Por qué molestan las mujeres
¿Se acuerdan ustedes de la Suráfrica del apartheid? Sí, aquel régimen racista tan repugnante que un montón de países lo condenaban y boicoteaban. Siempre me he preguntado por qué tan justa actitud nunca se ha aplicado a los Estados que discriminan por sistema a las mujeres, como Arabia Saudí. Para muchos debe de ser tolerable que la ley las considere personas medio lerdas necesitadas de tutela, incapaces de conducir o de viajar solas. O al menos más tolerable que la segregación racial.
Para desgracia de los barbudos de la sharia, esa subespecie de australopitecus de los que el Islam debería desembarazarse algún día, las mujeres van abriéndose microespacios de libertad en aquel país. Uno de ellos son los restaurantes y los cafés, donde no han de estar acompañadas por “guardianes” que vigilen su conducta. Sin embargo, algunos hosteleros locales no parecen contentos con el despendole moral de que las señoras se junten para comer algo, y han comenzado a restringirles el acceso a sus locales poniendo carteles a la entrada en los que se lee “Prohibido mujeres”.
Los argumentos de quienes defienden la medida no pueden ser más ridículos. Ellas “hablan alto sin mostrar respeto”, “flirtean” y “usan móviles en los que suena música alta”. También son “mentalmente inestables”, en esa visión de la mujer como loca en potencia que recuerda a cuando Gallardón pretendía hacer pasar por el psiquiatra a las que quisieran abortar en España. Las asociaciones de derechos humanos del país ya han declarado la guerra a estas prohibiciones, y rezo a Alá para que la ganen.
Sintámonos afortunados de vivir en un lugar donde no ocurren cosas semejantes, y no tan afortunados de comprobar que el machismo en el que se enraizan sigue sin ser extirpado. Podría aludir al espeluznante informe que asegura que uno de cada cuatro adolescentes andaluces cree que la mujer “debe estar en casa con la familia”, pero me ceñiré a la hostelería. Hace un par de semanas, Begoña Rodrigo, chef del muy recomendable La Salita de Valencia y ganadora de la primera edición de Top chef, denunciaba en Facebook el trato que había recibido por parte de un crítico gastronómico de su ciudad. “Tú sólo constatas mi idea de que las mujeres no deberían salir de la cocina de casa”, le espetó en la primera visita al restaurante.
Como las saudíes, “Begoñita” (así llama este buen señor a la cocinera en una guía de restaurantes valencianos que acaba de publicar) molesta. Molesta porque se lo ha currado ella sola, porque ha roto moldes en un gremio dominado por los tíos, porque no aguanta la condescencia y, sobre todo, porque no se calla. Ojalá hubiera más como ella, que acaben mandando a los mamotretos sexistas al pasado al que pertenecen.
Esta columna se publicó originalmente en la Revista Sábado de la edición impresa de EL PAÍS.
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