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El ojo que desvela al maestro

El difícil oficio de la atribución de arte se enfrenta a bajos salarios en el sector privado y pocos puestos en el público

Cuadros a subasta en Sotheby's, en Londres.
Cuadros a subasta en Sotheby's, en Londres.Tristan Fewings (Getty Images)
Miguel Ángel García Vega

Regresar a la historia. Sentir el verano de 1610. Viajar. Porto Ercole era una pequeña ciudad fortificada en la costa toscana. En este lugar, Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio, enfermó de fiebres, a la espera de volver a Roma. Cuando falleció, en ese desconocido puerto, era el pintor más famoso de Italia. Tenía 38 años y dejaba unas 80 pinturas que cambiarían la historia del arte. Nunca lo habría imaginado. “Y de esta manera, sin la ayuda de Dios, ni de ningún hombre, murió a los pocos días, de un modo miserable, como había vivido”, escribió su enemigo e historiador Baglione.

Es obligado conocer la historia para cursar una especialización tan compleja como son las atribuciones de los maestros antiguos. El camino habitual es formarse en Historia del Arte y luego seguir algún curso más concreto. Las casas de subasta, por ejemplo, ofrecen este tipo de enseñanza. Suelen ser clases cortas, de unos tres o seis meses. Y gana peso lo virtual. Christie’s Londres ofrece, entre otros, On the trail… of Caravaggio (Tras la pista de Caravaggio), según su web, del 9 a 10 de junio, por 140 libras (162 euros). También aporta cursos especializados. Su competencia, Sotheby’s, propone el Instituto del Arte en diferentes campus del mundo. Uno de los más reputados es el de Manhattan. Obtener el Certificado de Graduado exige 30 créditos y la matrícula por crédito son 1.747 dólares (1.450 euros). Pese al coste, atribuir se aprende atribuyendo. Acertando y errando. Mirar hasta desmigarse los ojos. Y hace falta, alguien, experimentado, que acaudille la pupila.

Viaje a través de los pupitres

Este es el viaje, a través de los pupitres, que propone Salvador Nadales, conservador jefe de Pintura y Dibujo del Museo Reina Sofía de Madrid. “El resto es experiencia, estudio y ver”, resume. Cobijado tras esa frase transcurren años enteros de aprendizaje. Y eso que el arte moderno y contemporáneo tiene la facilidad de contactar con la familia (caso de los herederos de Picasso), o los representantes del legado (Fundación Gala-Salvador Dalí), si el artista hubiera fallecido, o, por ejemplo, tener la fortuna de que aún viva para certificar la veracidad de una pieza.

Una de las vías para llegar a esta profesión son las oposiciones a conservador de museo. Quizá el resplandor caravaggista de esta semana ayude a la vocación. Pero la precariedad es un marco sin brillos dorados. “Un experto en pintura de Alta Época de una casa de pujas españolas puede ganar algo más de 1.200 euros mensuales”, narra un reconocido anticuario que solicita el anonimato. Los bajos ingresos aumentan las fuerzas que ya mueven el mercado. “Existe una presión evidente de las casas de subasta y de los marchantes para efectuar la mejor atribución que puedan”, reflexiona Martin Kemp, profesor emérito en historia del arte de la Universidad de Oxford y autoridad mundial en Leonardo da Vinci. “También sufren esa presión los museos y las galerías para que consideren favorablemente ‘sus’ obras: y los historiadores del arte están presionados por sus egos”.

Las casas de puja se blindan. Y enseñan a sus alumnos los rudimentos básicos de un oficio que solo se aprende y se yerra —como hemos visto— siguiendo el esfuerzo y la tiranía de la práctica. “Bajo ninguna circunstancia Christie’s ofrecería a sabiendas una obra cuando existen dudas válidas sobre su propiedad”, afirma un portavoz de la firma de pujas. Y añade: “Si se plantea una duda y no se puede resolver antes de la venta, la pieza es retirada hasta que se investigue más a fondo”. La casa de subasta da un plazo de cinco años —si en ese tiempo el propietario demuestra que la obra no es auténtica—: se le reintegra su dinero. Nadie quiere escándalos. Solo la voz del subastador cantando precios astronómicos mientras la sala aplaude una sucesión de ceros. La platea llena del gran teatro del capital. Caroline Oliphant, jefa de pintura del Grupo de subastas Bonhams, traza tres bisectrices para aprender a identificar un cuadro. “La similitud con otras creaciones del maestro aceptadas, que la pieza se ajuste a la descripción de una obra registrada del artista y la procedencia”.

En el espacio público español, la forma natural de acceso a este lugar silencioso son las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos. El porcentaje de “éxito” resulta tan leve como una veladura. En la última convocatoria (2017) se ofertaron 41 plazas (tres eran de promoción interna) y se examinaron —según un opositor que prepara la oposición— más de 700 personas. Dentro de la estructura, el cuarto examen es el de Catalogación y los opositores deben aprender a hacer una clasificación sistemática siguiendo el sistema Domus, que es el que aplican infinidad de museos españoles. Pero si existe una “duda” sobre alguna pieza, se transmite al conservador jefe de la institución. Ya sea escultura, pintura, cerámica, arqueología. Una vez más, decidirá la mirada aprendida durante décadas. El eterno retorno. “El departamento de conservación es el encargado de determinar la atribución de los cuadros de la colección”, zanja un portavoz de la National Gallery de Londres. Mezclar memoria y mirada.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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