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“Necesitamos hablar de nuestros sueldos”: las ventajas de derribar el gran tabú español

Cuando los trabajadores no disponen de toda la información sobre los rangos salariales en su empresa se arriesgan a negociar peor, sin referencias objetivas y haciendo más difícil detectar posibles discriminaciones

Profesores de Seattle (Washington) protestan en contra de los salarios bajos y otras condiciones laborales, en 1990.
Profesores de Seattle (Washington) protestan en contra de los salarios bajos y otras condiciones laborales, en 1990.Bettmann (Bettmann Archive)
Miquel Echarri

“Necesitamos hablar de nuestros sueldos”, planteaba hace unos meses en Twitter un usuario anónimo, Pictoline, “hay múltiples razones por las que es una buena idea preguntar a tus compañeros de trabajo cuánto ganan”. El tuitero reconocía de entrada que se trata de una conversación potencialmente “incómoda”, pero consideraba que entablarla presenta “múltiples ventajas”. Desde su punto de vista, “es más probable” que los trabajadores que no disponen de toda la información sobre rangos salariales en su empresa “se sientan mal pagados y discriminados” (en ocasiones, sin verdadero fundamento) y se arriesgan a negociar “peor”, con menos referencias objetivas, y potenciales aumentos de sueldo. Además, no contrastar esas cifras hace que resulte mucho más difícil “detectar posibles discriminaciones o brechas de género”.

Sin embargo, por muy evidentes que resulten las ventajas de ese tipo de transparencia, lo cierto es que en España se practica muy poco. Ni siquiera en Twitter. En un largo hilo de la red social sobre la huelga de trabajadores de aeropuertos que se produjo el pasado mes de diciembre, varios controladores aéreos hicieron acto de presencia para expresar su solidaridad con sus “compañeros”. Algunos de ellos matizaron, pese a todo, que no se habían sentido arropados en la misma medida “en 2010″, cuando fue el personal de control el que optó por convocar una huelga. Tras un intercambio de mensajes en los que empezaba a plantearse una hostilidad larvada, alguien planteó una pregunta clave: “Porque, vamos a ver, ¿cuánto cobra un controlador aéreo?”. La primera respuesta de uno de los directamente interpelados fue tajante: “Eso no se pregunta”. ¿Por qué? “Porque es de pésima educación y, además, es algo muy íntimo que no tenemos por qué comentar en público. No sois la Santa Inquisición, no tenéis derecho a juzgarnos por lo que cobramos o lo que dejamos de cobrar”.

Reclutas ingleses reciben su primera paga, el 26 ed abril de 1939.
Reclutas ingleses reciben su primera paga, el 26 ed abril de 1939.Keystone-France (Gamma-Keystone via Getty Images)

Asalariados en el armario

Resulta muy significativo que ni siquiera en el contexto de una discusión entre compañeros sobre condiciones laborales se considere apropiado hablar de dinero. La respuesta a la pregunta del primer usuario, un intento tal vez inocente de introducir referencias cuantitativas en un debate que se estaba empezando a envenenar, tenía una respuesta que no comprometía a nadie: según el convenio sectorial de 2019, el salario de un controlador aéreo que no sea jefe de sala ni jefe de división oscila en España entre los 33.550 y los 80.381 euros brutos al año. Es decir, entre 2.795 y 6.698 euros brutos al mes. Ahí lo tienen, negro sobre blanco. Una respuesta neutra e informativa que no tendría por qué incomodar ni despertar suspicacias.

Hace unas semanas, Aki Ito, redactora de Business Insider, dedicó un artículo a las razones que explicarían que hablar de salarios siga siendo un tabú cultural. Ito centraba su texto en Estados Unidos, un país en el que, según una encuesta reciente de la consultora Capital Group, un alto porcentaje de la población considera que hablar con los amigos de cuánto dinero ganas resulta más incómodo que hacerlo “sobre problemas sentimentales, religión, política, consumo de drogas, enfermedades mentales u orientación sexual”. En torno a los salarios, concluía Ito, se ha consolidado una “densa e hipócrita” espiral de silencio en la que confluyen varios factores: del rechazo social a la ostentación y el miedo a ser percibidos como “superficiales, excesivamente competitivos y frívolos o demasiado materialistas”, a lo humillante que resulta “creer que se está cobrando demasiado poco en relación a tu estatus, trayectoria profesional y nivel de preparación o al rango salarial y las expectativas de tu entorno inmediato”.

Y sí, hablamos del mismo Estados Unidos en el que, en célebre frase del escritor F. Scott Fitzgerald, “la única cuestión sustancial no es si te vendes o no, sino por cuánto dinero te vendes”. El mismo en que un intelectual europeo en el exilio, el cineasta Billy Wilder, languidecía de aburrimiento al comprobar que “hasta la más trivial de las frases incluye la palabra dólar”. Si la que nos hemos acostumbrado a percibir como la sociedad más ostentosa y materialista de Occidente se resiste, al parecer, a hablar de dinero, ¿qué decir de un país de tradición católica de la vieja Europa como España?

¿Un silencio interesado?

Laura Núñez Letamendia, profesora de Finanzas en la IE Business School de Madrid, tiene una hipótesis al respecto. En su opinión, más que una reticencia generalizada a hablar de dinero en sí, lo que sí se percibe en España es que “hablar sobre rangos salariales se ha convertido en un tabú porque a los empleadores, no a los empleados, les ha interesado que así sea”.

La cultura empresarial predominante en nuestro país se caracterizaría así “por la falta de transparencia” en este aspecto crucial: “Todos hemos visto anuncios de multitud de ofertas de trabajo en los que se describen con enorme precisión las tareas a realizar o los requerimientos en cuanto a formación, características personales y trayectoria previa, pero a continuación se dice que la remuneración será acorde al perfil y experiencia aportados”, o alguna otra frase protocolaria similar. Para Letamendia, “son muy pocas las empresas que explicitan en sus ofertas cómo tienen pensado remunerar a los trabajadores que contraten”. De alguna manera, prefieren dejar abierta la opción de pagarles un poco menos.

Basta con una visita rutinaria a bolsas de trabajo online tan populares como Infojobs para comprobar hasta qué punto la afirmación de Letamendia es cierta: de cada diez ofertas, nueve incluyen en su descripción general la fórmula “salario no especificado”. Carlos J., jefe de recursos humanos de la delegación en Madrid de una multinacional tecnológica estadounidense reconoce, aunque insistiendo en conservar el anonimato, que su empresa se acoge a la práctica, “tan común en España”, de “publicar ofertas con rango salarial deliberadamente ambiguo o indeterminado”. Para este “gestor y captador de talento”, esto es una consecuencia más “del alto nivel de desempleo y la considerable falta de dinamismo del mercado laboral español”, lo que hace que a las empresas “les resulte innecesario, en la mayoría de los casos, competir en el rango salarial para captar a los mejores candidatos”. Si no lo necesitan, ¿por qué iban a hacerlo?

En términos un tanto descarnados, explica J., “siempre existe la posibilidad de que en el proceso de selección aparezca un candidato tal vez no óptimo, pero sí idóneo, que esté dispuesto a cobrar menos que el resto”, un margen de elasticidad (para el empleador) que hace que “garantizar de entrada una remuneración mínima sea una estrategia de contratación poco eficiente”. Es más, el profesional reconoce también que “en las entrevistas laborales en España, a diferencia de lo que ocurre en otros países, hablar de oferta salarial, o al menos hacerlo de entrada, supone también un cierto tabú para el candidato”, como si hacerlo pudiese ir en detrimento de su candidatura. “Es una dinámica perversa”, admite el directivo, “porque todos o casi todos trabajamos, en primer lugar, porque nos pagan por ello, pero la relativa escasez de ofertas de trabajo cualificado y potencialmente bien remunerado hace que muchos aspirantes finjan que su motivación por entrar a formar parte de la empresa contratante va mucho más allá de las expectativas salariales”. De ahí esos extraños juegos del gato y el ratón en que se convierten muchas entrevistas en las que el potencial empleador difiere todo lo posible el momento de hablar del salario y el candidato no se decide a preguntarlo.

'A Good Day's Work for a Good Day's Pay' (Un buen día de trabajo por una buena paga), de 1964.
'A Good Day's Work for a Good Day's Pay' (Un buen día de trabajo por una buena paga), de 1964.Buyenlarge (Buyenlarge via Getty Images)

El velo de la incertidumbre

Katia Mendoza, diseñadora gráfica peruana que ha residido tanto en España como en Estados Unidos, asegura haber acudido en nuestro país a entrevistas de trabajo “en las que fui descartada sin llegar a averiguar siquiera cuánto pensaban pagarme”, algo que resultaría “impensable” en otros países.

Mendoza piensa que, más allá de prácticas empresariales “poco transparentes o fundamentalmente deshonestas”, sí existe entre los españoles “una muy marcada resistencia cultural a hablar de dinero” que se manifiesta a todos los niveles. También en conversaciones informales entre amigos. “Entre 2014 y 2017″, cuenta la diseñadora, “residí en California, y confieso que me resultaba incómoda y molesta la tendencia de muchos de mis interlocutores estadounidenses a contarme cuánto dinero ganaban, aunque fuese de manera indirecta”. En España ha encontrado un contexto cultural más próximo a lo que ella describe como “el pudor latinoamericano”. Aunque con matices: “En Perú, los únicos que hablan habitualmente de dinero suelen ser los que tienen mucho, algo que resulta muy visible en los entornos profesionales acomodados de ciudades como Lima”. En cambio, para Mendoza, “en España, el tabú funciona en los dos extremos de la pirámide, el superior y el inferior”. Los que ganan mucho no quieren incurrir en “una ostentación que entre los españoles tiende a generar rechazo”. Y los que ganan poco “prefieren ocultarlo”. El salario medio se sitúa en nuestro país en 22.476 euros brutos anuales para las mujeres y 27.462 para los hombres. Según la intuición de Mendoza, los que se mueven en una horquilla cercana a esas cifras serían los más propensos a hablar de dinero.

¿Un déficit en nuestra educación financiera?

En opinión de Mariel Aybar, fundadora de la asesoría Balanza Finanzas, si nos mostramos más dispuestos a hablar de sexo que de dinero es por cuatro motivos principales: porque nos han inculcado desde niños que lo segundo es “de mala educación”, porque hacerlo implica sentirnos sometidos a escrutinio o potenciales comparaciones desfavorables, porque relacionarse de una manera natural con el dinero exige un aprendizaje que no siempre se nos proporciona y, en conexión con lo anterior, porque “conocemos métricas de salud básica como el índice de masa corporal, pero no las métricas de salud financiera”, y ese desconocimiento “nos avergüenza” y hace que nos resulte difícil pedir ayuda.

Aybar aporta detalles curiosos, como los resultados de un estudio reciente de la Universidad de Oxford que determinó que “los niños empiezan a aprender sobre dinero a los tres años y en torno a los siete ya han consolidado la mayoría de sus sentimientos y actitudes hacia él”. Si en torno a esa edad ya hemos interiorizado que se trata de un tema tabú, a excluir de la esfera de las conversaciones cotidianas, nos será muy difícil llegar a abordarlo con naturalidad en el futuro. Y eso supone una inhibición de consecuencias potencialmente muy negativas, porque los adolescentes y jóvenes que proceden de hogares en los que sí se habla de dinero “son menos proclives a incurrir en gastos impulsivos o a acumular grandes deudas en sus tarjetas de crédito”.

En definitiva, que de la misma manera que no hablar nunca de sexo suele ser síntoma de sexualidad no del todo equilibrada y salubre, la resistencia a salir del armario salarial incluso con tu círculo íntimo (o con tus compañeros de trabajo, precisamente las personas con las que más útil y beneficioso te resultaría compararte) puede acabar dando pie a unas finanzas maltrechas. Recurriendo de nuevo a Scott Fitzgerald, no hablar nunca de dinero es un lujo que solo los muy ricos deberían permitirse.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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