Anna Wintour, el trono en peligro de la reina de la moda
La directora de ‘Vogue’ se enfrenta a los días más complejos de su carrera entre acusaciones de racismo y de una frialdad tan imponente como su poder en la industria
A mediados de abril, una imagen corría como la pólvora. ¿Era ella? ¿Anna Wintour? ¿La reina de la moda... con un chándal? La fotografía de la editora de Vogue, todopoderosa dama de la moda de impecable peinado bajo oscuras gafas de sol y siempre vestida de diseño, mostraba a una Wintour cercana, amable, más humana y menos fría de lo que suele proyectar. No harían falta más que unos días para que esa imagen se rompiera en mil pedazos.
Hoy y a sus 70 años, Anna Wintour está contra las cuerdas. Puede que su siempre helada sonrisa no lo demuestre, pero se enfrenta a los días más turbulentos de su carrera. Errores, revelaciones y el signo de los tiempos la han marcado con la cruz de persona fría, distante, lejana, poco considerada... y una ristra de adjetivos muy poco halagadores que ella, por supuesto, se ha negado a confirmar ni desmentir.
El primero en empezar a agitar las aguas de esta tormenta perfecta que puede llegar a costarle el puesto a la cabeza pensante de la moda mundial fue, precisamente, el que fue su segundo durante décadas. Alguien que quizá solo suene a los entusiastas de la moda, pero que quien ha visto y tratado recuerda: André Leon Talley. Ese imponente hombre de 198 centímetros de altura es tan grande como lo ha sido su cargo: editor-at-large, algo así como redactor jefe, de Vogue en EE UU. Es decir, la mano derecha de Wintour durante años. Una mano, eso sí, que no duda en tirar la piedra y bien fuerte contra la que le dio de comer durante años.
Leon Talley ha publicado una autobiografía tan jugosa que ha adelantado su salida al mercado, pasando de septiembre a mayo. Wintour no sale nada bien parada. Siempre según su versión, la directora de Vogue USA le despreció después de años de servicio. De la noche a la mañana dejó de mantener comunicación con él y de pedirle encargos, como sus famosas entrevistas a famosos a la entrada de la gala del Museo Metropolitano de Nueva York, el evento auspiciado por la británica. Dice Talley, de 71 años, que es “demasiado viejo, demasiado gordo, demasiado poco cool para Anna Wintour”. De hecho, menciona que le mandó a una clínica de adelgazamiento.
Según Talley, los aires de grandeza han cegado a la periodista, a la que llega a llamar “Generalissimo Wintour”, afirmando que “su pasión no es la moda, es el poder”. “Es inmune a todo el que no sea gente famosa y poderosa que puebla las páginas de Vogue. De forma despiadada, ha forjado sus amistades de la gente más importante en cada uno de sus campos: Serena Williams, Roger Federer, los Clooney... Esos son sus amigos, y yo ya no tengo valor para ella”, escribe dolorido en The Chiffon Trenches.
Lo que podría haber sido un libro más ha empezado a llamar la atención por el altavoz que se le ha otorgado. El periodista ha concedido entrevistas y cedido fragmentos de su obra a The New York Times, The Guardian, The Daily Mail, The Cut... a las que Wintour apenas ha dado réplica. Un muro de silencio contra una cantidad poco habitual de ataques a una figura clave en la moda, el periodismo y la cultura global.
Pero el segundo tiro a Wintour sí que la ha hecho tambalearse de su trono. Incluso ejecutivos de Condé Nast, la empresa editora de Vogue, han tenido que salir al paso reafirmándola en sus cargos (además de editora jefe de la revista es directora artística de todo el grupo). La cuestión: el racismo. Wintour ha llegado a agachar la cabeza y enviar una inédita carta al personal de la revista reconociendo los errores cometidos en el pasado. “Sé que Vogue no ha encontrado vías suficientes para elevar y dar espacio a editores, redactores, fotógrafos, diseñadores y todo tipo de creadores negros. Hemos cometido fallos y publicado imágenes e historias que han sido dañinas e intolerantes. Asumo toda la responsabilidad”, admitía, para seguir: “No debe ser fácil ser un trabajador negro en Vogue, y sois muy pocos”. No son solo los trabajadores. Apenas ha habido fotografías de hombres y mujeres negras. Hasta que Beyoncé apareció en la de septiembre de 2018, ninguna persona de color había estado en la portada de ese número, el más importante del año.
“Yo fui la primera negra en portada de Vogue y la industria de la moda aún no ha arreglado la cuestión racista”, ha escrito la modelo Beverly Johnson en The Washington Post, criticando entre otras cuestiones la tardanza de Wintour por entonar una disculpa. De hecho, su publicista luego ha contado que Johnson tuvo que pelear para que la invitara a la gran fiesta por el centenario de la revista, en 1992. Las críticas ya no se contienen. Se han llegado a filtrar los salarios de la plantilla de Condé Nast (algunos afirman que las cantidades también tienen sesgos racistas) y los exempleados de la empresa han hablado de racismo obvio. Incluso algún diseñador, como Ralph Rucci, han afirmado que “una puerta, cerrada hace años por miedo, se haya abierto de par en par”. El modisto lanzó un alegato en sus redes dando a entender que Wintour cultivaba esa imagen de reina del hielo por su falta de talento y visión.
Este no será el final de Anna Wintour. Ya llegará, y de un modo más grandilocuente. Dicen quienes la conocen que adora ser abuela, que lo único que pidió por su 70º cumpleaños fue “más nietos”. Pero que eso no le hace bajar el nivel de compromisos. Ahora podría aspirar al consejo de administración en una gran empresa, pero se aburriría. Como anillo al dedo le iría un cargo de embajadora, quizá con la próxima Administración de EE UU. Más poder, más conexiones, trabajo de despacho, llamadas, fiestas. Porque a Wintour no la echa nadie. Ya se irá ella cuando quiera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.