Pino Montesdeoca: “Yo me gusto y me da miedo no gustarme si me retoco”
La canaria, de 61 años y viuda reciente, dio un giro a su vida pasados los 50 y triunfa como modelo en publicidad y pasarela. Esta próxima semana desfila en la Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid
Cita en el pequeño ático madrileño donde vive, sola, con Pink y Floyd, dos perros bodegueros andaluces rescatados de un río donde los abandonaron de recién nacidos, y que le montan la gran escandalera a la visita hasta que su ama los apacigua. No me extraña. Pino Montesdeoca, esta mujer menuda de 61 años, larga melena blanca, magnético rostro sin gota de maquillaje y voz grave tamizada por un zumbón acento canario y una amabilidad extrema, produce paz inmediata. Quizá más de la que siente ella misma después de unos años convulsos. Después de vivir durante décadas en Suecia y luego en Bahamas, donde estuvo al borde de la muerte por la picadura de un mosquito, y de la reciente muerte de Bo Linné, su marido desde los 18 años, esta profesora, modelo por accidente pasados los 50, confiesa hallarse en plena reconstrucción. Y se explica.
Con esa cara y ese esqueleto, ¿nunca pensó dedicarse a la moda?
Nunca, jamás pensé que pudiera ser modelo de nada para nadie. Desde niña creí que no le gustaba a la gente.
Ahora me dirá que se sentía un patito feo.
Tampoco. Siempre me sentí diferente, pero lo vivía como algo negativo. No impresionaba, sino que imponía a los tíos. He salido toda la vida con mis amigas, y los moscones se acercaban a ellas, no a mí. No tengo sex appeal. No es lo que emito.
¿Qué cree que emite?
Ahora, fíjate la paradoja, cercanía. Mi belleza, si la tengo, que claro que la tengo, como todos y todas, es de dentro afuera. Cada vez soy más yo. Con los años eliminas porquerías, complejos, pretensiones. Te vas quedando más limpia y eso puede hacer que haya gente que se identifique contigo.
¿Qué porquerías llevaba encima?
Engreimiento, prepotencia, soberbia. Como entendí pronto que no encajaba, me llené de mí.
Qué imagen más gráfica y más potente.
Es así. No le gustaba a nadie, pero yo sí me gusto, me llené de mí enterita y eso me llevó a la soberbia, que es uno de mis pecados más feos. Me fui de Canarias a Suecia a los 18 años por amor, con mi novio sueco. Fui madre a los 19. Luego estudié y me hice profesora. No quería ser mal ejemplo para nadie, ni para mis hijas ni para los alumnos. Tenía que ser la esposa perfecta, la profesora perfecta, la madre perfecta, la mujer perfecta. Siempre he sabido de mi soberbia, pero solo ha empezado a molestarme de verdad cuando me he ido quedando sola.
¿Sola? Tiene dos hijas.
Mis hijas son mayores y vuelan solas. Mi marido murió hace año y medio, y, cuando me quedé sola, me di cuenta de que tenía que estar conmigo misma y que no me aguantaba. Ya no tenía que ser esa mujer con dos cojones, entonces empecé a quitarme cosas de encima. Creo que ahora gusto porque ahora soy pura esencia y eso se percibe.
¿Cómo lleva esa soledad?
Mi marido, Bo, era abogado y trabajaba para el Ejército sueco. Viajaba mucho, y yo también. Igual él estaba destacado en Ucrania y yo en Bahamas, donde trabajé un tiempo como asesora de un empresario y donde casi me mata la picadura de un mosquito. Pero siempre nos juntábamos. Murió de la recaída fulminante de un cáncer que había superado anteriormente. Nos habíamos visto dos semanas antes y estaba animado y bien [muestra fotos de ambos, maravillosos, en el móvil]. Volví a España a trabajar. Mi hija, que es cirujana en Suecia, me avisó de que la cosa se ponía fea en vísperas de los desfiles de la semana de la moda de Madrid de 2022. Cogí un avión, pero no llegué a tiempo.
¿Eso la traumatizó?
Allí la muerte se acepta y se vive de otra forma. Pude despedirme de él en una ceremonia preciosa con nuestros amigos. Cero dramas con eso, pero sí que me queda un poco de rabia y de cabreo. Por eso salgo a andar todos los días muy temprano, con mis auriculares, y le hablo, grito, lloro, pataleo. Luego llego a casa y me pongo a funcionar. El trabajo me ayuda mucho. Cada uno lleva el duelo como puede.
¿Por qué cree que la llaman los diseñadores para desfilar con su ropa?
Porque encajo, ahora sí, fíjate, con la idea que quieren transmitir. Y porque supongo que hay mujeres de mi edad que, al verme, compran la marca. Seamos realistas. Una puede estar mona, pero esto va de money.
Trabajando en un mundo tan esclavo de la imagen como es la moda, ¿ha tenido tentaciones de retocarse el rostro?
Me gusto y me da miedo dejar de gustarme. Mi hija, la cirujana, hizo también cursos de medicina estética, viene a Madrid a pinchar bótox a una clínica y me dice que puede ponérmelo, no puedo tenerlo más fácil. Veo a amigas y amigos que lo hacen y quedan estupendos, pero otros, no. Lo que me hace gracia es quien se lo hace y te dice a la cara que no se ha hecho nada. ¿Perdona? Estás divino, pero algo te has hecho.
Igual ese es su éxito, que se nota que no se ha hecho nada.
Hemos llegado al absurdo de que te llamen descuidada si no te lo haces. Entonces, salgo yo y digo: “Señores, es normal que una mujer de 61 años tenga arrugas”. Mira tú la reivindicación de lo que es lo más normal del mundo, hay que joderse. Cumplir años es guay, es ok. Cuidarse es moverse, comer bien, intentar ser feliz. He tomado la decisión de ser yo. Tengo cosas más importantes en la vida de las que preocuparme que por cómo se me ve el ojo o el pescuezo.
Carolina Herrera dijo que, a partir de los 50, el pelo largo no es elegante. ¿Qué le dirían usted y su pelazo largo?
Ay, mija, yo creo que ahí se equivocó, la muchacha. No se lo voy a tomar a mal porque no sé lo que quiso decir en aquel momento, ni tampoco la quiero excusar. Evidentemente, yo me considero una mujer elegante, pero a lo mejor para ella la elegancia es otra cosa.
¿Y para usted, qué es?
No tengo ni idea, pero sé reconocerla. Vi en un documental a una mujer africana sentada en el suelo haciendo algo con las manos con una parsimonia, una dignidad, un aplomo y un orgullo y, a la vez, una humildad de ser quien era que traspasaba la pantalla. Me pareció la mujer más elegante del mundo.
¿No se siente, a veces, la cuota de mujer mayor en los desfiles, como la de mujeres más allá de la talla 42 o de discapacitadas?
Ay, cariño, qué difícil eso. Sé cómo soy. Las y los modelos, digamos, estándar, son supernecesarios en los desfiles. Son los que llevan la obra del diseñador a un estatus, digamos, sublime. Yo veo a esas niñas con esas medidas casi insultantes, por imposibles para casi todo el mundo, y me cortan el aliento. Las ves caminar y parece que flotan. Joder, son un espectáculo, lo siento. La diversidad es una maravilla y creo que pueden convivir las dos cosas.
Se llama Pino Montesdeoca, no puede negar que es canaria.
Es lo que me queda de mi tierra, porque ahora ya no me queda nada. Murió mi marido. Murió mi madre esta Navidad. Mis hijas viven fuera. Mi hermano querido vive en Bahamas, tuvo un accidente y ya no es el mismo. Soy yo la que me ocupo de su hija, que la hemos criado juntos. Se me murió todo el mundo, pero eso también está bien. Una vez lo aceptas, es lo que hay. Otro peso menos que llevo a cuestas, qué quieres que te diga.
Modelo por sorpresa
"Mi nombre y mi apellido no pueden ser más canarios, pero he parado poco en las islas", bromea Pino Montesdeoca (Las Palmas de Gran Canaria, 61 años) sobre su tierra natal, que dejó a los 18 años para irse a Suecia, con su novio sueco, y empezar una de sus varias vidas. Después de tener y criar a sus dos hijas, Montesdeoca, que trabajaba como profesora de Lengua en un instituto, se instaló durante un tiempo en Bahamas, como asesora de un empresario. Fue allí donde la picadura de un mosquito estuvo a punto de llevársela por delante, hasta el extremo de recibir la extremaunción. Poco después, el novio de su hija, fotógrafo de moda, le hizo unas fotos que llamaron la atención de la industria. El resto está en las campañas de publicidad, las revistas de moda y las pasarelas. Esta próxima semana desfila para varios diseñadores en la Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid.
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