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La paradoja y el estilo
Columna
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Un crujido frío y seco

Aunque cada vez veo más lejana la idea de divorciarme, si tuviera que buscar asesoría no dudaría en llamar a Raquel Perera

Alejandro Sanz y Raquel Perera.
Alejandro Sanz y Raquel Perera.Getty Images
Boris Izaguirre

Después de leer la extensa entrevista de Raquel Perera tras su divorcio de Alejandro Sanz, solo se puede llegar a una conclusión: ¡Hola! sigue siendo ese lugar donde un divorcio se vuelve algo purificador.

Raquel Perera ilustra su portada convertida en una nueva Victoria de Samotracia, igual de alada y gestual pero con cabeza. Y descalza, que es ese fetiche que alimenta ¡Hola! cuando profundiza en sus historias de amor y desamor. Si no posas descalza, el semanario no puede dedicarte más de una página. Por supuesto, esta venerada biblia del corazón manifiesta devoción acompañada de cierta crítica. A Raquel y Alejandro los define como una historia de amor que han hecho las cosas “a su manera. Formaron una pareja, una familia con dos hijos y luego un matrimonio, por ese orden”. Dejándonos claro que la publicación defiende el orden inverso, primero matrimonio y luego lo demás. Raquel, en efecto, habla extensamente y con lirismo de cómo descubrió que el amor había terminado: “Sentí un crujido frío y seco”. Por un momento, creí que era una letra de Alejandro Sanz pero nuestra protagonista lo aclaró enseguida. Pertenece a una canción de Rocío Jurado, Se nos rompió el amor, escrita por Manuel Alejandro.

Recordamos a Raquel y a Alejandro como magníficos anfitriones en su casa de Miami, que servía de refugio, amparo a infinidad de españoles buscándonos la vida en el crujiente y frío Miami. Me alegra saber que Raquel ha metabolizado su divorcio en una terapia que busca ayudar a mucha gente y que toda su experiencia estará al alcance de todos en una punto.com vinculada a ¡Hola!. Bravo. Aunque cada vez veo más lejana la idea de divorciarme, si tuviera que buscar asesoría no dudaría en llamar a Raquel Perera.

En cuanto termino de absorber toda esta terapia, me concentro en la imagen de Mariano Rajoy paseando cerca de su casa de Madrid el mismo día que el Supremo certifica que el PP se lucró con la trama Gürtel. Rajoy escogió para ese paseo un jersey de color granate y jeans grises. Detrás, un inmenso muro cubierto de hierbas y ese liquen que los gallegos saben encontrar aun así estén en Miami. Entiendo que Rajoy regale esa imagen de celtismo casual y tranquilidad, como si nada pudiera alcanzarlo. En su partido interpretan la sentencia como una confirmación de que la moción de censura que le sacó del gobierno era “injusta a sabiendas”, como dijo Ana Pastor y que también podría ser una frase sacada de alguna balada de nuestro mejor pop. Sigo viendo a Mariano con ese jersey y pienso que todo está relacionado: ese granate, los gallegos solo utilizan colores que combinen con el verde, es como el corazón partío, como la sangre derramada por Cristo defendiendo su verdad.

Mariano Rajoy saliendo de su casa, en una urbanización de Aravaca, el pasado miércoles.
Mariano Rajoy saliendo de su casa, en una urbanización de Aravaca, el pasado miércoles. Andrea Comas (EL PAÍS)

Y entonces, la verdad también llega a ese minúsculo estado alimentado por donativos, corrupciones y presunciones, conectado con el paraíso, que es el Vaticano. Donde son expertos en ofrecernos tramas bien jugosas como el caso Becciu, el nombre del cardenal defenestrado y supuesto gestor de una trama de blanqueo de capitales, nepotismo, sobornos, ayudado por su asistente de 39 años, Cecilia Marcogne que llegó a gastarse dinero del estado religioso en una silla de Poltrona Frau de 12.000 euros. Muy bien pensado, que el dinero se lave en una industria italiana. También se invirtió 8.000 euros en un bolso de Chanel, al parecer para regalárselo a la esposa del presidente de Burkina Faso. Aunque la hostia son las declaraciones que hace Cecilia desde su poltrona: “No soy una misionera, no trabajo gratis”. En eso coincide con Corinna Larsen, pensé. Eso es lo que yo llamo compromiso y sinceridad. Y otros pueden definir como ese crujido frío y seco que acompaña tantas veces a la verdad.

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