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Los últimos días de Sean Connery, contados por su viuda: “En sus momentos de lucidez quería acabar con todo”

Micheline Roquebrune habla de la generosidad del actor, de su historia de amor y de que, consciente de su demencia, vivió sus últimos años infeliz hasta el punto de pedirle a su médico que le recetara marihuana

Sean Connery y Micheline Roquebrune, llegan a la Casa Blanca, en Washington, el 5 de diciembre de 1999 para una ceremonia del Kennedy Center en honor del actor.
Sean Connery y Micheline Roquebrune, llegan a la Casa Blanca, en Washington, el 5 de diciembre de 1999 para una ceremonia del Kennedy Center en honor del actor.Ron Sachs (Cordon)
El País

El pasado 31 de octubre moría, a los 90 años, Sean Connery, uno de los intérpretes más célebres del siglo XX. Su carrera, cuyo grueso tuvo lugar entre los años cincuenta y los noventa del siglo pasado, abarcó más de 90 títulos, aunque su mayor fama la obtuvo gracias a las siete películas (entre 1962 y 1983) en las que dio vida al agente Bond, James Bond.

Al igual que su carrera, su vida personal fue tranquila durante la última etapa. Se casó en primeras nupcias con Diane Cilento, pero los últimos 45 años compartió su tiempo y su hogar con la pintora Micheline Roquebrune, su segunda esposa. Ha sido ella quien ha contado, semanas después de la muerte del intérprete, cómo era Connery, a quien ha descrito como un hombre “muy sensible, muy sencillo, muy modesto”, abanderado de las causas justas y que “no podía soportar la injusticia [...], incapaz de hacerle daño a una mosca”. Sin embargo, también reconoce que en ocasiones “bebía demasiado y se comportaba como un macho”.

Roquebrune ha relatado en una entrevista con la revista francesa Paris Match cómo fueron los últimos días de vida del actor, pero también ha desgranado detalles de su relación. Como que por ejemplo que intentaron tener un hijo juntos pero no lo lograron (”él se estaba volviendo loco con eso; no fue por falta de intentos, pero no pudo ser”). También habla de cómo se conocieron y de que entonces, durante su matrimonio con Cilento, Connery “había perdido la confianza en sí mismo”. “Admitió delante de mí que era muy infeliz en su matrimonio”, relata la artista, que entonces le pidió que no la llamara más, porque estaba casado. Pero tres meses después él decidió separarse y se puso en contacto con la pintora. La relación, afirma, funcionó porque ambos estaban muy enamorados y porque, con caracteres muy diferentes, decidieron hacer un pacto.

“Sean tenía un carácter bastante oscuro”, reconoce su viuda. “Él siempre veía el lado malo de las cosas mientras que yo veía el lado bueno. Para que nuestra relación funcionase, le dije que teníamos que hacer una comprobación frecuente en común, para ver qué pasaba y qué no pasaba entre nosotros. Y eso hicimos”. Por otra parte, ella asegura que siempre se tomó “con mucha filosofía” el constante “alboroto” de mujeres que el intérprete de Los intocables de Elliot Ness tenía a su alrededor. “Siempre le dije que cuando quisiera irse, que se fuera”, afirma Roquebrune. “Pero te contaré un secreto: a Sean le gustaban las mujeres pero prefería la compañía de los hombres. ¡Igual que yo!”.

En cuanto a la salud del actor, Roquebrune reconoce que los últimos cuatro años fueron difíciles. “Sufría demencia y era consciente de su condición, lo que lo hacía muy infeliz. Estaba aburrido. Dormía días enteros tratando de olvidar. En sus momentos de lucidez, y los tenía, me decía que ya había tenido suficiente y que quería acabar con todo eso”, recuerda la pintora. “Fue desgarrador verlo así. No era vida. Al final le rogué al médico que le diera marihuana, cualquier cosa para que se sintiera un poco más feliz”.

Sean Connery y Micheline Roquebrune en el festival de Deauville, en Francia, en 1981, en el estreno de 'Atmósfera Cero'.
Sean Connery y Micheline Roquebrune en el festival de Deauville, en Francia, en 1981, en el estreno de 'Atmósfera Cero'.Unknown (Cordon)

Además, también explica que acudieron a un prestigioso centro médico en EE UU para ver si había soluciones, pero se encontraron con más problemas. “Lo que es terrible es que cuando lo llevé a la Clínica Mayo para un chequeo hace unos cuatro años, el médico me dijo que Sean tenía un corazón muy grande con dificultades para latir y que sufría el riesgo de no durar demasiado tiempo. Lo único que podía salvarlo era ponerle un marcapasos. Le dije que lo hiciera. Mirando hacia atrás, no sé si llevaba razón”, reflexiona ella ahora.

La cuestión profesional sale a relucir, y Roquebrune deja entrever que ni más fama ni más dinero interesaban a Connery. “Rechazó el papel de Richard Gere en Pretty Woman, porque decía que no era creíble formar pareja con Julia Roberts; igual que rechazó Indiana Jones 4, de Spielberg, porque no entendía el guion. “Se dio cuenta de que desperdiciaba demasiada energía en las películas, que podía pelearse porque le pagaran 10 dólares más, pero luego no había nadie más generoso que él. Cuando hizo el último Bond, ganó una fortuna. Donó todo su caché a una organización benéfica en Escocia que se ocupa de niños que no tienen medios para acceder a una educación”. Sin embargo, Roquebrune reconoce que Connery hizo grandes amigos en el mundo del cine, que le acompañaron toda su vida. “Adoraba a Ursula Andress”, reconoce su esposa. Steven Spielberg o Johnny Depp también quisieron mucho al escocés.

Su trabajo también le hizo tener relación cordial con mandatarios internacionales, como los presidentes George W. Bush o Bill Clinton. Donald Trump le ofreció ser presidente de todos los campos de golf —deporte que amaba— en Escocia, pero lo rechazó. Aunque su esposa cuenta que el encuentro que más le marcó fue con Juan Pablo II. “Sean no creía en Dios, no creía en nada, pero esa visita le causó una profunda impresión”.

De hecho, esa falta de fe religiosa también ha marcado el modo en el que se ha organizado su despedida, pautada también por las estrictas condiciones de la pandemia. “Él no quería una ceremonia religiosa porque no era un creyente, y yo tampoco lo soy”, explica Roquebrune, que cuenta que el actor fue incinerado en Bahamas y que “hasta que la crisis sanitaria lo permita”, sus cenizas descansan en su casa en un jarrón. “Algunas serán arrojadas al campo de golf de Lyford Cay [en Nasáu] y el resto en Escocia, en el campo de golf de Saint Andrews”, explica.

Sin embargo, su viuda también quiere rendirle algún tipo de homenaje público, aunque ella ya lo ha hecho de alguna manera. “Sean tenía unas manos muy bonitas. Cuando murió puse sus manos en moldes de yeso, su mano derecha ya se estaba cerrando y yo se la abrí muy lentamente. Las haré en bronce. Me gustaría mucho que formaran parte de los recuerdos de la gente”.

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