Cuatro propósitos sexuales para poner en marcha en 2026
Erotizar el día a día o mostrase más vulnerable podrían ser dos de las determinaciones eróticas a observar para mejorar la vida sexual en el año que empieza


El mes de enero invita a hacer listas de propósitos y metas en todos los ámbitos, especialmente el laboral, económico o social. No está de más que también contemplemos el lado más íntimo y personal: nuestra sexualidad, casi siempre sin planificar y relegada a los ratos libres, los puentes, las vacaciones o a que haya ganas. Esperamos que nuestro instinto básico nos seduzca, nos tiente, tome la iniciativa; y, cuando no lo hace, lo olvidamos y dejamos de llamarle, como al amigo de antaño que se desdibuja y con el que ya no contamos para ningún plan. ¿Qué tal si este año somos nosotros los que tratamos de tentarle a él y le proponemos citas y planes a los que no podrá negarse?
Resucitar la vida sexual
Pocas personas conozco que lleven una vida sexual satisfactoria a lo largo de toda su existencia. La mayoría pasa por épocas doradas y por periodos aciagos, solitarios o donde pareciera que el deseo sexual perdiese su carácter universal para convertirse en exclusividad de unos pocos privilegiados. La vida nos pone, a veces, en un irremediable dique seco por causa de rupturas sentimentales, enfermedades u otros problemas. Sin embargo, pasado un tiempo y reparada ya la embarcación, es bueno volver a navegar, si no queremos que el motor del bote se estropee por falta de uso.
Hay muchas personas que, por diversos motivos, hace tiempo que han aparcado su vida sexual sin sentirse del todo satisfechas en su celibato, por muy de moda que esté. Aparentemente, parecen felices y hasta hacen bromas de lo bien que se está sin pareja, sin relaciones, con toda la cama para uno solo y con la asistencia de su amigo más fiel: el Satisfyer; o el porno y el masturbador de última generación, si se trata de varones. Sin embargo, no pueden acallar del todo a esa vocecita que algunas noches les susurra que el tiempo corre para su inexistente vida sexual, convertida ya en un espectro que espera ansioso su reencarnación.
A esas vocecitas que no callan y que insisten hay que hacerles caso. Está bien buscar pareja, aunque a día de hoy sea una de las tareas más arduas. Hay que olvidar los fracasos (o lo que, erróneamente, se entiende por fracaso) y recuperar la confianza de que hay gente amable en el mundo. Hay que tratar de buscar solución a esos problemas que dificultan la sexualidad y que nuestra mente agranda, culpando solo a nuestro cuerpo. Hay que recuperar el sexo con esa pareja, a la que se quiere pero que, sin saber por qué, se ha convertido en el compañero de piso. Hay que desterrar la idea de que el buen sexo termina a los 50 y que la menopausia deja a las mujeres secas y sin deseo. Hay que usar y rentabilizar esa gran herramienta con la que venimos al mundo que es la sexualidad, adaptándola a nuestras circunstancias, edades y expectativas.

En definitiva, hay que vivir y no limitarse a estar vivo. Y para conjugar el primer verbo, lo que se necesita es sentir. La sexualidad, independientemente de que haya personas que eligen no usarla, es una dimensión esencial del ser humano que nos proporciona libertad, conocimiento y nos hace más valientes. Es una sofisticada computadora que muchos utilizan como una simple máquina de escribir, pero, además, el sexo es una poderosa ancla que nos mantiene unidos a nuestra condición humana, que empieza a estar en peligro de extinción.
Erotizar el día a día
El deseo no solo nace ni se nutre de noches de lujuria. El deseo se mantiene con pequeños gestos diarios de afecto, mimo, atención, sensualidad... que erotizan el día a día y nos abren el apetito. No podemos comportarnos como ascetas durante todo el día, o toda la semana, y llegar a la noche, o al sábado, convertidos en dioses del sexo, porque no es posible pasar de cero a 100. Sin embargo, esta es la dinámica de muchas parejas, enzarzadas en sus complicadas y ajetreadas vidas, que no entienden por qué están perdiendo las ganas. O por qué estas no se presentan cuando más se las necesita.
Tendremos deseo si tenemos vidas deseantes, y lo perderemos si no lo entrenamos a diario. No busquemos siempre la productividad en cada gesto. “¿Para qué dar un beso apasionado o una caricia si solo dispongo de dos minutos y debo salir al trabajo? Me quedaré con las ganas y será peor”, argumentarán muchos, sin saber que es lo mejor que pueden hacer por su pareja, su vida sexual y su libido, porque las cosas empezadas y no acabadas exigen su continuidad.

Seamos cariñosos, sexis y traviesos las 24 horas del día y recuperemos los olvidados rituales en torno al sexo. Una buena relación sexual debe tener sus rituales y su teatralización, que nada tienen que ver con fingir o pretender ser lo que no se es. A los seres humanos nos encantan los ritos y la sexualidad también tiene los suyos: cuidar el cuerpo, perfumarse, vestirse de una manera especial, seducir al otro, hablarle de una determinada manera... Hay que entrar en el juego e interpretar un papel, práctica que contribuye a crear un clima erótico, excitarse y provocar al otro. En psicología se utiliza mucho una herramienta que se llama “actuar como si...”, y que consiste en teatralizar una situación a la que se quiere llegar. Riamos aunque estemos tristes, comportémonos como adolescentes deseosos de acariciar y tocar al otro para experimentar nuevas sensaciones y nuestro deseo sexual crecerá cuantitativamente, porque de la imaginación, o la recreación, también se puede llegar a la sensación.
Autoconocimiento
¿Sabemos realmente lo que dice de nosotros nuestra libido, lo que nos excita, lo que nos gusta en materia sexual? ¿Tenemos idea de cómo es nuestra personalidad erótica, o nos limitamos a adoptar actitudes o prácticas que vemos en el porno, que nos sugieren nuestras parejas o que nuestros amigos nos cuentan que han hecho, con sorprendentes resultados? Y por personalidad erótica no hay que entender el camino más rápido al orgasmo, sino nuestra manera de ser sexual, que es distinta y única en cada individuo.
Conocerse sexualmente significa saber lo que representa el sexo para cada uno. Tener, aunque sea una ligera idea, de cómo nos gustaría vivir y explorar nuestra sexualidad. Familiarizarse con las respuestas del cuerpo y la mente a los diferentes estímulos. Poder vislumbrar lo que tenemos en la cabeza, justo antes de que la libido se dispare. Analizar, con cierta distancia, las fantasías, ya que estas son una cortesía del inconsciente que nos brinda una ventana abierta a nuestra personalidad sexual, pero tampoco hay que fiarse al 100% de ellas. Y, entre otras muchas cosas, determinar qué atmósfera nos resulta más sugerente para estos asuntos: el amor, la seguridad, la fuerza, el poder, la dominación, la sumisión, el peligro, lo desconocido. Sin embargo, la mayor parte de la gente empieza a explorar su personalidad erótica cuando tiene algún problema. En caso de que no haya ningún trastorno, ni se lo plantean; y cuando se habla de tener una sexualidad más plena, comúnmente, se refieren al hecho de realizar muchas actividades y prácticas. Nunca a la idea de vivir una sexualidad más consciente.

Hay que tener en cuenta también que la personalidad erótica cambia con el tiempo, los años y las distintas parejas, que pueden despertar ciertos instintos o apetencias. Nuestra manera de ser sexual es, por tanto, dinámica e interactiva, y puede que lo que nos gustaba a los 20 deje de gustarnos a los 40, o viceversa. Existe un intento de clasificación, a grandes rasgos, de las personalidades eróticas en cinco grupos: energética, sensual, sexual, kinky y cambiante; aunque, generalmente, la mayoría tenemos rasgos de todas. Tomarse el tiempo necesario para descubrir la propia personalidad sexual hará que disfrutemos más del sexo, nos conozcamos mejor, elijamos mejor a nuestras parejas y sepamos comunicarle, adecuadamente, nuestros deseos.
Abrazar la vulnerabilidad
La RAE define el término vulnerable como “que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente” y menciona los siguientes sinónimos para esta palabra: débil, delicado, frágil, indefenso, inerme, endeble. Es comprensible que generaciones y generaciones de individuos hayan huido de este calificativo como de la peste, a pesar de que ello supusiera hacerse con una coraza que les impidiera sentir, ser ellos mismos o mostrar sus sentimientos. Las consultas de psicología y sexología están llenas de personas cansadas ya del peso de estos escudos emocionales que les salvaguardaban de ser heridos, pero también de experimentar sensaciones.
Sin embargo, la vulnerabilidad puede entenderse desde otro punto de vista, como la capacidad de exponer nuestros sentimientos, pensamientos y experiencias más íntimas sin miedo al juicio o al rechazo. Es tener el coraje de ser uno mismo en un mundo que constantemente nos obliga a ser lo que otros esperan que seamos. Esta difícil tarea está bastante alejada de la debilidad o la cobardía. Es más, requiere de grandes dosis de valentía, ya que implica abrirse a los demás, mostrando las imperfecciones, miedos y deseos más profundos, aceptando que no somos infalibles.

Si vivimos en un mundo de relaciones líquidas, como dijo Bauman, es porque nadie quiere mostrarse vulnerable. Si nos cuesta conectar con otras personas, en el terreno erótico y emocional, es porque nadie está dispuesto a desnudarse emocionalmente. Si la soledad es la epidemia del siglo XXI, es porque nos condenamos al aislamiento para que nadie nos deje nunca.
La vulnerabilidad es imprescindible para ayudarnos a cruzar la barrera de la superficialidad y establecer relaciones más profundas y satisfactorias. Cuando somos vulnerables dejamos que la otra persona entre en nuestro mundo interno y nos conozca como realmente somos. Independientemente de lo que tengamos para ofrecer o del decorado que adorne a nuestro yo más profundo, el mero hecho de permitirse ser vulnerable sin miedo a los resultados es una de las cualidades más eróticas y atractivas de los seres humanos. Créanme, nadie podrá resistirse a ella.
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