Síndrome del corazón congelado o incapacidad de enamorarse: “Es como cuando tienes un accidente y no quieres volver a conducir, pero con el amor”
Muchas personas aseguran haber perdido el interés en crear vínculos estrechos y duraderos. Decepciones, relaciones tóxicas, dependencia emocional, exceso de estímulos o la propia cultura de la inmediatez son algunas causas


Cuando Susana entra en una fiesta ya no busca a nadie con la mirada. Ni siquiera cuando alguien atractivo le habla se le activa ese viejo radar que antes solía tener siempre a punto. “Me doy cuenta después, al despedirme. Pienso: ‘Ah, igual este chico estaba ligando’. Pero yo, la verdad, ni me entero. Tengo apagado el wifi del amor”, bromea. Residente en un pueblo de los alrededores de Barcelona y madre de un niño, cuenta que lleva unos cuatro años sin enamorarse. Ha tenido encuentros sexuales, “algunos con tíos majos, listos y guapos”, pero ninguno ha sido capaz de reavivar la chispa.
Susana no está sola. Cada vez son más las personas que confiesan no haber vuelto a sentir nada parecido a un flechazo en años. Gente que, aunque mantiene relaciones esporádicas o incluso recurrentes, se siente desconectada de la emoción romántica. Padecen lo que se conoce como el “síndrome del corazón congelado”.
Susana reconoce que en el pasado fue una enamoradiza empedernida. Hace siete años, sin embargo, comenzó una relación que acabaría cambiando su manera de sentir. “Me enamoré locamente de alguien que, con el tiempo, acabó siendo una persona muy diferente a la que yo pensaba. Me timó”, sentencia. “Pero cuando me enteré de eso, ya tenía un hijo y toda mi vida vinculada a él”, añade. Desde entonces, le cuesta confiar incluso en su propio criterio: “Es como cuando tienes un accidente de coche muy grave y después ya no quieres volver a conducir. A mí me pasó eso con el amor”.
Su relato conecta con la explicación que ofrece María Esclapez, psicóloga, sexóloga y terapeuta de parejas. “Esta especie de ‘congelación afectiva’ es similar a un burnout emocional. No es que pierdas la capacidad de amar, es que estás tan saturado que el cerebro dice: ‘Voy a sentir un poquito menos’. Es una respuesta adaptativa, aunque parezca raro”, detalla la también autora de libros como Me quiero, te quiero (Bruguera, 2022).

Julia, otra de las personas que contestó al llamamiento para participar en este reportaje, se expresa en términos parecidos. “Antes pensaba que el enamoramiento era algo que te atravesaba y punto. Ahora veo que una puede decidir si se deja llevar o no”, asegura esta mujer de 41 años. Ella ha optado por no hacerlo: “He decidido centrarme en mí, en mi desarrollo, en sobrevivir en esta jungla que es la ciudad donde vivo. El amor no es mi prioridad, ni tener una relación”.
En el caso de Susana, la decepción no fue el único motivo. Reconoce que también le ha influido mucho la cuarta ola feminista. Empezó a ver red flags por todas partes. “Ahora, a la tercera cita ya veo venir los problemas. Posiblemente, lo detecte ya a la primera. Una vez que pasa eso, ya no puedo confiar en la otra persona y, sin esa confianza inicial, ya no me nace el enamoramiento”, describe. Según ella, también influye la edad y el contexto: “A mi edad [tiene 44 años] hay pocos tíos guais, y los que hay o ya tienen pareja o yo no les gusto. Tampoco tengo ganas de invertir energía en hacer pedagogía con señores que todavía están enfadados por haber perdido ciertos privilegios asociados a su género durante milenios”, admite.
Para Esclapez, una de las causas de este tipo de problemas puede ser que “vivimos en una sociedad hipersaturada, hiperconectada, de relaciones rápidas y líquidas. Queremos sentirlo todo ya y hay muchas personas que no tienen voluntad real de construir. Eso termina por quemarnos”.

Julia, que durante los últimos dos años y medio ha ido a terapia casi cada semana, cree que antes se enamoraba mal, por inercia, repitiendo patrones familiares dañinos. “Vengo de una familia con violencia, adicciones y codependencia. Normalicé muchas cosas”, reconoce. “Si no te trabajas eliges mal, porque tus referentes están mal. Ahora, por primera vez en mi vida, estoy en paz. Y no quiero volver a un estado de vulnerabilidad”, advierte. Esa es otra dimensión del “corazón congelado”: no como una pérdida, sino como una decisión consciente. Aunque en algunos casos no sea voluntaria, para muchas personas representa una tregua necesaria.
También Sergio, valenciano de 41 años, siente que lleva un tiempo desconectado del enamoramiento. En su caso, la actitud es algo distinta: “Quiero volver a enamorarme. Echo de menos esa sensación de ilusión, de estar en modo aventura emocional, de que todo lo cotidiano se tiña de algo nuevo. Pero me cuesta mucho”. Tanto como que hace más de cinco años que no siente nada parecido a un flechazo. Ha tenido relaciones, incluso vínculos de unos meses, pero no se ha dejado llevar del todo. “Supongo que tiene que ver con una especie de miedo a volver a entregarme del todo. En el pasado, he tenido relaciones donde sentí que me desdibujaba. Me perdía a mí mismo y dejaba de hacer cosas que necesito. Me cuesta confiar en que no me vuelva a pasar”, confiesa.
Él nombra también la importancia de las aplicaciones a la hora de buscar pareja y las implicaciones de esto. “Reconozco que a veces las uso. Pero mi sensación es que falta tiempo, contexto, profundidad. Como que están pensadas para que no dé tiempo a que algo crezca”, se lamenta. También hace terapia desde hace un tiempo y asegura que eso le ha ayudado a entender su bloqueo emocional sin juzgarse. “Sé que es algo que tengo que trabajar. No lo vivo como una derrota. Al contrario, quiero estar preparado para cuando llegue la persona adecuada. Porque, contra todo pronóstico, sigo siendo un romántico”, reconoce.

Podría parecer que las causas del apagón afectivo son, en su mayoría, internas a los que lo padecen, pero también las hay externas. Susana menciona el trabajo y el ritmo de vida que le hace llevar. “En los últimos tres años he estado absorbida por un proyecto personal que me ha exigido mucha pasión y corazón. En el fondo, me sentía agradecida de no tener distracciones”, concede. Las condiciones materiales, como el dinero o el tiempo libre, también tienen su papel: “Antes, cuando me enamoraba, tenía todo el tiempo del mundo para soñar, fantasear, escribir… Para cuidar lo que estaba naciendo. Ahora no puedo ni contestar a un mensaje”.
Esclapez lo confirma: “Todo va de la mano. El ritmo de vida, las apps, la cultura de la ultraproductividad… Y del mismo modo que ha evolucionado la sociedad, ha evolucionado la forma de vivir las relaciones”. “Todo lo consumimos muy rápido, también las parejas. Eso nos satura, nos abruma, y provoca el parón, consciente o inconscientemente”, añade.
Problemas de tener el corazón helado
Vivir con el corazón emocionalmente desconectado puede parecer una forma de protegerse. Pero si esta situación se prolonga demasiado, Esclapez piensa que puede tener efectos importantes sobre la forma en la que nos relacionamos con los demás. “Si este bloqueo emocional se cronificara, construiríamos sin darnos cuenta una forma de relacionarnos desde el aislamiento, desde la desconfianza”, explica. La experta aclara que, de todos modos, su visión de este tipo de “apagones” emocionales es positiva y no considera que comporten una pérdida definitiva de la capacidad de sentir. “No es que el corazón de repente se desactive sin más y para siempre”, insiste.

Para ella, el problema no es querer estar solo ni tomarse un tiempo. “Una cosa es decir: ‘Me aparto porque necesito introspección’. Pero el no sentir como tal no puede ser una etapa necesaria. La apatía no se considera un proceso sano, sino un síntoma de algo más”, apunta.
Ninguna de las personas entrevistadas cierran del todo la puerta al amor. Susana incluso se ha autoasignado una misión: “Me he propuesto acabar con esta situación. Estoy montando una lista de canciones de amor para ver si esto se me cura”. ¿Qué más se puede hacer si se quiere volver a sentir, pero no se logra? “Lo primero es entender qué nos pasa. Para ello, es importante acudir a terapia, leer, hablar con nuestros amigos y las personas que tenemos cerca, todo ayuda”, asegura Esclapez. Y añade: “Y trabajar para generar vínculos seguros, espacios donde nos sintamos validados, escuchados, perder el miedo a estar con otras personas. A experimentar. Ser optimistas. Porque no todas las relaciones son iguales ni tienen por qué acabar mal”.
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