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George Clooney, la denuncia de un actor reconvertido en activista político

Con motivo de la muerte de George Floyd, el intérprete exige cambios legislativos y llama al voto en un comprometido artículo

George Clooney, en el estreno de 'Suburbicón' en Toronto, Canadá, en 2017.
George Clooney, en el estreno de 'Suburbicón' en Toronto, Canadá, en 2017.Matt Winkelmeyer
El País

Hace 20 años, George Clooney era ese atractivo actor metido en el papel del doctor Ross en la serie Urgencias. Hace 15, era ya un intérprete de éxito gracias a comedias, romances y franquicias como la de la saga Ocean’s Eleven. Hace 10, daba un giro a su carrera con un paso hacia la dirección cinematográfica. Hace algo más de cinco, sorprendía por su matrimonio con la abogada y activista en pos de los derechos humanos Amal Alamuddin. Igual que su carrera y su vida personal han ido evolucionando, también lo ha hecho su conciencia social y política, y con el paso del tiempo Clooney se ha convertido en un activista con gran potencial y conocimiento sobre la situación sociopolítica de su país.

Ahora, Clooney, de 59 años, ha demostrado su compromiso escribiendo un ensayo en The Daily Beast con motivo de la muerte de George Floyd, mientras era detenido por un policía blanco —que ha sido acusado de homicidio involuntario— y que ha llenado Estados Unidos de manifestaciones y también de actos de violencia para protestar contra el racismo y la actuación de la policía. El texto del actor se titula: “La mayor pandemia de Estados Unidos es el racismo contra los negros”.

“Y entonces, ¿qué hacemos ahora?”, arranca Clooney en su escrito de algo más de 500 palabras. “¿Estamos en 1992? ¿Acabamos de escuchar a un jurado decirnos que los policías blancos a los que hemos visto en una cinta cientos de veces golpeando a Rodney King no eran culpables de sus obvios crímenes?", se pregunta, en referencia al conocido caso de un taxista agredido por la policía en marzo de 1991 y fallecido en 2012. “¿Estamos en 2014, cuando Eric Garner fue ejecutado por vender cigarrillos por un policía blanco que le estranguló mientras mirábamos? ¿Y esas palabras, ‘No puedo respirar’, ancladas para siempre en nuestras mentes?”, relata, enumerando a distintas víctimas: “Tamir Rice, Philando Castile, Laquan McDonald”.

“Caben pocas dudas de que George Floyd fue asesinado. Le hemos visto suspirando su último aliento en manos de cuatro policías. Ahora vemos otra desafiante reacción al tratamiento sistémicamente cruel que se le da a una porción de nuestros ciudadanos, como ya lo vimos en 1968, 1992 y 2004. No sabemos cuándo pararán estas propuestas. Esperamos y rezamos porque no muera nadie más, pero también sabemos que habrá pocos cambios”, relata.

Clooney reflexiona sobre el asunto, afirmando que muchos se preguntan qué se puede hacer a título personal y recordando cómo hace poco escuchaba la experiencia de la periodista Sarah Koenig, “que pasó un año informando sobre los juicios de Cleveland”. Por ello, recuerda las palabras de la informadora: “Aceptemos que algo hemos hecho mal. Hagamos de eso nuestra premisa”. Después, recuerda en palabras de Koenig la falta de equidad que vive el país, y cómo la población negra pasa tiene una tasa de detenciones más alta que la de la blanca comparándolo con el mismo número de delitos. “Se les imputa de un modo más severo, se les imponen fianzas más altas, les ofrecen peores tratos. Sufren sentencias de cárcel más largas y se les revoca con más frecuencia la libertad provisional. Esos números no flotan en el cielo, son parte de la realidad de nuestro país”.

“Todo eso es verdad”, reafirma Clooney, asegurando que “la ira y la frustración están en las calles como un recordatorio de lo poco que hemos crecido como país desde nuestro pecado original, la esclavitud". Según el actor, se necesita "un cambio sistémico en nuestra ley y en nuestro sistema de justicia criminal. “Se necesitan legisladores y políticos que reflejen una equidad básica para sus ciudadanos, por igual. No líderes que azuzen el odio y la violencia”, escribe, en referencia al presidente Donald Trump.

“Esta es nuestra pandemia”, afirma con rotundidad Clooney, “nos infecta a todos y en 400 años no hemos logrado encontrar vacuna. Incluso parece que hemos dejado de buscarla y que intentamos curarnos las heridas de manera individual. Y no parece que lo hagamos muy bien”. Por eso, afirma, estos días se pregunta cómo arreglar “esos infranqueables problemas”, y recuerda: “Los hemos creado nosotros, así que nosotros los podemos arreglar. Y solo hay un modo en este país para lograr un cambio definitivo: votar”.

Este escrito reivindicativo que concluye con una clara llamada al voto es la última de las numerosas muestras del compromiso del actor. Por ejemplo, ya animó a apoyar a Hillary Clinton cuando era candidata a la presidencia de EE UU en 2016. Él mismo participó en cenas de recaudación de fondos (aunque no dudó en calificar el gasto de las campañas de “obsceno”) e incluso dio una fiesta en su casa en la que invitó a donantes. Declarado demócrata, es amigo personal de los Obama —que han veraneado en su casa en Italia— y declarado enemigo de Trump. “Tenemos un demagogo en la Casa Blanca”, ha dicho sobre el actual presidente, al que ha calificado de “fascista xenófobo”. También ha alzado la voz contra la pobreza en su país, y en distintas causas en otros. En 2012 fue detenido por protestar frente a la Embajada de Sudán, y hace unos meses se convertía en defensor del periodismo en Filipinas.

Ese perfil se ha hecho más público y notable desde su matrimonio. Amal ha trabajado en la oficina del fiscal en el Tribunal Especial para Líbano en las Naciones Unidas y en el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, así como en diferentes causas de relevancia. Ha sido asesora de Kofi Annan como enviado especial de la ONU para Siria, y ha participado en procesos en los que representó al Estado de Camboya o a Julian Assange, fundador de WikiLeaks.

Ambos brillan en cada uno de sus ámbitos y ayudan a brillar al otro en el suyo. Además, juntos se han implicado en diversas causas. Por ejemplo, en verano de 2017 anunciaban que iban a ayudar a escolarizar a más de 3.000 niños sirios refugiados en Líbano. “No queremos perder una generación entera porque tuvieron la mala suerte de haber nacido en el lugar equivocado en el momento equivocado”, explicaban entonces.

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