¿Se come tan mal en el restaurante que ha demandado a TripAdvisor?
Que si un tartar de atún “tóxico”, que si un arroz “pasado y salado”… ¿Cuánto hay de cierto en las opiniones vertidas sobre Marina Beach, el restaurante de Valencia que reclama 660.000 euros a la plataforma?
Las fábulas sobre la Valencia de ‘los tetes y las tetas’, de los músculos y de la silicona, encuentran inspiración en Marina Beach Club. Un enclave privilegiado, con vistas únicas sobre la playa de las Arenas, que combina el ocio con la gastronomía. Que si piscina, que si discoteca, que si restaurante. De repente, un deportivo, o una botella de Moët; alguien presumiendo de Rolex; copeo a la sombra de las palmeras, amenizado por la música electrónica de algún DJ, y la hecatombe humana se desmelena junto al mar.
El maestro de ceremonias, socio mayoritario del negocio, es Antonio Calero. Un habitual de los negocios de la hostelería en Valencia que, ahora además, se ha atrevido a desafiar a un gigante todopoderoso de Internet: el portal de opiniones TripAdvisor. El polémico empresario ha presentado una demanda en la que cuestiona los métodos de la página y reclama una indemnización de 660.000 euros por “daños morales”. También sostiene que no dio autorización para estar en la web y que nunca le han permitido eliminar el perfil.
Al cierre de esta edición, Marina Beach tiene una puntuación de 3 sobre 5 en TripAdvisor, basada en más de 2.000 opiniones. Es curiosa la equidad entre las críticas excelentes y las pésimas, que en ambos casos son alrededor de 300. “¿No le parece que atenta contra el honor de un restaurante decir que su comida es tóxica?”, preguntaba el abogado de Marina Beach al presentar la demanda. Se refería a un comentario que rebautiza el local como “Tóxico Beach” por un presunto tartar en mal estado. Otros hablan de “estafa a la Seguridad Social”, de “personal enchufado” y de llevar “una chapuza de gestión”.
Los entresijos del negocio son otro cantar, pero con el objetivo de averiguar si se come tan mal, si los arroces están tan salados y si los tiempos de espera permiten echar la siesta junto al mar, nos adentramos en el Marina Beach Restaurante. Visita a discreción, lo que se conoce como “hacer un Casa Zaragoza”, porque Calero es un viejo conocido de quien firma este texto. ¿Tienen razón los comentarios vertidos en TripAdvisor?
Era martes, y era junio...
… y yo había recibido el encargo de escribir este tema. Me dediqué a recopilar las críticas más controvertidas de Internet, convencí a un compañero de profesión para perpetrar el crimen y reservé a una hora temprana del mediodía, en el restaurante interior. Nada que objetar sobre el ambiente calmado de la sala circular, tematizada en el olivo —a saber por qué—, donde la clientela mayoritaria se compone de turistas de polo blanco y gafas de sol sempiternas. Quizá por ello acabas normalizando que los camareros atiendan con cierta impostura, como si fuera un lugar muy exclusivo y tuvieras que dar gracias por respirar.
"Camarero, póngame un tartar"
Aunque hay un menú del día a 19’50 euros sin bebida y otro degustación por 59’50 —con maridaje—, nos decidimos por unos entrantes al centro y un arroz para compartir, pensando que sería la combinación más frecuente. ¿Cuál fue el primer seleccionado? Por supuesto, el tartar de atún que motivó el comentario de “Tóxico Beach” en TripAdvisor, donde un usuario afirma que les proporcionó “fuertes diarreas” a todos los que lo comieron. Otros comentarios indican que devolvieron el plato porque “olía que echaba para atrás” o porque cuatro personas coincidieron “en que no tenía ni buen aspecto ni buen sabor”.
Suscribo ambas apreciaciones sobre el tartar. Nadie dijo que el atún fuera rojo, pero oye, tampoco negruzco de tanto macerar en soja. Y el sabor era… bueno, no era, no sabía, quitaba las ganas de vivir. Sugiero cambiar el nombre que figura en la carta: en lugar de tartar de atún con algas wakame y mayonesa de soja, que lo llamen tartar de germinados, wakame y guacamole, con aparición circunstancial de tropezones de atún.
El pulpo y las croquetas
Una de las críticas de TripAdvisor señalaba que el pulpo estaba “duro, durísimo, difícil de comer”. A mí me pareció tierno, en su punto, pese a que la ración era testimonial (14’50 euros). Poca crema de boniato, mucha patata para rellenar y, sobre todo, a tope con el pimentón. Pimentón por todas partes. La estrella del equipo, junto con los germinados, que nuevamente hacían del plato un jardín. Como algunos internautas elogiaban las croquetas, probamos las de boletus y las de bogavante. Ni fu ni fa —el rebozado más bien fa —, pero sirven como muestra de las opiniones desatinadas, incluso en un sentido favorable para el restaurante.
Era arroz, y era Valencia
Soy muy insistente con este tema, porque en Valencia el arroz es religión, y si vas a hacer de parroquiano, te tienes que saber la oración. Con la paella no se puede fallar, y menos si Juan Carlos Galbis, primer estrella Michelin de Valencia, es el responsable de asesorar la parte arrocera de Marina Beach Restaurante. Los hay melosos de pollo, de pato o de marisco y secos (paella valenciana, de verduras, arroz negro…), además de la fideuà. Nos decidimos por el arròs dels Bous, cuyo nombre hace referencia a la vieja Casa junto a la Lonja de Pescadores del Cabanyal, ahora en proyecto de recuperación.
Se anunciaba como arroz de pescado con salmonetes, rape y sepia; y lo pedimos seco. Dios Santo. En efecto había un salmonete —poco depurado y sacrificado para la causa —, algún trozo de rape que el lector localizará con zoom y mucha sepia con sospechas de potón. Abundancia de ajos tiernos, para fomentar el consumo de verduras entre la población. Como el fumet no era suficiente para conseguir el sabor, la sal había hecho de las suyas, y el color era ciertamente inquietante. Mi acompañante, que es mejor persona que yo, me recuerda que al menos el grano del arroz estaba en su punto.
La bebida y el café
La carta de vinos de Marina Beach es extensa, muy extensa, hasta el punto de incluir una referencia australiana. Pero según Luca Bernasconi, quien de esta bebida sabe un rato, el Jacob's Creek Chardonnay es muy bueno, “el García Carrión de por allá”. Los precios del resto son ajustados, por lo que no entiendo que en TripAdvisor se hable de “vino caro y malo”, cuando más bien se trata de una calidad media para lo que hay en la zona. La gravedad se esconde en otros detalles más mundanos, como que el agua con gas o el café —solo— se cobren a 3 euros, como si estuvieras sentado en la plaza San Marcos.
¿Un servicio de matones?
Un aspecto esencial en cualquier restaurante, capaz de determinar la experiencia, es el servicio. El de Marina Beach ha sido duramente cuestionado. “Éramos 14 amigos y solo 8 conseguimos cenar, tras una hora de demora en los segundos”, escribe un usuario de TripAdvisor. “No habían montado la mesa para todos los comensales que éramos; un servicio lento y torpe al que hubo que reclamar casi diez veces el pan sin gluten; se quedaron sin cuchillos de sierra cuando traían la carne”, prosigue otro. Y hay más: “Mala atención, malos modales de nuestra camarera”. O “lugar en el que maltratan al cliente”.
A nosotros nadie nos azotó. Es verdad que nos atendieron cinco personas distintas y que el perfil oscilaba entre los encargados mayores y los jovencitos peripuestos, sin que ninguno de ellos demostrara entendimiento en nada. Ni en explicar los platos de la carta, ni en reconocer los vinos, ni en generar empatía con el comensal, porque una sonrisa es mucho pedir en los tiempos de Bershka. Hubo alguna equivocación en los platos, algún malentendido con el pan y las esperas se dilataron, aliviadas por la conversación junto al mar. Solo reprocho la falta de calidez, de hogar, que definen al auténtico restaurante.
Es lo que tiene comer en un Beach Club, ¿no? Un “Ushuaia marca Hacendado”, que escribe otro usuario del portal. “Ambiente tipo Ibiza, de quiero y no puedo”, cito, de una dura crítica que cuenta el siguiente relato: “Después de dejarnos 60 euros por comensal en el restaurante, los encargados de la zona de copas (por no llamarlos los típicos matones de discoteca que tratan a la gente como si fuera basura) tienen órdenes de obligar a los clientes a salir a la calle para volver a entrar a la zona del club, haciendo la correspondiente cola”. De ser así, no es raro que se sintieran una cartera con patas.
La dolorosa
Como en todo gran espectáculo, quedaba el número final, que fue muy valenciano y de traca. La cuenta ascendió a 93,80€, lo que supone 46,90€ por comensal. Con arroz y vino junto al mar, me puede parecer un precio razonable, pero debo salir satisfecha; de lo contrario me siento estafada por aquello de la relación calidad-precio. Que sí, que el entorno es bonito; que sí, que la sala va de finolis; pero no, no es oro todo lo que reluce.
Al llegar a casa estuve leyendo más opiniones de TripAdvisor. “Añadir que los baños son los mismos que los de la discoteca, sucios, sin papel ni jabón”, escribía uno. Cierto que están fuera, y por 50 euros el cubierto, te los esperas dentro. Otra internauta se quejaba de que no le dejaron practicar la lactancia y una tercera lamentaba las restricciones por vestimenta. Son cuestiones internas que cada establecimiento debe determinar, pero que acaban por definirte. Marina Beach Club no es de mi rollo, habrá de quien sí. De hecho, no se puede negar que ha sabido fidelizar a una clientela estratégica dentro de la ciudad.
¿Entonces, son acertadas las críticas de TripAdvisor contra el restaurante que les ha llevado a juicio? En parte, ya que no dejan de ser las vivencias de quienes pasaron por allí, y como yo, se decidieron a opinar. ¿Pero son justas? Esa respuesta va por otro lado, y por lo visto, a los tribunales le va a tocar pronunciarse de una vez por todas. Hace ya tiempo que se viene gestando el debate sobre dónde termina la libertad de expresión y empieza el respeto por el trabajo de los hosteleros, entre otros negocios del sector.
Estamos ante una plataforma que mueve 8.000 millones de euros anuales y que cuenta con 450 millones de usuarios mensuales. Dice Antonio Calero que algunos clientes le amenazan “con el móvil en la mano” y defiende que debería ser el establecimiento quien decidiera si quiere aparecer en el portal, puestos a someterse al escrutinio y a lo que define como “ánimo difamatorio”. Quizá sea uno de sus comentarios más sensatos.
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