Educación ambiental para ‘baby boomers’
La concienciación ecológica requiere un mayor esfuerzo de las personas adultas para que sirvan de ejemplo a las generaciones posteriores
Formar una población mundial consciente y preocupada con el medio ambiente y con los problemas asociados, y que tenga conocimiento, aptitud, actitud, motivación y compromiso para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones de los problemas existentes y prevenir los nuevos”. Es el objetivo de la educación ambiental definido en 1975 por Naciones Unidas en la Carta de Belgrado. Desde entonces, diferentes entidades e instituciones trabajan por acercar la educación ambiental a la ciudadanía, y no solo pensando en la infancia y la adolescencia, un periodo en el que la Lomloe la incorpora como una competencia más, sino también en personas adultas y mayores.
Daniel Rodrigo-Cano, investigador de comunicación del cambio climático en el grupo de investigación de la Universidad de Sevilla, Compoder, y miembro del colectivo #EA26-Educación Ambiental, explica que a finales de 2021 el Miteco presentó el Plan de Acción de Educación Ambiental para la Sostenibilidad (PAEAS), que establece un marco muy relevante para la educación ambiental de adultos ya que hace especial referencia en la necesidad de desarrollar propuestas de educación, comunicación, capacitación y participación en leyes, planes y programas de las administraciones públicas. Para ello, según el experto, se encuentran varias acciones, como la edición de un curso de educación ambiental para desarrollar políticas públicas; la capacitación para personal público en renaturalización de ciudades, gestión del medio marino y cambio climático por parte de la Fundación Biodiversidad, o los programas dirigidos a la formación en medio ambiente para personas desempleadas para su inserción laboral.
En el ámbito privado son diversas las iniciativas dirigidas a la población general. Lourdes Berzas, psicóloga especializada en medio ambiente, intenta que los proyectos de educación ambiental en los que participa sean lo más intergeneracionales posible. Trabaja en colegios e institutos, pero también en pueblos, agrupando nietas y abuelos, panaderas con pastores o cazadores con artistas. Lo importante para ella es que, en este caso, la gente que se apunta a las actividades de educación ambiental, que facilita de la mano de El Ninja Verde y Adalar (Asociación de Ambientólogos de La Rioja), lo hace de forma voluntaria y espontánea, simplemente porque “la educación ambiental ha llegado a sus casas y dando respuesta a sus problemas cotidianos”.
Abuelos y padres influyentes
De su experiencia con Adalar destaca la importancia que le dan a crear espacios en los que pensar y desarrollar otras formas de relacionarse, donde compartir las experiencias de las abuelas y abuelos. Su trabajo se divide en cuatro fases: una primera en la que se visita el pueblo y se detecta qué asuntos medioambientales se deben tratar; en una segunda fase, planifican las actividades y el calendario “para personas de entre 0 y 100 años”, mano a mano con el Ayuntamiento y el vecindario; en la tercera fase empiezan a desarrollar las actividades, y, por último, en la cuarta fase comienzan un mural infográfico. Suele ser una especie que se ha trabajado en los talleres previos y que se convertirá en bandera del pueblo.
El punto de unión entre el público adulto que participa en estas formaciones suele ser el apego a su pueblo o ciudad, de ahí la necesidad de hacerle sentir protagonistas de las actividades y que se conviertan en custodios del territorio, pues la actividad terminará y el educador ambiental se irá, pero el mensaje y la acción perdurarán. “Dentro de las adultas, las personas mayores suelen ser más accesibles en cuanto a concienciación y, sobre todo, suelen constituir la conexión con las raíces, la memoria de otras formas de relacionarnos con el entorno social y físico. Por todo esto, intentamos llegar a todas ellas en forma de comunidad, para que interactúen y se nutran también entre sí”, cuenta Lourdes Berzas.
Empresarialmente, las actividades formativas relacionadas con la responsabilidad social corporativa (RSC) en relación con el medio ambiente no siempre son las adecuadas. Desde el proyecto de divulgación y educación ambiental El Ninja Verde señalan que la RSC puede ser una herramienta para su uso en educación ambiental para adultos, pero bien diseñada y realizada, y para ello hacen falta expertos. “Ciertas acciones de las RSC en la educación ambiental no dejan de ser un mero intercambio de financiación para un ente ambiental a cambio de que certifique lo verde que es otra empresa con una serie de actividades”, sostienen, y añaden que dependerá mucho del saber hacer del educador ambiental para conseguir convertir un mero trámite en una experiencia transformadora.
Según datos de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo, en 2021 se formaron más de 30.000 personas en el ámbito ambiental, con un promedio de casi 20 horas por alumno. ¿Qué empresas lo hacen bien? Para Daniel Rodrigo-Cano es complejo saberlo porque aunque lo van a tener más sencillo para realizar estas acciones las grandes empresas, eso no significa que lo estén haciendo de la mejor forma. “En muchas ocasiones se prefiere llevar a un gurú que esté de moda para una conferencia frente a un curso bien elaborado por profesionales de la educación ambiental. O proponen un voluntariado ambiental (recogida de basura) y les parece una buena idea, pero en realidad no supone ninguna transformación”, lamenta, e insiste también en el riesgo de caer en el greenwashing o en el peor error, que sería asumir que empresas interesadas realicen esta formación (que en muchas ocasiones es gratuita) con compañías del sector fósil o vinculadas a firmas de reciclaje.
Más allá de la educación ambiental, en el proceso de concienciación por parte de los adultos influyen otras variables —las creencias, las ideologías o las visiones del mundo— a la hora de tomar decisiones. De lo que sí existen evidencias, según el colectivo #EA26-Educación Ambiental, es de la necesidad de crear leyes en este sentido. “Consideramos imprescindible que se desarrolle formación y sensibilización para el diseño de las políticas, así como guías para gestores con criterios de calidad aprobados en los organismos adecuados”, señalan.
La asignatura en otros países
Para las fuentes consultadas no es sencillo indicar países que puedan destacar por su educación ambiental a la ciudadanía. Daniel Rodrigo-Cano explica que muchas de estas cuestiones tienen un amplio componente local; por ejemplo, Lisboa en Portugal o Kelowna y Winnipeg en Canadá. Pero hay 40 ciudades que ya están realizando proyectos de adaptación y mitigación del cambio climático, y que incluyen la concienciación a la ciudadanía entre sus planes. Un ejemplo es la propuesta que se está desarrollando en París a través de la Académie du Climat.
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