Sam Altman, fundador de OpenAI, se casa con su novio, un ingeniero australiano, en una ceremonia en la playa por el rito judío
El creador de ChatGPT, protagonista de numerosos y recientes titulares tras su salida y posterior retorno a la empresa, ha contraído matrimonio con Oliver Mulherin en una celebración íntima con apenas una docena de invitados
¿En qué momento confirmas que las fotos de tu boda, de tu propia boda, son auténticas y no están creadas con inteligencia artificial? En el momento en el que eres Sam Altman, el gran jefe mundial de la inteligencia artificial. Altman (Chicago, 38 años) ha contraído matrimonio estos días —parece que fue el miércoles 10 de enero, aunque no se sabe la fecha exacta—, tal y como efectivamente han dejado ver unas fotografías que a lo largo del jueves circularon en la red social X. Imágenes que más de un usuario pudieron en duda, así que él mismo confirmó a la cadena NBC, a través de un mensaje de texto, que la boda era la suya. Eso sí, el texto no lo ha escrito ChatGPT, claro.
Altman se ha casado en una playa —de Hawái, según algunas informaciones no confirmadas— con su novio de hace años, un ingeniero australiano llamado Oliver Mulherin, Ollie para los amigos. En la ceremonia la pareja ha estado rodeada de apenas una docena de invitados, según se aprecia en las fotos, en una celebración sencilla e íntima al atardecer junto al mar y entre palmeras. Sin chaqueta ni corbata, ambos vestían camisas blancas (con un pequeño ramillete de flores en la solapa) y pantalones beis, así como zapatillas blancas de deporte. La ceremonia la ha oficiado el hermano de Sam, Jack Altman, también cofundador de una start up de gestión de recursos humanos llamada Lattice. En una de las cuatro fotografías que se han dado a conocer se ve a la pareja pisando lo que parece una copa debajo de una servilleta. Este es un ritual de las bodas judías, en las que hay que pisar y romper un objeto de vidrio.
El CEO de OpenAI y su marido se conocen desde hace años. Viven en el exclusivo barrio de Russian Hill, en San Francisco, al norte de California, y pasan los fines de semana en una granja a un par de horas de distancia, en el valle de Napa, donde el vegetariano Altman cría vacas. Hijo mayor de cuatro hermanos de “una familia judía de clase media”, como la define, él mismo ha contado en distintas entrevistas que ser un adolescente gay donde se crio, en Saint Louis (Misuri), en los primeros años de la década de los 2000, no fue algo fácil, y que precisamente se refugió en la tecnología, que empezó a manejar con apenas ocho años. Gracias a su primer ordenador Mac y a distintos foros de internet se sintió más comprendido y aceptado.
Sam Altman just got married today.
— Barsee 🐶 (@heyBarsee) January 11, 2024
Congratulations 👏 pic.twitter.com/kbUvGbLHOa
La vida privada del consejero delegado de la gran empresa de inteligencia artificial del momento ha permanecido así, privada, durante años, pero el pasado mes de junio la pareja se dejó ver junta en una cena en la Casa Blanca que el presidente Joe Biden dio en honor de su homólogo indio, Narendra Modi. También hace un mes, en diciembre, se les pudo ver en la fiesta organizada en el hotel Plaza de Nueva York por la revista Time, que en 2023 ha nombrado a Altman como mejor consejero delegado del año. Antes de su relación con Mulherin, Altman salió durante nueve años con Nick Sivo, otro ingeniero con el que fundó en 2005 una start up de geolocalización llamada Loopt y con quien cortó en 2012, poco después de vender la empresa por más de 43 millones de dólares. Tras la venta se tomó un año sabático que, como ha contado en alguna entrevista, le hizo cambiar su perspectiva vital y tomarse las cosas con calma, puesto que el proyecto de Loopt le había dejado exhausto y enfermo.
Por su parte, de Mulherin se sabe poco. Que estudió computación en la Universidad de Melbourne, en su Australia natal, y después trabajó dos años en Meta. Hace alrededor de un lustro se dedicaba a cuestiones de código relacionadas con el lenguaje y el juego, pero ahora mismo se desconoce si sigue en ello o no. Según ha contado Altman en una reciente entrevista con The New York Magazine, quieren tener hijos pronto.
Estas últimas semanas Altman ha estado en el ojo del huracán mediático y tecnológico por cuestiones más relacionadas con su trabajo que con su hasta ahora discreta vida personal. El pasado 17 de noviembre, y por sorpresa, salía de su propia empresa. El consejo de OpenAI le despedía de manera fulminante y por videoconferencia. Era viernes. El sábado, varias de las cabezas más brillantes de la empresa se marchaban tras esa decisión. El domingo se empezó a hablar de una posible vuelta. El lunes lo fichaba Microsoft, precisamente uno de los accionistas de la compañía (tiene 13.000 millones de dólares invertidos en la misma), donde iba a liderar un “nuevo equipo de investigación avanzada de inteligencia artificial”. La noche del martes, solo cinco días después del arranque del culebrón, decidían readmitirle en OpenIA. Los muchos cambios y giros dieron muestra de lo caótico de un sector en auge, que mueve decenas de miles de millones de dólares y en el que poderosas fuerzas, principalmente económicas, tiran de ambos lados de la cuerda (entre el avance irrefrenable y el desarrollo más pausado) en una tecnología de la que aún todo está por explorar. Y Altman será uno de esos arquitectos del futuro.
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