Los diseñadores de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid apuestan por la artesanía para diferenciarse
La 79ª edición de la pasarela madrileña presenta 21 colecciones en las que destaca la reivindicación del taller: la sastrería de Mans, los artesanos de Duyos o el regreso de la firma de Elio Berhanyer, recuperada en las manos de Sergio de Lázaro y rebautizada como Berhanyer 1956
Toca hacer de la necesidad virtud y la moda de autor en España que se presenta en el marco de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid saca partido de sus carencias. No hay mal que bien no venda y si la internacionalización permanece latente (casi como objetivo improbable) y lo de reconstruir el tejido industrial ha quedado en manos de las grandes cadenas, los creativos fían su diferenciación y su futuro a la artesanía. El trabajo manual y la sastrería han coincidido como protagonistas en la cita celebrada del jueves al sábado en Ifema, como ya lo fueron de Madrid es Moda en las jornadas previas en el centro de la ciudad. Un total de 21 enseñas con trayectorias asimétricas y propuestas desiguales que cerraba con el regreso de Elio Berhanyer, premio L’Oréal Paris a la mejor colección, ahora en las manos creativas de Sergio de Lázaro (cofundador de Otrura).
“La moda necesita dejarse de tonterías”, sentenciaba De Lázaro el día previo a su desfile, “hay que hablar claro. No es solo una cosa de sostenibilidad, sino de trabajo, de no frivolizar. Podemos divertirnos con ella, para eso está, pero somos trabajadores y esto es un oficio, no un espectáculo de alfombra roja. Tenemos que estar en el taller y crear, como ha sabido hacer Francia, unas artes y oficios de excelencia. Pero no parches a corto plazo”. Tras una revisión del histórico del creador fallecido hace cinco años, en colaboración con el Museo del Traje, el diseñador se estrenaba posicionándose en la disyuntiva sobre cómo recuperar el legado de otro. Existen varias alternativas a este dilema, pero se podrían resumir en dos: el camino que transitó Karl Lagerfeld a su llegada a Chanel en 1983, cuando decidió reinterpretar el estilo de Coco partiendo de imágenes reconocibles como las perlas o el tweed; o el que recorrió John Galliano al aterrizar en Christian Dior en 1996, que prefirió partir de un concepto, el de la mujer como objeto a embellecer sobre el que trabajaba el couturier. De Lázaro se decantó por el concepto, pero no hubo floreros en su colección: “No podíamos estar revisitando al maestro. No quería hacer un remake porque no tendría nada de interesante para la gente hoy, no conseguiría emocionar más de lo que ya lo hizo él. Así que empecé a pensar que Berhanyer nació como una firma que buscaba la vanguardia en los años sesenta o setenta y partí reflexionando sobre qué sería esa vanguardia hoy”.
Su discurso exploraba la ruptura actual de los códigos en el vestir, lo que se tradujo en chaquetas descontextualizadas o elementos clásicos sacados de su entorno. Todo asentado sobre la impecable sastrería de su taller: “Aunque Berhanyer era sobre todo modista, no hemos podido evitarlo”. Siluetas oversized y evasé al mismo tiempo, abrigos de doble faz cosidos a mano, talles de pantalón que descendían un palmo más allá de la cintura o vaqueros que referenciaban al mundo del trabajo.
La artesanía fue el eje sobre el que tomó forma la nueva colección de Juan Duyos para la firma que lleva su apellido. En su caso, todo comenzó con un viaje a las islas Canarias en busca de artesanos locales. Esta descentralización de los oficios le permitió avivar la creatividad y encontrar nuevos enfoques. Piel de La Gomera, macramé y croché de Fuerteventura, calados de Gran Canaria, hilaturas de La Palma o lana de ovejas autóctonas, tratada como materia prima artística desde El Hierro. “Quería escarbar en la historia de cada sitio”, contaba el diseñador, “me pareció interesante hacerlo con gente de Canarias porque en la Península conocemos algo más a nuestros artesanos y sus técnicas, pero de allí yo no sabía nada. Son oficios que, en muchos casos, están siendo recuperados por gente joven”. Llegó al archipiélago con ideas preconcebidas pero, a la vista del resultado, supo editar toda la información para tejer una carta de amor al trabajo manual en la que todo cobró sentido de manera conjunta. Con tonos tierra y destellos metalizados, juegos de sobreposiciones y patrones que se despegaban del cuerpo para facilitar su movilidad. En las islas, “la artesanía antes era una necesidad, pero ahora es parte de sus vidas. Se ha convertido en un producto artístico o en un bien de lujo”, reconocía Duyos mientras los artífices de las creaciones observaban desde la grada, “es bonito y evidentemente minoritario, pero es necesario que sea así”.
El corte y la materia volvieron a ser protagonistas en la propuesta de Mans: “Desde que empecé con mi tesis siempre he aspirado alto para conseguir tejidos, es algo heredado de mi abuelo, del que viene el nombre de la marca. Él siempre vestía muy bien y me enseñó a tocar”, contaba Jaime Álvarez, fundador de la enseña. Las lanas de su colección son de nuevo de Loro Piana y le sirvieron para arrancar su proceso creativo con un recorrido que ya le es habitual, comenzando por el tacto. El tema llegó casi al final, un viaje a la campiña inglesa a base de cuadros o flores para vestidos de té, en una colección mayoritariamente femenina. Álvarez se abrió el pasado septiembre al armario de la mujer y aquella investigación entonces le valió el premio a mejor colección. Repite ahora afianzándose en el campo, quizá por la facilidad que le supone el hecho de que nunca se atuvo a respetar completamente las barreras del género.
Unas fronteras que tampoco tienen sentido para Acromatyx. La etiqueta, fundada por Xavi García y Franx de Cristal (creadores de 44Studio), se estrenaba en la pasarela madrileña explorando todos los matices del negro, jugando con los reflejos de la luz sobre los diferentes textiles: lana, algodón, piel, seda o un material compuesto con una mezcla de textiles y papel metalizado. Dedicaron su colección, presentada el pasado 15 de febrero, a la música tecno y al desaparecido David Delfín, que les apoyó en sus inicios, y apostaron todo, ellos también, al buen trabajo de sastrería.
El calendario oficial arrancó el jueves con el desfile de Pedro del Hierro, inspirado en las auroras boreales: “Nos permiten hacer una colección nocturna. Sus colores nos interesan a nivel propuesta, porque son tonos que se mezclan sobre todo con blanco y negro, otro punto importante de partida para nosotros”, contaba el director creativo de la línea de mujer, Nacho Aguayo. Sus diseños y los de Alex Miralles, responsable de la división masculina, ofrecieron un armario completo para las fiestas invernales. Uno en el que cualquiera podrá encontrar algo de su gusto: trajes de chaqueta en varios colores y acabados, vestidos mostrando todo el abanico del brillo, punto combinado con faldas de seda, piel, terciopelo… Desde la primera fila observaban las novedades Tamara Falcó y Begoña Gómez, mujer del presidente Pedro Sánchez, solo separadas por Marie Castellvi-Dépée, directora general de Tendam, el grupo propietario de Pedro del Hierro. Esta última, como en las mejores cenas, fue alternando protocolariamente la conversación a derecha y a izquierda según avanzaban los platos fuertes del desfile.
Las auroras boreales no fueron el único fenómeno nocturno de la semana. Las fases lunares inspiraron a Hannibal Laguna y las fiestas hasta altas horas, la colección de Lola Casademunt by Maite. En Simorra recurrieron a los fósiles; en Claro Couture, al París de los años treinta, y Pablo Erroz volvió a basar su propuesta en torno a la sostenibilidad y a la reducción del impacto. La modelo Nathalia Novas se alzó con el premio a la mejor de su profesión de esta edición de la MBFWM y fue una de las encargadas de cubrir la cuota de diversidad de la pasarela. Porque la pluralidad de cuerpos fue, como lo es en el resto de pasarelas, cuestión de cubrir cupos. Se contó con algunas modelos racializadas como la propia Novas, con Lorena Durán como única representante de las tallas no normativas (y ni siquiera apareció en todos los desfiles), o con Guiomar Alfaro (54 años) y Pino Montesdeoca (61 años) para elevar la media de edad.
Por lo demás, saliendo del foco del glamur de la pasarela, en el recinto madrileño siempre puede decirse ese mantra de que las modas pasan, pero el estilo permanece. El estilo aséptico de un pabellón en el que se renuncia a la grandilocuencia de otros escenarios a favor de la relativa comodidad de tener todo en un mismo sitio a 14 kilómetros del centro de la ciudad. Pero, aunque esa es la teoría, comodidad no es una palabra que venga a la cabeza al pasear por la moqueta de este espacio por el que pasan los años, pero no los problemas logísticos: no funcionan los enchufes en la sala de prensa, ni a ratos internet o no queda comida porque alguien debió creerse eso de que en la moda no se come. Los retrasos en los desfiles llegaron a la hora el viernes y de ahí pasaron a un régimen marcial el sábado, cuando fue imposible acceder con seis minutos de retraso. Eso sí, la última jornada se amenizó al coincidir con la Japan Weekend Madrid, un evento dedicado al país asiático, al manga y al anime, con cientos de invitados entregados a los que, a veces, costaba distinguir de los asistentes a la pasarela. Esa sí es la magia de Ifema.
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