El pastor que enseña las estrellas
José Pedro Madera decidió formarse en su gran pasión animado por su mujer, Toñi Jorrillo. Ahora organiza observaciones astronómicas para los turistas, y su hija ha heredado su afición
Cada noche de verano, después de un duro día de trabajo en el campo, un ganadero llamado Aquilino sacaba su cama y la de sus hijos a la calle para ver juntos las estrellas. José Pedro Madera, uno de aquellos niños, quedó cautivado para siempre. “Mi padre no sabía cómo se llamaban las constelaciones, pero les ponía nombres por las formas que a él le sugerían, casi todas relacionadas con su trabajo. Por ejemplo, a Sagitario la llamaba La cuartilla, que es una medida de cereales”, recuerda. Unos años después, cuando José empezaba a ligar por el pueblo, Torrejón el Rubio (Cáceres), su entusiasmo despistó a Toñi Jorrillo: “Hablaba tanto de las constelaciones que yo no sabía si le gustaba yo o enseñármelas. Pensaba: ‘¿Pero este hombre no se va a declarar nunca?”. Lo recuerda riéndose porque de eso hace 43 años y llevan juntos desde entonces. Fue ella quien lo animó, hace tres lustros, a hacer un curso de Astronomía. José, que heredó de su padre un millar de ovejas y la pasión por las estrellas, ostenta con Toñi los Apartamentos La Cañada en el parque nacional de Monfragüe —primer espacio protegido de Extremadura— y desde que hizo el curso organiza observaciones astronómicas para los turistas. La noche que EL PAÍS los acompaña hay Luna nueva [está tapada por la Tierra, lo que disminuye su luz y aumenta la visibilidad]. Estamos todavía en época de perseidas y el grupo va cantándolas como si fueran líneas de bingo.
El relato de José, que va ordenando con un puntero láser el espectáculo de luces sobre nuestras cabezas —”Sagitario, Capricornio, Altair, Antares, la vía láctea… ¡Mirad! Eso que se mueve es la estación internacional. Ahí dentro van siete astronautas que hacen experimentos científicos y cada día dan 16 vueltas a la Tierra. Y eso que viene por ahí son los satélites de Elon Musk”— es fascinante. La materia prima en el cielo despejado ayuda mucho, pero es su pasión al explicar lo que vemos —”Somos una canica en el universo, estamos moviéndonos a más de 1.000 kilómetros por hora…”— lo que lo convierte en hipnótico, como las clases de esos profesores carismáticos de los que se han hecho tantas películas. “Yo me crie bajo las estrellas, en el campo”, explica. “La ganadería, la agricultura y la astronomía están muy relacionadas. Era lo que guiaba a las civilizaciones antiguas a la hora de sembrar la tierra y recoger la cosecha dependiendo de la estación del año porque hay grupos de estrellas que se ven en otoño, otras en junio… Cuando no tenían ningún instrumento para medir, ni siquiera el tiempo, se fijaban en el cielo”.
José, de 58 aos, cuenta que en el curso de Astronomía, de 100 horas, la directora se sorprendió porque todos hubieran llegado al final. “Éramos 20 alumnos, y al principio hay muchas clases de Historia para aprender sobre las civilizaciones antiguas”. En esos días, suelen caerse los impacientes, los que quieren tocar el piano sin haber aprendido solfeo. “A mí me encantó esa parte también. Es increíble lo que podían hacer: con aparatos totalmente mecánicos, rudimentarios, eran capaces hasta de medir la distancia entre las estrellas”.
El primer telescopio se lo regalaron su mujer y sus hijas. No fue fácil domarlo. Hay que saber manejarlo para que te enseñe lo que quieres ver —“Le he dicho que estamos entre Altair y Antares, para que nos lleve donde queremos”, explica al grupo—; tratarlo con sumo cuidado –”Mejor no lo toquéis al acercaros, es muy sensible”—, y aprender también a mirar a través de él, después de haber acostumbrado la vista a la oscuridad apartándola de los móviles. Antares es una gigante roja, es decir, una estrella moribunda que explotará y se convertirá en supernova. “El telescopio”, explica José, “es una máquina del tiempo: enfoca a cientos de años luz de distancia”. Cerrando un ojo, en el otro aparece Saturno con sus anillos, como las fotos que hemos visto desde niños. Más tarde, Júpiter y sus lunas, un cúmulo globular... Al igual que en el curso, si eres impaciente, la primera impresión puede ser decepcionante. “El truco de la astronomía”, explica José, “es entender lo que estás viendo. A qué distancia está, qué tamaño tiene esa manchita…”.
José no pudo explicarle a su padre, después de formarse, que La Cuartilla se llamaba Sagitario, que las perseidas son meteoritos, que, a veces, si uno tiene suerte, puede ver la Galaxia Remolino... porque Aquilino falleció antes de que él hiciera el curso. Pero transmitió a su hija Alba su amor por las estrellas y, tras estudiar Veterinaria, la joven hizo también un intensivo curso de Astronomía. “Mi padre llenó la casa de libros, hablaba tanto del tema que, a veces, hasta me agobiaba. Pero terminé operándome de la miopía para ver mejor las estrellas. Cuando le expliqué al oftalmólogo que era para eso, me dijo, riéndose, que de todos modos iba a necesitar un telescopio. Un día vino con su mujer a una de las observaciones de mi padre. Para mí, la astronomía tiene la belleza de la incógnita. Hay algunas cosas muy corroboradas científicamente y otras que son solo teorías, que puede que cambien por completo mañana. Conocemos una mínima parte de lo que hay ahí fuera. Es inabarcable”.
Ese misterio, un lujo en las relaciones largas, es lo que mantiene hechizado a José. “La astronomía, como explicaba Carl Sagan, es una cura de humildad. Es imposible no sentirte pequeño o que tus problemas no te lo parezcan mirando el cielo... ¿En qué ha cambiado mi vida desde que me formé en Astronomía? Me acuesto mucho más tarde que antes, pero, sobre todo, el cambio es que ahora tengo la posibilidad de descubrir algo nuevo cada día, he vuelto a sorprenderme”. La ilusión por seguir aprendiendo a una edad donde creemos estar de vuelta de todo le ha convertido en un hombre feliz. Toñi se queja con la boca pequeña: “Entre el fútbol y las estrellas hay veces que tengo que decirle que nos haga un poco de caso”.
- ¿De qué equipo es, José?
- ¡Del Madrid!
- Claro, de los galácticos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.