“Es una ofensa para los ojos”: la tortuosa construcción del centro comercial American Dream
Más de 300 tiendas, restaurantes y parques de atracciones de Dreamworks y Nickelodeon componen el complejo de ocio operativo en Nueva Jersey tras tres décadas de litigios, construcciones y bancarrotas
No es una afirmación disparatada decir que los restos de Jimmy Hoffa, el histórico líder sindical presumiblemente asesinado en 1975, se encuentran en la ciénaga de Shrek. O, quizá, bajo una montaña rusa de las Tortugas Ninja. El humedal de Meadowlands, en Nueva Jersey, ha sido considerado durante años el lugar de reposo del célebre personaje del crimen organizado, y hoy, en parte, es el espacio donde personajes de Dreamworks o Nickelodeon tienen sus particulares atracciones dentro del complejo de ocio American Dream, un gigantesco recinto con un centro comercial habilitado para 325 tiendas y restaurantes, además de varios parques temáticos, salas de cine, teatro, clubes nocturnos e incluso una estación de esquí.
Con sus 28 hectáreas de extensión (unos 280.000 metros cuadrados), American Dream –el sueño americano– tiene un nombre que suena a chanza cuando se conocen los antecedentes de su sufrida apertura por etapas, entre 2019 y 2020, con nuevos aplazamientos por la eclosión del coronavirus rematando una pesadillesca sucesión de desastres. La historia del centro comienza en los años noventa, cuando el fideicomiso Mills Corporation plantea un proyecto en la división administrativa de Carlstadt, en Nueva Jersey, que rápidamente se encuentra con la oposición de los ecologistas y conservacionistas medioambientales de la zona. Pese a que Mills Corporation asegura que las tierras ya están destrozadas por el uso de pesticidas y el crecimiento de especies invasoras como la caña común, diferentes grupos y cientos de personas se organizan, recogen firmas y libran una batalla contra la construcción del complejo. “Esos pantanos, como los llamábamos de niños, eran el lugar donde íbamos a jugar. De repente, empezaron a ocuparlo todo, lo convirtieron en propiedad privada y nos lo quitaron”, recordaba hace unos años Bill Sheehan, vecino implicado en las protestas, en una entrevista al medio local North Jersey.
David venció a Goliat y las tierras donde Mills Corporation pretendía establecer su complejo fueron protegidas mediante el estatus de área natural. La empresa fijó su vista en otro lugar de Meadowlands: la demarcación de East Rutherford, donde el Estado de Nueva Jersey ofrecía un territorio alternativo para construir. Pero no eran los únicos interesados. La NASCAR, organizadora de la famosa competición de automóviles de serie, propuso habilitar un circuito de carreras. Un consorcio del que formaba parte el actor Paul Newman, por su parte, fue más allá y planteó un proyecto que, además del circuito de carreras, incluía un parque de atracciones, ambos interconectados mediante un monorraíl. Pero finalmente Mills Corporation se llevó el gato al agua en una operación más tarde investigada por los pagos de 1,7 millones de dólares efectuados al político Joe Ferriero (según la empresa, en calidad de consultor). No pudo demostrarse que hubiera delito en el caso de Mills, aunque Ferreiro fue declarado culpable de otros cargos de soborno y extorsión, y encarcelado.
Cuando Xanadú dejó de ser evocador
“En Xanadú hizo Kubla Khan construir una maravillosa cúpula del placer; donde Alf, el río sagrado, corría a través de cadenas inconmensurables para el hombre hacia un mar sin sol”, comenzaba el escritor y filósofo Samuel Taylor Coleridge su gran poema Kubla Khan (1797). Xanadú, el nombre de la residencia de verano del emperador mongol, era el concepto con el que Mills Corporation trabajaba como marca comercial para definir su visión de proyecto. El fideicomiso ya había bautizado con el nombre de aquel paraíso perdido al centro comercial que abrió en 2003 en España: Madrid Xanadú, también con pista de esquí y actualmente Intu Xanadú debido a su adquisición años después por parte del grupo Intu. Siguiendo el modelo del centro de Arroyomolinos, la empresa decidió que su pantagruélico proyecto en Nueva Jersey tuviera igualmente por nombre Xanadú. Y, continuando del mismo modo los pasos de su experiencia española, Mills Corporation acabaría perdiendo la propiedad de la construcción cuando entró en bancarrota.
El Xanadú de Nueva Jersey fue adquirido en 2006 por 500 millones de dólares por otro fideocomiso de inversión en bienes raíces, Colony Capital, que lo ostentó durante un periodo de tiempo breve, pero muy recordado por las gentes del lugar. “Es una ofensa para los ojos. De lejos, el edificio más condenadamente feo de todo Nueva Jersey, quizá de todo Estados Unidos”, llegaría a afirmar el gobernador Chris Christie. “Tiene un aspecto asqueroso”, dictaminó el entonces presidente del Senado de Nueva Jersey, Richard Codey. En la colorida fachada propuesta por los gestores de Colony Capital, que, ante la avalancha de críticas, pidieron paciencia y recordaron que el centro aún estaba inacabado, cristalizaron las tensiones y la creciente hostilidad colectiva hacia un monstruoso levantamiento que no daba visos de terminar nunca. Especialmente cuando, en 2009, después de la caída de Lehman Brothers y el estallido de la crisis económica, con un 80% del complejo construido, Colony tiró la toalla ante la espantada de inversores y las dramáticas pérdidas.
La apertura no paraba de posponerse y el nombre seguía dando vueltas: del Xanadú inicial se había pasado a un Meadowlands Xanadú, que luego se convertiría simplemente en The Meadowlands, hasta alcanzar el definitivo American Dream, que sería la marca que le otorgaría el conglomerado canadiense Triple Five Group, nuevos dueños del proyecto tras obtener un préstamo de 700 millones de dólares del Deutsche Bank. Parecían ser los definitivos, quienes le darían el empujón final. Y empezaban con un gesto de muy buena voluntad: confirmar que pintarían la fachada otra vez.
La maldición de Meadowlands
Pero la buena voluntad chocó con fuerzas superiores. Apenas una semana después de que Triple Five Group expresara al Estado de Nueva Jersey sus intenciones de completar la construcción y desarrollar el proyecto, dieron comienzo las mayores nevadas jamás registradas en la historia del área de Meadowlands y destruyeron parcialmente la estación de esquí.
Los canadienses reconfiguraron el proyecto y se fijaron como fecha de apertura 2014, con motivo de la celebración de la Superbowl, el partido final de la liga de fútbol americano que ese año tendría lugar en el MetLife Stadium de Nueva Jersey. Dos equipos, sin embargo, se unieron a las protestas locales por el colapso del tráfico que American Dream podía provocar cuando estuviera en funcionamiento y coincidiera con los partidos en el estadio. La disputa en los tribunales (finalmente resuelta mediante un acuerdo privado), la complejidad de la construcción y los sucesivos rediseños hacen que el sueño de operar en 2014 se desvanezca. Entre tanto retraso, el conglomerado vela por la viabilidad del proyecto, sumando todas las alianzas que puede. De esta forma se incorpora un parque acuático de Dreamworks, el estudio de animación de películas como Shrek, Madagascar o Kung Fu Panda.
Otros inversores que entran para terminar de decantar la balanza del complejo hacia el ocio son Nickelodeon —que también aloja un parque temático propio, utilizando los derechos de sus series de animación, como Bob Esponja, Las Tortugas Ninja o La patrulla canina— o LEGO, que instala un Legoland. En el apartado de tiendas, se incorporan gigantes como Zara, H&M, Tiffany & Co., Dolce & Gabbana, Primark, un H Mart de casi 11.000 metros cuadrados o un Toys’r’us de 6.000. Además, el Paseo de la Fama de Nueva Jersey y la primera cafetería de Oreo de la historia se instalan en American Dream. En 2022, Sea Life, otro parque, abre sus puertas. Parece que el proyecto deja de ser un ominoso vórtice de penurias y todo el mundo se apunta. Solo falta el público.
Con una apertura total abortada por enésima vez a consecuencia de la pandemia, American Dream por fin es una realidad y está operativo. Sin embargo, las cifras están lejos de compensar el tortuoso camino. Según el medio local NJ, durante septiembre de 2021 acudieron algo más de 400.000 personas. El objetivo que se habían fijado sus dueños era de 40 millones de visitantes al año. Los precios tampoco son muy populares, la entrada de un día al parque acuático de Dreamworks cuesta 89 dólares (85,26 euros). La parte de ocio, que ocupa el 55% del recinto, es la que ha tenido más tirón comercial por el momento. Se estima que a lo largo de 2021, el centro tuvo unas pérdidas de 60 millones de dólares, que se suman a las deudas de 1.200 millones de dólares acumuladas de la construcción, pese a que el Estado de Nueva Jersey haya condonado más de 1.000 millones en impuestos.
Con los inversores aún lejos de recuperarse de la crisis provocada por el coronavirus y el nada alentador análisis de Credit Suisse, que asegura que el 25% de los centros comerciales en Estados Unidos están condenados a desaparecer en la primera mitad de la década de 2020, American Dream, valorado en 5.000 millones, necesita varios milagros financieros para ser rentable. “Si estás buscando la experiencia de un centro comercial, un poco de compras y tomar algo, cualquiera de las otras decenas de centros comerciales de Nueva Jersey se adaptará mucho mejor a tus necesidades. Y si buscas entretenimiento, puedes encontrarlo mejor, más barato y abierto en cualquier otro sitio”, decía una demoledora columna de opinión de la periodista Katie Kausch en NJ, donde hacía particular hincapié en cómo, dos años después de su apertura, la mayor parte del complejo seguía pareciendo no estar operativo, por mucho que sus responsables asegurasen que entre un 80 y un 90% del espacio de tiendas estaba alquilado. La realidad no es nada halagüeña para American Dream. Aunque, a la hora de hablar del sueño americano, la realidad muchas veces esté sobrevalorada.
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