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“A los 20 solo quería beber y fumar”: Jonny Niesche, el artista que descubrió las ventajas de empezar a pintar a los 30

El australiano presenta su obra más grande, en ambición y tamaño, en la Nave Salinas de Ibiza

Tom C. Avendaño
El artista Jonny Niesche con su obra, el diálogo entre sus tres cuadros y la arquitectura de la Nave Salinas.
El artista Jonny Niesche con su obra, el diálogo entre sus tres cuadros y la arquitectura de la Nave Salinas.Sergio G. Cañizares

Uno no sabe si está en el interior de la Estrella de la Muerte, en un anuncio de cosmética de los años setenta, en una odisea por el espacio a punto de comprarse un iPhone en la primera Apple Store de Júpiter o ponderando el concepto kantiano de lo sublime. O todas las opciones a la vez. La única certeza es que se está en la Nave Salinas de Ibiza, o, lo que es lo mismo, en ciertos confines de la cabeza de Jonny Niesche (Sídney, 51 años), el pintor minimalista pop que llena este espacio de 600 metros cuadrados hasta finales de octubre.

“Me han invitado a crear mi propio universo, el jonnyverso”, celebra el artista, actualmente sentado en las escaleras de la nave, con una camisa blanca y una sonrisa en la cara (retamos a que encuentren a este hombre calvo y espigado sin una sonrisa en la cara, por otro lado). Y señala el resultado: dos cuadros verticales de 10 metros de altura y otro horizontal de 20 metros, negros y con forma de parabrisas, cuyas curvas, que remiten a la ciencia ficción de los años setenta, están formadas por incontables matices de incontables colores. Es como si a Mark Rothko le hubieran encargado dibujar un cómic de Flash Gordon. La propuesta, llamada _ness, responde a una vocación espiritual muy concreta. “Me propuse crear un espacio que bloqueara todo el ruido cotidiano, toda esa información que nos bombardea el cerebro a diario; un lugar donde tener pensamientos algo un poco más claros. Un espacio meditativo, pero también un vínculo entre todas las cosas que me han interesado en la vida y han influido en mi arte”.

La enormidad, niemeyeriana casi, de las obras le da al proyecto una entidad inequívocamente incorpórea; le hace sentir a uno diminuto, más idea que humano. “Sentirte pequeño va ligado a sentirte conectado con el universo y eso nos lleva a la idea de lo sublime”, prosigue Niesche, quizá porque no se nace con ese apellido para hablar de fútbol. “La idea es hacerte sentir dentro un templo flotante en el cosmos, donde estar es meditar”, reincide. Tan budista planteamiento, en el que uno se aísla del mundo para encontrar el cosmos dentro de sí mismo, está plasmado literalmente en su obra. “De lejos, parecen ventanas a la galaxia, a lo inabarcable”, señala Niesche. ”Pero si te acercas lo suficiente, verás tu reflejo en la superficie de vinilo”. De fondo, por cierto, se escucha el sonido que hace agujero negro en el centro de la galaxia Perseo, tal y como lo capturó la NASA en su día.

El planteamiento espiritual es tan universal como el espacio exterior. El estético, más concreto, remite directamente a la vida de Niesche, que en su día fue un niño en el Sídney de los setenta, que vio Star Wars y 2001, que se aburrió ante las superficies reflectantes de los pasillos del supermercado con productos de belleza, muy en concreto de los pintalabios… Y que, por supuesto, acabó creciendo con el pegamento más infalible del siglo XX: David Bowie. “Estaba obsesionado con él, con Blondie y con el glam rock en general”, prosigue. “¿Ves ese rojo de ahí?”, dice señalando a una de las paredes. “Pues es exactamente la sombra de ojos de Bowie en la portada de Aladdin Sane. Literalmente la seleccioné con el ordenador y la repliqué”.

_ness es bonita. Es lo mínimo que se puede decir de ella, que es agradable a la vista, que un minuto dentro de la instalación invita a pasar otro. En ese sentido, es una obra invariablemente de Niesche, quien lleva 20 años creando arte y unos cuantos más desinteresado de lo ingrato en la vida. “Empecé a hacer arte a los 30 cuando me aburrí de tocar en grupos de rock hardcore y música electrónica en Nueva York”, explica, en un giro muy poco zen de los acontecimientos. “Antes de esto había estado en Los Ángeles hasta que me harté. Me había ido allí con mi novia desde Australia con tan solo mi guitarra a cuestas. Cuando me fui a Nueva York, una serie de músicos bastante conocidos del mundillo hardcore me dijeron que si quería tocar con ellos. Dije: ‘Vale’. No me gustaba mucho el género, pero acabé de cantante y compositor en varios grupos, y grabé en varios estudios. Tras 10 años así, ya estaba casado con mi mujer y estaba muy harto, era muy infeliz. Me dije: ‘Nos volvemos a Australia’. Una vez allí, no sabía muy bien qué hacer con mi vida, así que probé a ser pintor”, prosigue.

Aclaración: no pintor de artista. Pintor de paredes, muros y tejados. Pintor de brocha gorda.

“Al volver a Australia, mis padres me dijeron: ‘Oye, ¿quieres ayudarnos a arreglar un poco la casa, porque tenemos que venderla?’. Dije: ‘Vale’. Y enlucí las paredes, acuchillé los suelos, pinté todo. Al acabar dije: ‘¿Por qué no hago también el cartel de Se Vende?’ Cogí grafiti y fue muy divertido. ¡La casa se vendió! Compré tres lienzos más, los pinté con los mismos esprays, los moví por ahí, en concreto a la galería de un amigo del colegio y se vendieron enseguida. Así que hice más”, rememora. La pintura quizá no tanto, pero el dibujo había sido una obsesión en su infancia. “Un amigo chileno de mis padres me enseñó a dibujar de pequeño; estaba obsesionado con Da Vinci y me dijo cómo sombrear, colorear, trazar... En el colegio ganaba el premio de la Feria de Arte cada año. Me encantaba el arte... hasta que cumplí 14 o 15 años y me encantaron más las chicas, la música y las drogas”.

Aquella primera remesa de obras le indicó el camino. “Tuve éxito rápidamente, al menos dentro de lo que era una galería pequeña, hasta que un amigo me dijo: ‘Tienes que estudiar arte. Tus cuadros son bonitos, pero no se nota que no tienes ni idea de lo que estás haciendo. Tienes que estudiar para saber cuál es tu lugar en la historia, y en el futuro, del arte”.

Lo hizo. A los 30 se matriculó en el Sydney College of Arts y, tras tres años de matrículas de honor, fue becado por la Academia de Bellas Artes de Viena. “Que también fue una gran experiencia. Si lo hubiera hecho con 20 años, si hubiera recibido entonces todas la becas que recibí después, no habría aprendido tanto. Habría querido beber y fumar. La edad te cambia la actitud”.

Esta no es toda la historia que cuenta _ness, pero sí es toda la historia que está en _ness. Como el rímel de Bowie está en los bordes con curva de Fuga de Logan (1976) de los lienzos, entre otros miles de colores. Es bonita, como todo lo que ha pintado siempre Niesche, pero también es algo más. Aquí él vuelve a sonreír. “Esto es realmente un sitio para no pensar en el mundo exterior, sino en el interior”, zanja. Desde luego.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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