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¡Es lo que toca!

Los espléndidos dilemas institucionales que vivimos hoy día parecen más cosa de brujería y maldiciones que de gobernar y acatar las reglas con cordura

Marta Sánchez, durante su interpretación de 'Como yo te amo' en Telecinco.
Marta Sánchez, durante su interpretación de 'Como yo te amo' en Telecinco.
Boris Izaguirre

Como cada noche, después de la emisión de Lazos de Sangre, regreso a casa recorriendo una ciudad vacía. Sin ese tráfico abigarrado y fiestero que le da a Madrid ese aura de capital loca, de ciudad de vacaciones aunque estemos en diciembre. Desde que nos acompaña la covid pareciera como si todos nos recogiéramos a horarios más europeos. El conductor se quejó de la desolación nocturna y yo afirmé que había que acostumbrarse al cambio y al descanso.

Porque todo cambia. Y así como ya nos habíamos acostumbrado a vivir cada semana un asombroso ritual de fiestas y actividad social, ahora parece imponerse la política de las cancelaciones. A principio de mes, el móvil repicaba con invitaciones. La agenda otra vez repleta de citas, direcciones, códigos de vestuario. Pero este martes, con escasas tres horas de antelación, llegó el mensaje advirtiendo, apesadumbrado, de que la cena de esa noche ya no sería posible. “Por motivos de seguridad y responsabilidad con todos”. Al día siguiente, leyendo este periódico me dejé contagiar por la nueva pelea, o desencuentro, entre la presidenta de Madrid y el presidente del Partido Popular. Enfrentados porque la primera quiere mantener sus cenas de Navidad y el líder del partido se suma a la corriente de cancelarlas.

Va a ser difícil que se pongan de acuerdo pronto. La derecha, como cualquier anfitriona, con esto tiene un problema. Cancelar o no cancelar. El rifirrafe de las cenas navideñas desnuda a sus líderes más vistosos como vinos que no maridan bien. Ese que, si acompaña al besugo, no funciona con el cordero.

En plena campaña, que es navideña y es personal, la presidenta se siente obligada a defender su romance con la hostelería. Sabe que garantizar cenas de empresa y celebraciones es fidelizar votos. La política es percepción, Navidad es fiesta y el otro líder, un aguafiestas.

Por lo que sea nunca disfruté mucho del hechizo de las cenas de empresa. A lo mejor creía que si no acudía me echarían al año siguiente, en plan maldición, como la de los Grimaldi o la que nos contó en su visita a TVE Cayetano Martínez de Irujo. ¡En el plató quedaron asombrados y la audiencia sobrecogida! Sorprendidos de que las antiquísimas familias aristocráticas crean, todavía hoy, en hechizos y pócimas. Vaya, que tontería, ¿por qué no iba a ser así? Todos los cuentos de hadas se valen de príncipes, favoritas, brujas y hadas. La inmunidad y la superstición son lo más aristocrático que existe. En realidad, los espléndidos dilemas institucionales que vivimos hoy día parecen más cosa de brujería y maldiciones que de gobernar y acatar las reglas con cordura.

Mientras, con cordura y precisión, sagaz y oportunista como una pitonisa, Telecinco aprovecha la indecisión de los anfitriones ante las cenas de diciembre y, como por arte de magia, ha convertido en nuevo manjar navideño el viaje de los contenedores de La Más Grande, Rocío Jurado, que llevan años cerrados aunque cargados de valiosos secretos de la estrella. Resulta fascinante cómo la cadena arregla y defiende el mito de la familia cristiana para dividirla y sacar provecho de sus rencillas y medias verdades en tiempos de covid. Con la despampanante herencia de Jurado han ideado una puesta en escena donde invitan a músicos como Miguel Poveda o Marta Sánchez a interpretar éxitos de la cantante. Quiero destacar el Como yo te amo que derrochó sobre ese escenario Marta. Vestida muy a lo Jurado, pero con ese encanto de casa Gucci que siempre destila. Voz torrencial. Interpretación erizando los pelos. La ovación de alucine. Rocío Carrasco corrió a abrazarla como si no hubiera una cena más. “Monstrua”, coreaban los tertulianos. Como si fuera el punto de no retorno de las cenas que indigestan a la derecha. Isabel y Pablo deberían ir. Y marcarse un karaoke de emociones deslenguadas. Es lo que toca.

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