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Alberto de Mónaco, un príncipe eternamente enfrentado a la polémica

La nueva demanda de paternidad presentada contra el soberano vuelve a poner en primer plano su cuestionada vida personal después de años centrado en cambiar la imagen del Principado

Alberto de Mónaco con su hijo, el príncipe Jacques, el pasado 23 de junio en el Principado.
Alberto de Mónaco con su hijo, el príncipe Jacques, el pasado 23 de junio en el Principado.Jean-Charles Vinaj / Pool Monaco / Bestimage (GTRES)

La nueva demanda de paternidad a la que se enfrenta el príncipe Alberto de Mónaco, presentada en Milán, es la enésima polémica en la que se ve envuelto el soberano, siempre cuestionado por su vida personal. Su historial amoroso, las dudas sobre la unión con su esposa, la nadadora sudafricana Charlene Wittstock e incluso rumores pasados sobre su orientación sexual son cuestiones que el jefe del principado de Mónaco nunca ha conseguido disipar por completo y que muchas veces han eclipsado su gestión de gobierno.

En esta ocasión, una mujer brasileña afirma que tiene una hija de 15 años fruto de una relación con el príncipe y le va a llevar a los tribunales. El monegasco, de 62 años, tiene cuatro hijos: dos con su esposa, Jacques y Gabriella, y otros dos fuera del matrimonio, Jazmin Grace y Alexandre, nacidos en 1992 y 2003, respectivamente, y a los que ha reconocido en la última década. Aunque estos últimos no tienen derechos sucesorios porque la Constitución del Principado los reserva solo para los descendientes nacidos dentro del matrimonio.

El historial sentimental del príncipe Alberto ha hecho correr ríos de tinta. Su condición de soltero de oro de la realeza europea duró décadas. Desde joven se le asoció con relaciones fugaces, muchas con mujeres famosas como Brooke Shields, Naomi Campbell o Claudia Schiffer, Monica Bellucci o Sharon Stone, aunque con algunas le uniera una mera amistad. Al mismo tiempo, su reticencia a casarse desató rumores sobre una supuesta homosexualidad. En 2003, su viaje al Festival Gay Escandinavo de invierno y sus fotografías junto a varias drag queens desataron todo tipo de conjeturas.

Su matrimonio tardío, a los 52 años, no fue suficiente para desvanecer las habladurías. La presión para casarse y dar a Mónaco una princesa que ocupara el vacío que había dejado Grace Kelly y herederos legítimos aumentó después de su llegada al trono en 2005 tras el fallecimiento del príncipe Rainiero III. El futuro del Principado está estrechamente ligado a la capacidad de los Grimaldi para mantener en pie la dinastía, conscientes del atractivo que supone para el turismo y las inversiones el magnetismo de la familia real monegasca.

Alberto de Mónaco y la princesa Chàrlene con sus hijos, Jacques y Gabriella el 23 de junio en un acto en el Principado.
Alberto de Mónaco y la princesa Chàrlene con sus hijos, Jacques y Gabriella el 23 de junio en un acto en el Principado. Jean-Charles Vinaj / Pool Monaco / Bestimage (GTRES)

La elegida fue la campeona de natación Charlène Wittstock, a la que el príncipe Alberto, que es miembro del Comité Olímpico Internacional, conoció en los Juegos Olímpicos de Sidney en el año 2000, aunque su relación se hizo pública en 2006, cuando el soberano ya había asumido la corona. La pareja pasó por el altar en 2011, pero desde el inicio su unión siempre ha estado en entredicho. La prensa francesa llegó a publicar que ella había firmado un contrato prenupcial en el que se comprometía a estar al lado de su marido cinco años. “Necesito un período de adaptación, seré una princesa a mi manera”, anunció Charlène unos meses después de su matrimonio. También se difundió la noticia de que la princesa había intentado huir unas horas antes de la boda al enterarse de una infidelidad de quien iba a ser su esposo, algo que desmintió el Principado acusando a los medios de querer dañar la imagen del soberano y de su prometida.

De carácter reservado, Alberto de Mónaco contrarresta el interés mediático por su vida privada con su faceta institucional como soberano. Antes de asumir el bastón de mando, su imagen había sido la del eterno soltero de la dinastía que parecía más centrado en cualquier otra cosa que en la gobernanza y las cuestiones de palacio. Pero con su llegada al trono hace quince años sorprendió y destacó por un insólito sentido del deber, por su seriedad y su compromiso con la transparencia. En este tiempo, el pequeño Estado en el que se han instalado millonarios en busca de beneficios fiscales y de una vida de lujo ha perdido cierto esplendor y ha evolucionado hacia un nuevo modelo económico basado en la tecnología y en la sostenibilidad.

El príncipe Alberto se ha propuesto ser la cara visible de la nueva identidad del Principado, menos dependiente del glamur que convirtió al pequeño Estado en los años sesenta en un icono de opulencia y en epicentro de desfiles de estrellas de Hollywood y de fiestas opulentas de la mano de la princesa Grace Kelly. “Debemos continuar diversificando la economía de Mónaco, no podemos quedarnos en el turismo de lujo”, dijo el príncipe en una entrevista con el diario italiano Il Corriere della Sera. Por otro lado, el soberano se ha propuesto consolidar su faceta de príncipe verde y ha impulsado un proyecto para ganarle espacio al mar con un nuevo barrio ideado por el arquitecto italiano Renzo Piano, con paneles solares y amplias zonas verdes. La protección del medio ambiente es un tema sensible para los Grimaldi, comprometidos tradicionalmente con la ecología.

En la actualidad, Alberto está protagonizando el paso del cuento de hadas a la recuperación después de la pandemia. El príncipe, que deberá enfrentar el desafío de encauzar la recuperación después de los estragos de los meses de confinamiento en el tejido social y económico, pretende dar ejemplo de solidaridad y, entre otras cosas, se ha rebajado su retribución en unos cinco millones de euros.

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