Alcaraz, el tenista número uno que no renuncia a la siesta
El campeón del US Open representa el relevo evolutivo y el cambio de paradigma que el tenis español necesitaba
Su sonrisa franca, hiperbólica y sin doblez —propia de alguien dispuesto a comerse el mundo sin intención de fracturarlo— está en el polo opuesto a la rigidez aznariana de los labios y el mentón de ese Rafa Nadal que durante tanto tiempo ha reinado en las pistas de tierra batida. Sin embargo, todo apunta a que en esa contrastada morfología facial se encuentra el relevo evolutivo y el cambio de paradigma que el tenis español necesitaba.
El ascenso meteórico de Carlos Alcaraz, que ayer se convertía en el tnista más joven de la historia en alcanzar el número uno del ranking ATP, ha coincidido con una exacerbación de la lógica sacrificial del titán de Manacor, que alcanzó cotas de sobresalto con lo que podríamos llamar la Pasión del Roland Garros y la Renuncia de Wimbledon. Menos dado a erigirse en un Juan José Padilla de la raqueta, Alcaraz contrapone una diestra fluidez a la épica zurda de su modelo: sus maneras son distintas, pero su excelencia parece predestinada a ser pareja. Se agradece, por otra parte, ver en este murciano prodigioso a un firme apólogo de la siesta, línea de pensamiento destinada a despertar vocaciones deportivas al demostrar que puede haber un punto de encuentro entre la dosificada holganza y la exigencia deportiva.
El musculado cachorro tiene tan claro cuál es su objetivo como consciente parece ser de la inconveniencia de alcanzarlo a cualquier precio. La gloria no le alcanzará distraído en su piscina de Tiropichón, pero habla muy bien de él que siempre se haya preocupado de que se le siga viendo el pelo en su entorno afectivo más inmediato. La figura de Alcaraz ilustra la pervivencia de ciertos tópicos: en ocasiones, existen los ídolos con los pies tan enraizados en la tierra como aquellos personajes de Amanece que no es poco que crecían entre lechugas y sapiencia ancestral.
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