Pedro Torrijos: “Yo era un tipo muy soberbio, un poco gilipollas. Hasta que me equivoqué”
El arquitecto y divulgador publica su primera novela, ‘La tormenta de cristal’, basada en la historia del edificio de Citicorp y el desastre que pudo provocar en pleno Manhattan. Una intriga que el autor califica orgullosamente de “pasapáginas”
Pedro Torrijos (Madrid, 48 años) quería dedicarse a contar historias, pero, como explica citando a Luis Moreno Mansilla, “todos nos dedicamos a lo segundo que mejor se nos da”. Y lo segundo que mejor se le daba era la arquitectura. “Estudié la carrera porque tenía muy buenas notas y la chica que me gustaba se metió a estudiarla. Luego la chica pasó de mí y yo también me eché otra novia”, abunda. Ahora, el arquitecto y escritor madrileño asegura que está donde quiere estar. En los últimos años se ha convertido en uno de los más populares divulgadores de su oficio a la hora de narrar las historias de edificios curiosos y las circunstancias que rodearon sus construcciones, así como de acercar el lenguaje de la arquitectura a un público mayoritario. Lo hace desde su cuenta de X, antes Twitter, a través de su popular hilo semanal #LaBrasaTorrijos, desde Instagram y desde sus colaboraciones en medios como la Cadena SER o ICON Design.
Precisamente, su artículo de 2019 para ICON Design El rascacielos que estuvo a punto de destruir medio Manhattan (de no ser por una estudiante) ha sido el embrión de su primera novela, La tormenta de cristal (Ediciones B). En ella, Torrijos construye una historia de ficción sobre la base de unos sucesos reales ocurridos en Nueva York entre 1977 y 1978, cuando un error con el cálculo del viento en la proyección del edificio de Citicorp, de 279 metros de altura, amenazó con provocar una tragedia en pleno corazón de la metrópoli ante el advenimiento de un huracán y obligó a una intervención secreta a contrarreloj.
Una intriga que el autor califica orgullosamente de “pasapáginas”, al margen de la carga peyorativa que el término tenga para algunos. “Parece que, dentro de la literatura seria, que te lean rápido está mal. ¿Quién no quiere que la gente se enganche? A mí me encanta cuando alguien dice que ha empezado el libro a las tres de la tarde y lo ha cerrado a las tres de la madrugada”, afirma. El objetivo de entretener y llevar al lector a su universo lo cumple con creces: citados para la entrevista en la cafetería de CaixaForum Madrid, antes de subir a la planta de arriba dan ganas de comprobar si los roblones del edificio del Paseo del Prado están en su sitio, cuántos hay y si son de resistencia estándar o alta.
De entre las historias de edificios que ha contado en artículos y en redes sociales, ¿qué le llevó a elegir la de Citicorp para su primera novela? Hace 13 años tuve una crisis de salud mental derivada de un problema parecido al del libro. Yo era un tipo muy soberbio, un poco gilipollas. Mi lema era “Pedro Torrijos nunca se equivoca”, en tercera persona, como Aída Nízar. Hasta que me equivoqué. Cometí un error en el cálculo de una estructura. Lo consulté y me dijeron que había unas desviaciones, pero que no eran un problema. A mí, sin embargo, se me metió en la cabeza de forma profundísima y afloró un trastorno obsesivo compulsivo, pensamientos invasivos circulares y catastróficos. Darme cuenta de que era tan falible como cualquier otra persona fue lo que lo activó. Me creía intocable, un superhombre. Fui a terapia y poco a poco salí. Un día, en 2016, me encontré la historia de Citicorp en el podcast 99% Invisible, de Roman Mars. Mi error también tenía que ver con el cálculo del viento. Investigué, reuní declaraciones, leí el artículo original de The New Yorker... Luego escribí sobre ello en Icon Design, tuvo mucho éxito, y después lo hice en un hilo de Twitter que dio la vuelta al mundo. Recuerdo que una mujer lo enlazó y escribió: “Si alguien quiere material para una novela, aquí hay”. La historia de lo que pasó en Nueva York en 1978 es también la historia de lo que me pasó a mí en 2010 en Villaverde, donde vivía. No sé si los siguientes libros que escriba serán mejores o peores, pero lo más probable es que en ninguno haya tanto de mí.
¿Diría que se ha proyectado en William LeMessurier [el ingeniero del edificio que contempló suicidarse tras darse cuenta del error]? He proyectado cómo recuerdo que era yo. En declaraciones, o viéndolo a él en vídeos, reconocía que era muy vanidoso, con un sentido de la heroica. Si tuviera que resumir el libro en tres palabras, diría crisis, catarsis y coraje. Ese tipo de catarsis que hace que cambies, como al final del libro, cuando dice que no quiere volver a ser un héroe nunca más.
A diferencia de la intervención de urgencia que hubo que hacer en Citicorp, con el edificio que usted proyectó no pasó nada, ¿verdad? No, pero es como cuando a alguien que tiene miedo a volar le explicas el teorema de Bernoulli sobre por qué los aviones vuelan, que te dirá que muy bien, pero seguirá teniendo miedo. En mi caso fue lo mismo, vi cientos de comprobaciones y seguía sin convencerme de que no pasaba nada.
En el libro dos mujeres, la estudiante Diane Hartley y la supervisora Jennifer Longo, tienen que superar el ninguneo de los hombres y el síndrome de la impostora para evitar el caos. ¿Hay machismo en la arquitectura? La arquitectura y la ingeniería siempre han sido profesiones muy masculinizadas, aunque ahora menos. Hace 20 años no había estudios donde la cabeza fuera una mujer. Como mucho, una mujer junto a un hombre. El personaje de Diane [la estudiante que descubrió el error en primer lugar, al estudiar el edificio para su tesis] es real, mientras que el de Jennifer, aunque es ficticio, también está basado en otra persona que existió, Vivian Longo, la primera manager de un rascacielos de Nueva York. Tenía solo 25 años cuando la eligieron en 1980. Era una tipa muy competente, que sabía bastante de los ordenadores de aquella época. Es algo que todavía ahora nos sorprendería, así que imagina en ese momento.
Ambienta también una trama paralela en el huracán de San Calixto de 1780. Aparte del fenómeno meteorológico, ¿por qué le interesaba conectar ambas historias? Toda la trama de Citicorp se desarrolla en medio de una depresión económica tremenda que hubo en los setenta. El ayuntamiento estaba hasta arriba de deuda, Nueva York era una ciudad muy distinta, sucia y peligrosa. Times Square era Taxi Driver, prostitutas, chulos, cines X… Construir un rascacielos de una entidad privada en una situación así era algo aberrante. El huracán de San Calixto fue el primer gran huracán documentado y uno de los más devastadores. La historia de unos esclavos negros abocados a la muerte por culpa de un hombre que los considera su propiedad me permitía formular una especie de profecía con Citicorp. Siempre está flotando por la novela la idea de cómo las decisiones de unas pocas personas pueden afectar gravemente a las vidas de la mayoría.
¿Ha llegado a visitar el edificio de Citicorp? Sí, aunque no por dentro, porque no te dejan. Ahora mismo es un edificio de oficinas, porque en los noventa Citicorp lo vendió a unos inversores japoneses. No conserva su nombre, se llama 601 Lexington Avenue. Y es privado. Pero toda la plaza de abajo es accesible, hay tiendas y restaurantes. De hecho, uno de los restaurantes se llama The Hugh, en referencia a Hugh Stubbins, que fue el arquitecto. Es un edificio muy chulo. Hugh Stubbins era un arquitecto competente, aunque no muy famoso. Pero me dolió no ver referencias a Bill LeMessurier, que al final es el protagonista del rascacielos.
La novela también tiene un título que recuerda al de la película de acción La jungla de cristal (1988) ¿Era un modelo en el que pretendía fijarse? La portada se parece mucho al cartel de Tiburón (1975), que me gusta muchísimo. Un triángulo azul y letras en rojo. El autor de aquel cartel, Roger Kastel, justamente murió este mes de noviembre. Y la película y la novela tienen que ver con lo mismo, un leviatán imposible, un depredador absolutamente imparable, un adversario demasiado poderoso con el que no se puede negociar. En mi caso, un huracán. Con La jungla de cristal comparto la idea de presentar al edificio como un personaje. Es una película fascinante sobre arquitectura, porque el edificio Nakatomi Plaza es un personaje genuino, no un escenario. A veces es aliado, a veces adversario, pero nunca un decorado. Pasa igual con la saga de Bourne (2002-2016), sobre todo en la segunda película. Habla de urbanismo casi mejor que cualquier documental, porque hace disfrutar de ello. Siempre he dicho que el mejor libro de arquitectura es Las ciudades invisibles (1972), de Italo Calvino, que no es un libro teórico, pero en él se entiende todo mejor que en cualquier tratado de Le Corbusier.
¿Y cómo se convierte la arquitectura en una novela de vocación masiva o hilos virales de X? ¿Cómo se crea tensión con el tamaño de unos roblones? Si te digo la verdad, la clave no la sé. Para las historias tengo grabado algo que decía el guionista Aaron Sorkin, que hay que estar constantemente acelerado. Si frenas, hay que frenar con el acelerador pisado, ¡cosa que solo se puede hacer en coches automáticos! Tú frenas, pero el acelerador no dejas de pisarlo. Cuanto más tiempo frenes, mayor será la recompensa retardada que darás al espectador o al lector. El éxito de mis hilos también ha sido cuestión de consistencia. Pedro Torrijos en realidad son dos personas, yo, que soy el piloto del proyecto, y Loreto Iglesias, que incidentalmente es mi mujer, y que es la estratega y navegante. Ella es quien en 2019 me dijo que hiciera los hilos de manera regular, primero porque me hacía feliz escribirlos y luego porque podían ser un trabajo. Y así ha sido. Algunos hilos están patrocinados por entidades de turismo, empresas, editoriales o distribuidoras de cine. Todo eso implica trabajo y consistencia. Se ha generado una comunidad muy amable. Yo estoy rastreando constantemente historias, hay días que los dedico solo a eso. Hago un guion y escribo en directo, lo que me permite ir viendo cómo es la reacción, cómo funciona, cuál es el ritmo que mejor se adecúa… Un hilo tiene el ritmo que quieras darle y el formato te permite jugar. Yo veo a gente que escribe historias interesantes tan mal que me dan ganas de ir a darles una colleja. No escribas un telegrama, usa las herramientas que tienes. Es como si cogieses un piano y estuvieses todo el rato tocando la tecla do. Haz acordes, haz algo.
Antes comentaba que Twitter es para usted una herramienta de trabajo. ¿Cómo ha vivido todo este último año de cambios de funcionalidades, rebranding, volantazos, fallos… con Elon Musk al frente? Creo que ha habido una sobrerreacción. Twitter sigue funcionando exactamente igual. Yo decidí pagar Twitter Blue y con la monetización ya he recuperado los 100 euros al año que cuesta. No pagan mucho, pero no está mal. En verano, tuve un hilo con 16.000 retuits, 60.000 likes y 10 millones de impresiones. Te da unas ciertas funcionalidades, como escribir posts largos. Al final, Twitter es como tú quieres que sea. El otro día, Jordi Pérez Colomé publicó un artículo hablando con gente que decía que Twitter estaba peor ahora que antes, pero habló con personas más o menos relacionadas con el periodismo, y eso es mirar a una parte muy pequeña de Twitter. Twitter también es Twitter Fútbol, una comunidad que tiene un desarrollo completamente distinto. Para la gente del mundo del arte o la cultura es igual. Es cierto que Elon Musk da bandazos, hace muchas cosas y se echa para atrás cuando se equivoca. Ha cambiado cosas de un día para otro. Pero es difícil encontrar eso en gente tan poderosa, gente que reconozca que la ha cagado. Todo esto dicho con independencia de su basculación política o ideología. Yo personalmente me encuentro en su extremo opuesto, pero me da igual como usuario de su red social. En Instagram te cambian cosas cada tres días, no te explican nada y todo es cada vez más contraintuitivo. Twitter sigue siendo una red social amable si la usas como la uso yo. Para mí no ha habido gran diferencia, y si la habido ha sido a mejor.
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