Vestir requetemal
Hitler y Stalin vestían a juego con sus conciencias. El primero como un patán georgiano, el otro más SA que C&A
Puede parecer algo frívolo hablar del vestuario de Hitler y Stalin, con la que está cayendo (otro día abordaremos la costumbre de Putin de ir sin camisa). Pero dado que el tema lo ha tocado el famoso historiador británico Laurence Rees, está justificado. En su voluminoso y apasionante Hitler y Stalin (Crítica, 2022), Rees habla sobre cómo vestían ambos dictadores. Los dos requetemal, a juego con sus conciencias. No le daban mucha importancia estética a lo que se ponían. Con provocar miedo y emanar poder les bastaba. En eso desde luego crearon tendencia, aunque nadie se atrevía a ir igual que ellos, no fuera que le montaran una purga o una noche de los cuchillos largos. Una vez Hitler le prestó su chaqueta a Speer y la lio (parda, claro): todos pensaron que el arquitecto había ascendido de golpe. Stalin que yo sepa nunca prestó su chaqueta a nadie. Tampoco los pantalones, todo lo más el cinturón a Beria.
Cuando entrevisté a Rees me recalcó que los dos dictadores vestían discretamente. El Wall Street Journal apuntó en 1941 que la diferencia principal entre ambos era el tamaño de sus bigotes. Querían parecer austera gente del pueblo y rehuían la elegancia y la ostentación, no fueran a verlos como miembros de las antiguas monarquías, el Káiser o el zar, respectivamente, con lo que había costado echarlos. Stalin lo hacía, vestirse, como el patán georgiano que era (suerte que no puede leer esto) y a veces se cubría con un guardapolvo gris que parecía sacado del mercado de las pulgas de Stalingrado. Rees señala que el soviético empezó a ir de uniforme cuando vio que iba a ganar la guerra. Hitler iba la mayor parte del tiempo con ropa de corte militar (más SA que C&A), como si estuviera a punto de invadir Polonia. No se puede decir que engañara a nadie; bueno a Lord Halifax sí: la primera vez que se vieron, en Berchtesgaden, lo confundió con un sirviente y estuvo a punto de darle su abrigo para que se lo colgara.
A veces, Hitler y Stalin hacían concesiones al folclore. El primero no dudaba en lucir el Tracht, la indumentaria típica bávara, a la que él le daba un aire como de Oktoberfest en Sachsenhausen. Los Lederhosen siempre en Feldgrau. A Stalin se le vio en alguna ocasión con el traje tradicional mongol, ideal para dejarte caer por Unter der Linden en el 45. Por la parte baja, tanto a Hitler como a Stalin, les gustaban las botas. El alemán llevaba las clásicas nazis de montar y desfilar que los anglosajones denominan jackboots, mientras que el soviético usaba a menudo las botas de agua que llamamos katiuskas (por la zarzuela de los años treinta de Pablo Sorozábal) mientras que para el Ejército Rojo de la Segunda Guerra Mundial katiuskas (katiushas) eran sus lanzacohetes múltiples autopropulsados. Embutidos en sus botas, los dos tiranos se pasearon por Europa tarareando Gimn Sovetskogo Soyuza y el Horst-Wessel Lied, respectivamente, aunque no cuesta imaginarlos cantando juntos a lo Nancy Sinatra: “These boots are made for walkin’/ And that’s just what they’ll do / One of these days these boots are gonna walk all over you”. Uno de estos días estas botas van a caminar sobre ti.
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