Cuando habla el cachemir
Aunque el de Corinna Larsen y Ghislaine Maxwell parezcan juicios muy diferentes, cuando miramos dentro del cuello cisne nos encontramos con dos casos en los que enamorarse y corromperse pueden ir a la misma velocidad
Adelantándose al posible regreso del rey emérito a España, Corinna Larsen le ha robado (o transferido) los titulares, apareciendo durante un juicio contra él en Londres. Aprovechó, certera, para dar otro golpe, de efecto y de estilo. Respondiendo al dilema: “¿Qué te pones para testificar?”, Corinna combinó un jersey de cuello vuelto, de níveo cachemir, con un amplio abrigo camel de un solo botón. Ah, ese cuello vuelto, vago, nada ceñido, creando una aureola que sugería inocencia blanda y cálida.
Blanco y avellana son tonos que solamente pueden defender bien mujeres rubias integrales como ella e implican una fuerte inversión en textiles abrigados pero ligeros y suaves al tacto. Tramas delicadas que se vuelven escudos, intangibles, pero innegables. La imagen podría entenderse como una lectura muy contemporánea y libre de impuestos de La dama de armiño de Leonardo de Vinci.
Por lo que sea, Corinna no goza de buena prensa en España. Es complicado convencer a la opinión pública de que Larsen es, al menos, valiente al enfrentarse llevando ante los tribunales a un hombre muy poderoso y que posiblemente vista todavía el resistente traje de la inmunidad por un asunto que no han sabido arreglar bien entre ellos. Resulta menos arriesgado reconocerle a la experta financiera que sí sabe moverse y vestir con acierto. Armas de mujer. Y que no le molesta que se escriba sobre ello. Al contrario, es probable que quiera enviar un mensaje concreto (menos abstracto que la explicación legal sobre si el exrey sigue siendo Familia Real o no) con su aspecto: tanto en una corte, en un Emirato, como en una pista de esquí o en un dormitorio real, cash y cashmere es lo mejor. Y aunque pierdas simpatías, ganas tu comisión.
En Nueva York, esa otra capital de cuellos cisne, cashmere y camellos, compareció Ghislaine Maxwell en el juicio como facilitadora de menores al desaparecido Jeffrey Epstein. Maxwell es hija del difunto rey del sensacionalismo británico, Robert Maxwell, quien jamás habría imaginado que su hija se convertiría en la testigo principal de un feo escándalo que mezcla sexo, abusos a menores y poder casi inmune. Es un caso que salpica a otra casa real, la británica, porque una de las demandantes defiende que se le pagó para supuestamente mantener encuentros sexuales con Andrés, hijo favorito de la reina Isabel.
No existen fotografías de las sesiones, un protocolo que se cumple a rajatabla en los tribunales estadunidenses, y por eso no podemos detallar si Maxwell va enfundada con lana fría o cuero caliente. Los dibujos que ofrecen en el telediario, y que siempre me han resultado un subgénero en sí mismo, mezcla de verismo, amarillismo y pop art, muestran los rostros y las emociones. Mientras las denunciantes lloran y se descomponen, Maxwell se mantiene impasible, rígida, como si vistiera un poliéster muy duro. Con o sin cachemir, se repite un patrón: ante la justicia declara, culpable o inocente, otra mujer fatal.
Aunque parezcan dos juicios muy diferentes, cuando miramos dentro del cuello cisne nos encontramos con dos casos tejidos con el mismo abuso de poder masculino. Y con que enamorarse y corromperse pueden ir a la misma velocidad. ¿Un hombre con tanto poder financiero como Epstein necesitaba hacer el amor varias veces al día? Eso atestiguó Maxwell en su primera comparecencia. ¿Un ex jefe de estado puede excusar sus errores porque actuó con la legal inmunidad del amor? La respuesta se oculta bajo el cachemir.
Sí, me gustó ver a Corinna, un poquito emérita, accediendo por una puerta trasera al laberíntico edificio del tribunal en Londres. ¿Habrá aprendido a manejar ese tipo de accesos con su examigo? Es que en pasillos de ese tipo, los de la Justicia y los de la intimidad, es donde mejor se aprecia el delicado susurro del cachemir y el camel cuando se rozan.
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