Olvidadas, ninguneadas, “depuradas”: así fueron las carreras de las pioneras de la arquitectura en España
Sus trabajos fueron firmados por hombres o han desaparecido, les negaron sus pensiones y fueron despreciadas en las obras. Recuperamos las historias de dos generaciones perdidas de arquitectas en nuestro país
Su huella está impresa en el paisaje arquitectónico de España, pero sus nombres han sido borrados o ignorados. Las mujeres que se graduaron en Arquitectura en nuestro país antes de 1960 son pocas: se cuentan con los dedos de las manos, y su obra se ha diluido entre la de sus compañeros. Muchos de los archivos de estas proyectistas se tiraron, se suprimieron o se relegaron. No se las cita en las universidades y la mayoría ha fallecido, por lo que no es sencillo hilvanar su relato. La labor de investigadores contemporáneos y los relatos de sus familiares ayudan a reconstruir la historia de estas pioneras.
“Mi madre murió en 2008, unos meses antes de cumplir 98 años. Quería ir a una exposición de Velázquez en el Prado, comer en la Residencia de Estudiantes y ver a sus nietos”, cuenta por teléfono Rita Iranzo, arquitecta e hija de la segunda arquitecta española, Rita Fernández-Queimadelos. “Tu madre se te va a morir en el AVE’, me avisó el médico y yo pensé: ‘Pues mejor en el tren que en la UCI’. Al final, fui a recogerla a Barcelona. La noche antes del viaje, cenamos y charlamos hasta las dos de la madrugada. A las cinco, me dijo: ‘¡Qué dolor!’, y se me murió en el acto”, recuerda. “Lo de mi madre fue vocacional. Su padre quería que estudiara piano y se quedase en casa, pero cuando ella se proponía algo, lo hacía. Era muy obstinada”, describe Iranzo.
Nacida en A Torre, un pueblo de A Cañiza (Pontevedra), en 1911, Fernández-Queimadelos se graduó en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1940. Poco o nada se sabía sobre ella hasta 2017, año en el que se publicó el libro Arquitectas pioneras de Galicia. “Cuando empezamos a investigar, el gremio se burló: ‘¿Qué importancia tiene saber quién fue la primera colegiada?’, nos preguntaban. Nos pusieron trabas. Además, falta bibliografía y en los colegios no figuran sus proyectos. Este sector es muy conservador y está muy masculinizado. Por eso, el colegio profesional se sigue denominando Colegio de Arquitectos y no de Arquitectura”, cuentan en una llamada conjunta los autores, María Carreiro y Cándido López, doctores arquitectos y socios fundadores del Estudio MCCL.
De 1757 a 2007, dos siglos y medio de disparidad
Publicarlo no fue fácil, difundirlo tampoco. “Se elaboró con las subvenciones de investigación del Instituto de la Mujer. Cuando EL PAÍS reseñó el libro, nuestros colegas insinuaron que no se debía al interés que había suscitado, sino a que teníamos contactos”, añaden. Curiosamente, es más sencillo consultar el manual en el extranjero –está disponible en las prestigiosas bibliotecas de Harvard, Columbia, Princeton, Stanford o en la del Congreso de EE UU– que en España. Gracias a su labor y a la de otros profesionales como Inés Sánchez de Madariaga, Zaida Muxi o Juan Valdés resulta más sencillo hoy que hace diez años desempolvar el legado de estas mujeres brillantes.
En cuanto al acceso de la mujer a las facultades de Arquitectura, España ha ido a la zaga de Europa. La Academia de San Fernando venía expidiendo títulos en esta disciplina desde 1757. Y a pesar de que en 1910 se permitió a las mujeres estudiar una carrera, hasta 1936 no se graduó la primera arquitecta, la madrileña Matilde de Ucelay (1912-2008). “El crecimiento ha sido paulatino. En los años treinta, se matricularon cuatro y terminaron tres. Entre los cincuenta y sesenta, cinco. A partir de los sesenta y hasta 1975, se graduaron en Arquitectura menos de diez mujeres por año en Barcelona y en Madrid. En los ochenta, un 15% de los estudiantes eran mujeres. La paridad en esta carrera se alcanza en Madrid en 2007, año en que fallece Matilde de Ucelay”, aclara Inés Sánchez de Madariaga, arquitecta urbanista, profesora en la UPM y experta en género.
Los proyectos ‘de tapadillo’ de una arquitecta inhabilitada
“Conocí a Ucelay, una mujer excepcional, valiente y tenaz que supo sobreponerse a los obstáculos”, describe. No tropezó con pocos. De un entorno familiar muy vinculado a la Generación del 27 y a la Institución Libre de Enseñanza, después de trabajar en el Colegio de Arquitectos durante la Guerra Civil, fue depurada por el régimen franquista. “Se la inhabilitó en 1942 para ejercer la profesión durante cinco años y de por vida para ocupar cargos públicos. En aquella época escaseaban los encargos en el sector privado”, cuenta Sánchez de Madariaga.
Ucelay se las ingenió incluso para trabajar durante los primeros cinco años de inhabilitación. “José María Arrillaga y Aurelio Botella firmaron varias creaciones suyas. Por desgracia, es imposible dilucidar cuáles o cuántas fueron”, precisa López. La caza de brujas acorraló a muchos referentes. “A Matilde la suprimieron de las listas del Colegio de Madrid y eso que había trabajado allí como secretaria”, afirma Sánchez de Madariaga. En 2004 recibió el Premio Nacional de Arquitectura. “Fue un reconocimiento a una trayectoria profesional y vital extraordinarias y pioneras, la de la primera arquitecta española”, añade la experta. Ucelay sigue siendo la única mujer reconocida con este galardón.
La mentalidad patriarcal privó también de derechos sociales a aquellas pioneras. Hasta los ochenta la Hermandad de Arquitectos contaba con su propio sistema de previsión social. A Elena Arreguí (1929-2018), la séptima mujer titulada, la Hermandad nunca le pagó la pensión. “Compartía estudio con su marido [Arturo Zas], con quien firmaba los proyectos. A la hora de jubilarse, se enteró de que el administrativo que gestionaba las cuestiones económicas, con quien Arreguí había hablado varias veces, había enviado las aportaciones a la Hermandad solo a nombre de Arturo Zas”, explica Cándido López. Casi todos los beneficios de la Hermandad estaban pensados para ellos: los embarazos no se contemplaban y, al contrario de los hombres, ellas no percibían pensión de viudedad.
“Las firmonas” y “los maestros”
Las edificaciones de estas pioneras no apelaban a la espectacularidad, algo imperdonable en un sector dominado por “grandes maestros”. “Tienen obra buena y obra algo peor, y como su labor no despierta el interés técnico se las minusvalora”, opina Cándido López. Tanto se despreciaba su ímpetu constructivo (aceptaban buena parte de los encargos) que las apodaron “las firmonas”. “Si se aplican los criterios convencionales –encargos de instituciones importantes u obra publicada en revistas de prestigio, oportunidades de las que siguen sobre todo beneficiándose los hombres–, aún hoy siguen sobresaliendo pocas”, corrobora Sánchez de Madariaga.
“Así, los primeros clientes de Ucelay eran extranjeros, los únicos que se fiaban de una mujer. Ideó casas excelentes, cómodas y racionales. En una época sin cocinas modulares, las suyas eran prácticas; todo quedaba a mano”, detalla Sánchez de Madariaga. En el caso de Pascuala Campos de Michelena (Jaén, 1938), graduada en 1966 y una de las pocas pioneras que quedan vivas, la monumentalidad quedó supeditada a la armonía, más próxima a la delicadeza y expresividad de la arquitectura de Alvar Aalto. “Sus detalles minuciosos me evocaban a las mujeres de mi tierra bordando en los patios”, cuenta la arquitecta por teléfono. “Esta manera de concebir el oficio me acompaña hasta hoy. La recreación del espacio, con sus componentes de belleza y armonía, es una consecuencia del amor a la vida”, afirma Campos.
Milagros Rey Hombre (Madrid, 1930-2014), por su parte, fue la artífice de la fuente de Cuatro Caminos o de la impactante Torre de los Maestros. Con la pandemia, hemos vuelto codiciar la luz, un bien que riega los apartamentos de este edificio, considerado el primer rascacielos de A Coruña. Una estructura moteada de terrazas que Rey concibió abiertas, pero que se han cerrado, y cuyas ideas molestaron hasta al dictador: para otorgar estabilidad a la torre frente a los fuertes vientos, Rey Hombre aplicó la teoría del hormigón no elástico del ruso Timoshenko. El capitán general de A Coruña aseguró que usar “métodos soviéticos en un edificio era faltar al amor a la patria” y los ingenieros se quejaron a Franco. Milagros Rey no se doblegó y el arte ganó una batalla.
Todas fueron polifáceticas, pero quizá la más singular haya sido la canaria María Juana Ontañón (1920-2002), la cuarta en titularse en España. Bajo la dirección de Luis Moya, Ontañón proyectó la Universidad Laboral de Gijón. Como urbanista, firmó el Plan General de San Sebastián y el Plan Bidagor de Madrid. De su ingenio brotaron muchos edificios residenciales de Levante y viviendas de protección social (como las de San Cristóbal de los Ángeles, Madrid). “Conducía, viajaba, hacía fotos y competía en certámenes de esquí y rugby en pantalones, algo mal visto en la época. Fundó junto a su marido el boletín Arquirugby y fue presidenta de honor de la sección de rugby del Club Deportivo de Arquitectura de Madrid”, cuenta López. Asociarse junto a un hombre para montar un estudio es común hoy, por eso, sorprende que Ontañón, que se graduó en 1949, fundara uno propio a pesar de estar casada con el arquitecto Manuel López.
Si hay que buscar paralelismos entre todas ellas, la mayoría procedía de la burguesía acomodada y de centros urbanos –salvo Fernández-Queimadelos y Mª Eugenia Pérez Clemente (nacida en Coria, un pueblo de Extremadura, se tituló en 1957 y murió joven)–; casi ninguna tenía hermanos varones y la mayoría se educó bajo el fuerte influjo de un referente femenino insólitamente empoderado.
Llamada de ¡Hola!
Inteligentes y cerebrales, tardaban menos que sus compañeros en terminar la carrera. “Era costoso y laborioso acceder a Arquitectura. Debían formarse en dibujo, química, biología y matemáticas y hablar dos idiomas. Muchos candidatos se rendían o dedicaban lustros”, explica López. Los profesores las adoraban: “Mi madre [Fernández-Queimadelos] se entendía de maravilla con sus maestros. La admiración era mutua. Para ella, las profesiones no eran cosa de hombres o de mujeres. Eran profesiones. Lo primordial era tener vocación y estar capacitada. Nos [a sus cinco hijos] animaba constantemente a ser autónomos”.
Los medios la sondearon para entrevistarla. Sin éxito. “Le molestaba que la llamaran del ¡Hola! o de una revista de decoración para exhibirla como mujer. No quería que la celebraran por ser una mujer, sino por ser arquitecta. Rechazó incluso dirigir la Fundación de Gremios porque debía serlo de la sección femenina”, cuenta Iranzo.
Cegados por los de sus compañeros, sus nombres brillan menos. Es habitual presentar a Pascuala Campos de Michelena –la primera catedrática de Proyectos arquitectónicos en España– como la exmujer de César Portela, Premio Nacional de Arquitectura. “La mejor obra de César Portela la realizó junto a Pascuala. Pero los arquitectos son egoístas. César se encargó de que no se la relacionara con las creaciones que habían proyectado como socios”, revela Carreiro, que además de coautora de Arquitectas pioneras de Galicia fue alumna de Campos en la universidad.
Pascuala Campos lo desmiente: “Es falso que César me apartara. Además, me es indiferente que se me reconozca”, admite por teléfono. “No me importa que hablen de mí como la exmujer de César Portela. Tampoco me importa haber sido la primera catedrática. El feminismo avanza, pero todavía queda. Como dice Rita Segato, la primera víctima del patriarcado es el hombre”, opina Campos. “Cuando yo estudiaba, las mujeres estábamos fuera de contexto. Cuando enseñaba, aumentaron las alumnas. En clase, proponía un juego: ‘Hablemos en femenino, usemos el nosotras’. Se quedaban atónitos”. Campos coordinó el curso Urbanismo y Mujer en 1993-1994 y alumbró la asignatura Cuerpo, Espacio y Lugar. “Trascender en el cuerpo y en la historia siempre ha sido un relato masculino. La ocupación del espacio como dominio también lo es, por eso la guerra y el guerrero son exponentes de la masculinidad”, razona.
“Pascuala luchó por los derechos de su generación, pero no echó la vista atrás. Era feminista pero no contribuyó a que se recuperara el trabajo de sus antecesoras. Nadie las mencionaba. No hubo transmisión”, señala Carreiro.
Excepcionales, sí, pero también producto de su tiempo. “No pretendieron romper las convenciones ni sumarse al feminismo ni al sufragismo. Querían ser un profesional más y no albergaban ambiciones de teorizar o trascender”, insiste Carreiro. Salvo la madrileña Milagros Rey Hombre, numeraria del Opus Dei, todas se casaron, fueron madres y conciliaron lo familiar con lo profesional. Construyeron el mundo con los pies en él, anticipando las necesidades del mañana. Su mera existencia, no obstante, perturbó a más de uno y ese choque de realidades fue una victoria en la lucha de género. Abrieron camino.
Cómo recibir órdenes de “esa muller”
“En los sesenta, acompañaba a mi madre al estudio y a algunas visitas de obra”, relata Rita Iranzo. “Ella era arquitecta municipal de Mula y escolar provincial de Murcia. La construcción era cosa de hombres y no estaban preparados para recibir órdenes de una mujer. Pero mi madre no se achicaba. Ni siquiera ante el alcalde de Cartagena, el padre de Federico Trillo. Era rigurosa. Si se adulteraba el cemento o no se disponía de la zanja de cimentación adecuada, mandaba demoler. Y ellos se enfadaban. Presencié auténticos cataclismos”, recuerda. Tampoco se amilanaba Chus Blanco (O Carballiño, 1939), licenciada en 1969, autora de obras como el Museo do Viño de Galicia y primera arquitecta en ejercer en Ourense: “[Cuando preparábamos el libro] nos contó que, mientras a sus compañeros del estudio los trataban de “don”, ella era ‘esa muller”, explica Carreiro.
En las aulas, las mujeres han sobrepasado hoy a los hombres. En la práctica, la brecha continúa como si ese dato no se hubiese actualizado. Peor remuneradas, víctimas del empleo a tiempo parcial y del acoso y presión por estar embarazadas (según constata la encuesta Women in Architecture de The Architects’ Journal), las mujeres siguen transformando el mundo a oscuras.
“El 30% de los colegiados son mujeres; del profesorado, solo el 23%, por no hablar de los jurados de los premios, copados por hombres; además, es muy difícil que te publiquen. Si no se aplican políticas positivas que prioricen a la mujer”, alerta Carreiro, “nunca alcanzaremos la igualdad”.
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