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Tigres, amor y zarpazos: Siegfried & Roy, la pareja de domadores que conquistó Las Vegas

Un año después de la muerte de Roy Horn, Bruce Weber recuerda su amistad con los considerados reyes de Las Vegas, su poético final y la huella que han dejado en el mundo del espectáculo

Siegfried & Roy, con sus peinados esculpidos, conduciendo por Las Vegas con un tigre de copiloto.
Siegfried & Roy, con sus peinados esculpidos, conduciendo por Las Vegas con un tigre de copiloto.Bruce Weber

“Cuando le conocí, supe que Roy y yo cambiaríamos el mundo juntos. Nunca hubiera habido un Siegfried sin Roy ni un Roy sin Siegfried”. El 8 de mayo del año pasado, Siegfried Fischbacher se despidió así de Roy Horn, que había sido durante décadas su pareja y su otra mitad profesional, el hombre con el que compartió tigres, leones y neones y que acababa de fallecer víctima de la covid-19. Ocho meses después, él mismo sucumbió a un cáncer en su casa de Las Vegas.

En realidad, nada había sido lo mismo para Siegfried & Roy desde el 3 de octubre de 2003. Ese día, ambos pusieron en pie, como todos los días, el espectáculo de magia y fieras que ofrecían desde 1990 en un teatro que el hotel Mirage de Las Vegas construyó especialmente para ellos. El casino les pagaba 50 millones al año y ellos empleaban a más de 200 personas. Durante más de una década los dos alemanes, que se conocieron a principios de los sesenta en un crucero en el que Fischbacher hacía de mago y Horn de azafato, habían sido los auténticos reyes de la ciudad. “Primero estaban ellos, después Sinatra y después Ann Margret”, confirma por teléfono desde Miami el fotógrafo Bruce Weber, que los capturó en toda su gloria germana para su libro A House is not a Home, en el que también retrató el rancho de Georgia O’Keeffe en Nuevo Mexico, el faro de Maine en el que vivía el pintor Andrew Wyeth o la casa palaciega de la duquesa de Devonshire (la última de las hermanas Mitford) en Inglaterra. Ninguno de ellos tenía en sus casas una piscina del tamaño de un lago pequeño con delfines entrenados ni sus iniciales en pan de oro en la verja del jardín.

La pareja jugando con unos amigos.
La pareja jugando con unos amigos.Bruce Weber

Aquella noche de octubre había varios amigos de la pareja entre el público del Mirage. El día anterior habían celebrado una fiesta con 500 invitados para celebrar el 59º cumpleaños de Roy y sus 44 años juntos. El show transcurría como siempre, con sus elefantes, sus macacos, sus trucos de ilusionismo de alto voltaje, hasta el minuto 45. Entonces, uno de los tigres blancos, llamado Mantacore, un felino de 172 kilos, se salió de su rutina y se acercó demasiado al extremo del escenario, donde se sentaban los espectadores que habían pagado las entradas más caras. Horn, de quien Weber dice que era “mitad hombre, mitad gato”, se colocó entre el tigre y el público y ordenó a Mantacore que se sentase, pero el tigre le agarró de la muñeca derecha. “Release!”, se escuchó por todo el Mirage. “¡Suelta!”.

El tigre obedeció la orden, pero Horn cayó al suelo y Mantacore se abalanzó sobre su cuello y se lo llevó del escenario “como a un muñeco de trapo”, según describió un turista de Miami en una de las crónicas, mientras se oía a Siegfried gritar: “¡No, no, no!”. Hubo entre el público gente que pensó que aquel conato de tragedia formaba parte del espectáculo.

Al parecer, antes de perder el sentido, Horn dijo: “No matéis al tigre”. Y no lo hicieron. Durante los años de dura rehabilitación que siguieron al accidente, en los que Horn estaba prácticamente paralizado, sin poder apenas recuperar el habla, y Fischbacher se convirtió en su cuidador, la pareja contaba a todo el mundo que Mantacore solo quiso salvar a su domador, que había sufrido un ataque al corazón en el escenario. Uno de los entrenadores de las fieras da una versión contraria y asegura que el tigre atacó a Horn de manera deliberada.

En cualquier caso, nadie sacrificó a Mantacore, que aún vivió 11 años más tras el ataque. En 2009, Siegfried y Roy montaron un espectáculo a beneficio de la institución que había cuidado de Horn y salieron a escena tapados con máscaras. En los vídeos de la actuación, se ve a un Roy que se mueve con mucha dificultad, cubierto con una máscara a lo fantasma de la ópera, acercarse con suprema dificultad hacia el tigre. Definitivamente, todo hombre (herido) y nada gato.

Weber se coló hasta la cocina y obtuvo estampas insólitas de la vida cotidiana con grandes felinos de la pareja que inyectó ‘glamour’ al mundo del circo.
Weber se coló hasta la cocina y obtuvo estampas insólitas de la vida cotidiana con grandes felinos de la pareja que inyectó ‘glamour’ al mundo del circo.Bruce Weber

En esos duros años de rehabilitación, Siegfried hizo construir a lo largo de toda Little Bavaria, la propiedad que tenían en Nevada, pasarelas con barandillas, para que Roy pudiese dar unos pasos apoyado en ellas abandonando por unos instantes su silla motorizada. Weber, que había hecho amistad con los dos y hablaba con ellos todas las navidades, no volvió a pisar la casa, que describe como un “palacio de fantasía”, en el que las fieras dormían en una especie de jaulas gigantes y se movían con libertad por toda la casa. “Nunca he visto animales mejor tratados. Allí se comía bien. Cosas ligeras, porque Siegfried y Roy estaban siempre a dieta, pero te aseguro que los animales comían mejor que los invitados”.

Cuando estaban en su suite del Mirage o en la Pequeña Bavaria, los domadores no se pasaban al chándal. “Con ellos no existía el botón de apagado”, asegura Weber, que les vio llegar el día que se conocieron, “en 1985 o 1986”, con sus peinados a lo Modern Talking esculpidos a la laca y “unas botas altísimas, como las que llevarías en el escenario”. Les sugirió que se dejasen barba de dos días para los retratos y a los alemanes aquello les pareció un horror. Finalmente, le hicieron caso, pero al día siguiente abrieron su espectáculo del Mirage advirtiendo al público: “Si nos ven ustedes desaseados, es por culpa de este fotógrafo”.

Siegfried & Roy, como Liberace, al que también fotografió Weber en muchas ocasiones, o como Little Richard, quien de hecho murió el mismo día que Roy Horn, pertenecían a esa era en que las figuras queer eran a la vez invisibles y extremadamente visibles. En un trabajo académico de 2008 titulado Escape to Queer Mountain: Siegfried & Roy, Queer Adolescence and the Cultural Imaginary, el escritor Jeffrey L. Bohn subraya que, en el imaginario público –y llegaron a ser extremadamente famosos en Estados Unidos–, Siegfried y Roy eran siempre “un dúo” pero no una pareja y recuerda cómo viendo en Las Vegas la película IMAX que se emitía sobre su show escuchó a un turista decirle a su mujer que los dos magos eran hermanos. Ellos solían esquivar las preguntas al respecto. “Si preguntas qué pasa en mi dormitorio y en el de Roy”, declaró Fischbacher a Vanity Fair en 1999, “no lo sé y no me importa. Y te lo digo porque yo no te preguntaría a ti qué haces con tu polla”. En la misma entrevista, el ilusionista también apuntó: “Tengo muchos amigos gais en el show business. Siempre son interesantes, inteligentes y divertidos”. Se ha escrito también que dejaron de ser pareja (pero no amigos y socios) en 1998, pero nada que tenga que ver con su relación está muy claro.

No todo eran felinos en los números de Siegfried & Roy.
No todo eran felinos en los números de Siegfried & Roy.Bruce Weber

“¿Sabes cuando ves una foto de dos animales, tipo un pato y un zorro, que se complementan? Ellos eran así, tenían una unión increíble”, asegura Weber, que suele decir que las personas muy famosas (y él las ha fotografiado a todas: Madonna, Brad Pitt, Michael Jackson, David Bowie...) solo son interesantes al principio y al final de sus carreras. Ellos eran la excepción. “Siegfried era sereno y compuesto, Roy, un extrovertido total. Su personalidad era tan fuerte que podía derribarte. Los retraté en múltiples ocasiones y nunca me decepcionaron. Un día me dijeron: ‘Cierra los ojos’. Y cuando los abrí, Roy estaba como sobrevolándonos. Se dice que eran flamboyant. Yo creo que eran más grandes que la vida”.

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