del nuevo Hublot Classic Fusion Takashi Murakami Ceramic, una fantasía multicolor de la marca que ha revolucionado la relojería de lujo a base de materiales innovadores, descaro deportivo y complicaciones enrevesadas hasta el extremo. Sus modelos con diamantes engastados, los de precio más elevado, son indudablemente masculinos debido a las dimensiones de la caja. A su vez, el exclusivo Tank Normale de Cartier Privé (solo 20 unidades) con caja de platino engastada con 42 diamantes tampoco tiene género definido, igual que gran parte de referencias de Cartier, que este año ha sacado músculo presentando tres nuevos calibres relojeros y varias colecciones de impacto. Su novedad más imponente es un Santos-Dumont esqueletizado cuya masa oscilante, que aparece descentrada, tiene la forma del Demoiselle, uno de los artefactos volantes diseñados por Alberto Santos-Dumont en 1907. Si hablamos de diseño, su recuperación de la caja ovalada Baignoire y la nueva colección Clash [Un]Limited son dos ejemplos de lo serio y contundente que se está poniendo el sector de los denominados relojes-joya.
Algunas marcas presentan una treintena de referencias y otras una sola. Este es el caso de la venerable A. Lange & Söhne, al que le ha bastado la versión en cronógrafo de su línea Odysseus, el primero automático de la marca, limpio y elegante, para captar la atención del público. El sector de la alta relojería suiza se concentra en un territorio considerablemente reducido, apenas un puñado de valles cuyos habitantes se conocen y, con frecuencia, pertenecen a familias dedicadas a la relojería desde hace varias generaciones. De ahí que los aspectos técnicos rocen lo obsesivo y la mayoría de las novedades permanezcan embargadas –es decir, en secreto– hasta la apertura de la feria. Aun así, hay coincidencias que podríamos denominar tendencias. Por ejemplo, las esferas de color salmón, una versión más anaranjada y luminosa del cobre, que hemos visto en modelos de Chopard, Vacheron Constantin, Czapek y Bell & Ross. O las cajas de zafiro, ligerísimas y resistentes, que permiten hacer relojes casi transparentes, como sucede con un Square Bang de Hublot o la actualización de un modelo de Chanel presentado el año pasado. La firma fundada por Coco Chanel se ha ganado el respeto del sector relojero gracias a modelos tan ambiciosos como su estrella de este año, un Monsieur Tourbillon cuya esfera está elaborada con una lámina de meteorito, y que incorpora por primera vez un tourbillon volante de manufactura propia.
Este año ha deparado más sorpresas: un ambicioso listado de novedades en Tudor, la recuperación de la colección Pilot de Zenith, los diamantes de vanguardia –sintetizados en laboratorio pero con las mismas propiedades de los naturales– del Carrera Plasma de TAG Heuer, un irresistible Oris ProPilot en homenaje a Kermit (la rana Gustavo de los Teleñecos), la reformulación del Freak One de Ulysse Nardin y la recuperación con acentos vintage de la colección Radiomir de Panerai. El año pasado, la campanada la dio Parmigiani con su Tonda GMT Rattrapante, un reloj poético y sencillo capaz de hablar de domesticidad, nostalgia y viajes con solo una función de segundo uso horario. Ese año, la misma fórmula se aplica a una complicación de cuenta atrás que sustituye al bisel giratorio habitual en los relojes de buceo y que sirve para sumergirse en el océano o, como recordaba el encargado de la presentación, acordarse de apagar el fuego antes de que la pasta pase su punto de cocción óptimo. En una época en que miramos la hora en el móvil o el ordenador, el valor de la relojería clásica no está en la utilidad, sino en la poesía de convertir algo muy sencillo en lo más complicado del mundo.
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