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Luna de miel en el calabozo

Paco Acosta, condenado en el Proceso 1.001, y su esposa, Luz María Rodríguez, también militante de CC OO en la dictadura, recuerdan los sacrificios de la lucha antifranquista

Paco Acosta y Luz María Rodríguez en Sevilla
Paco Acosta, sindicalista histórico de Comisiones Obreras, junto a su esposa, Luz María Rodríguez, en Sevilla.PACO PUENTES
Natalia Junquera

Paco Acosta, de 78 años, se emociona al releer las cartas que intercambió con su mujer, Luz María Rodríguez, desde la cárcel de Carabanchel entre 1972 y 1975. En las primeras, el joven militante de Comisiones Obreras, entonces sindicato clandestino, trata de animarla: “Estoy haciendo gimnasia, he empezado a aprender francés…”. Tras la petición del fiscal del Tribunal de Orden Público en el Proceso 1.001, hasta 12 años de prisión por asociación ilícita, las líneas que le escribe se vuelven más impacientes, a veces, amargas. “Metí la pata. Cuando salió la petición de pena y Luz María vino a verme a la cárcel, le dije que no me esperara, que se buscara a otro. Era muy joven, tenía 19 años, siete menos que yo, y pretendientes no le iban a faltar. Estaba muy enamorado, pero aquello era una canallada y no quería que pagara el pato. Cuando se lo dije se echó a llorar”, relata hoy, en su casa de Sevilla.

Ella lo recuerda como si fuera ayer: “Me pareció muy injusto. A esas alturas yo ya había demostrado lo que podía aguantar. Pero entendí que la cárcel es muy puñetera, hace mucho daño a las cabezas. Las visitas, una vez a la semana, eran muy frustrantes. Yo salía siempre muy triste. Hablábamos separados por una mampara con agujeritos que, al acercarte, olía de una manera nauseabunda, imposible de olvidar. Estábamos rodeados de gente: otros presos, otros familiares, funcionarios… y sabíamos que grababan todo lo que decíamos”. Paco describe aquellos encuentros donde todo parecía dispuesto para que no pudieran entenderse, como “una gota de agua cuando uno está muerto de sed”. Y da la razón a su esposa: “Para entonces, ella ya había dado muestras de sobra, pese a su juventud, de ser una mujer muy fuerte y muy valiente”.

Luz María no le hizo caso y esperó a Paco. Acaban de cumplir 53 años casados. No solo sobrevivieron a los sacrificios de la militancia, la vida clandestina y la separación durante el encarcelamiento de él. También supieron adaptarse a sí mismos cuando desapareció el enemigo común, la dictadura franquista, el miedo y la adrenalina, y quedó un matrimonio, comprometido, muy activo en la vida pública y sindical, pero sometido, como todos, al reto de compaginar la pasión con las rutinas, la admiración con los recados.

Paco Acosta y su esposa, Luz María Rodríguez, ven un antiguo álbum de fotos en su casa de Sevilla.
Paco Acosta y su esposa, Luz María Rodríguez, ven un antiguo álbum de fotos en su casa de Sevilla. PACO PUENTES

Cuando se conocieron, en 1969, ella tenía 16 años y él, 23. Los presentó un amigo de Paco, primo lejano de Luz María. Él llevaba en la lucha antifranquista desde los 17. Entre los estados de excepción, el servicio militar y las actividades clandestinas, explica, apenas tenía tiempo de conocer chicas. Ella estaba estudiando en una academia de Sevilla a la que acudía con un vecino antifranquista que le dejaba libros como La alienación de la mujer, de Carlos Castilla del Pino. Ambos tenían represaliados en sus familias. Al abuelo materno de Paco, concejal de Izquierda Republicana en Jerez de la Frontera, lo habían fusilado. “De pequeño, recuerdo que los 18 de julio, por la radio, hablaban de la guerra y mi madre gritaba, llorando: ‘¡Canallas!”. Los abuelos de Luz María habían tenido que huir de su pueblo, Espejo (Córdoba), con lo puesto. “Cuando volvieron, no habían dejado ni las puertas de su casa”. A las pocas citas, y al ver que ella tenía “conciencia política”, Paco le propuso “unirse a la lucha” y que les ayudara a hacer el boletín Realidad, con el que Comisiones Obreras trataba de contrarrestar la propaganda del Régimen. Aceptó.

“Yo sabía, cuando lo conocí, en qué estaba metido. Cuando mi tía se enteró de lo nuestro, se chivó a mi madre, que me dijo que aquello no podía ser, que Paco me iba a meter en un lío muy gordo”. Una vida entera después, él entiende a su suegra, a la que hoy se refiere como su “segunda madre”: “Luz María era muy joven, guapísima, inteligente. Demasiado para mí. La primera vez que la vi me pareció eso: luz. Entonces todo en la dictadura era gris, hasta la forma de vestir era gris, pero ella parecía moderna, diferente… El día que nos detuvieron juntos, en 1970, yo solo pensaba en la bronca que me iba a echar su madre”.

Diario de recuerdos que Paco Acosta hizo para su hija.
Diario de recuerdos que Paco Acosta hizo para su hija.PACO PUENTES

El arresto fue en Madrid, tres días después de que un cura obrero de Sevilla —“que años después se salió de la Iglesia y terminó con otra exmonja”, recuerda Paco— aceptase casarlos en su sacristía y sin anillos —“no teníamos un duro porque a mí me acababan de despedir por participar en una huelga”—. Luz María explica que habían decidido casarse para verse más y dormir juntos, porque en aquella época había mucha actividad contra el Régimen, apenas coincidían y a las 10 de la noche ella tenía que estar en casa. El banquete de bodas consistió en unos botellines de cerveza y algunos embutidos. Paco tenía que acudir a Madrid a una cumbre clandestina de Comisiones Obreras en un convento y Luz María decidió acompañarlo. Tras escaparse a visitar San Lorenzo de El Escorial, regresaron al lugar de la reunión y vieron un movimiento extraño de coches. Era la Brigada Político Social. “Teníamos las guanteras laterales del coche llenas de propaganda”, cuenta Luz María, “y yo me lo metí todo debajo de la ropa. Cuando nos pararon y nos pidieron la documentación, dije que me encontraba mal, que tenía que ir al baño, entré en el convento y los tiré por el váter”. Pero no coló. Paco ya había sido detenido con anterioridad y se los llevaron a la Dirección General de Seguridad (DGS), en Sol. Pasaron su luna de miel en los calabozos.

Los separaron para interrogarlos. “El comisario Yagüe”, recuerda ella, “me dijo que ya lo sabían todo porque una monja les había contado que el baño estaba atascado de papeles. Yo no abrí la boca. El objetivo era que pasaran las 72 horas para que me mandaran ante el juez, porque ahí ya podía tener abogado. Pero estaba asustada, claro. Me habían pesado, medido, hecho fotos de frente y de perfil y cogido las huellas de todos mis dedos, y cuando oyes el cerrojazo de la celda te sientes muy pequeña. En realidad lo era, tenía 17 años”.

— ¿Se arrepintió en ese momento de su militancia, de su relación?

— No. Nunca me arrepentí.

A Paco se le ilumina la cara de orgullo: “Confiaba plenamente en ella y aquel día me demostró por qué. La DGS de Yagüe, de Billy el Niño… imponía mucho, pero ella nunca se vino abajo. Después de las caídas (detenciones) siempre había gente que se apartaba, que lo dejaba. Luz María nunca”. Durante toda la conversación, más de dos horas recordando, en su casa de Sevilla, medio siglo de convivencia, Paco hará muchas intervenciones parecidas, siempre para subrayar el coraje de su mujer.

Pasadas las 72 horas, enviaron a Luz María ante el juez. “Ahí conocí a la abogada Cristina Almeida, que consiguió que me pusieran en libertad sin cargos; luego, en el 1.001, defendió a Paco y hoy es la madrina de nuestra única hija”. Él, que tenía antecedentes, tuvo que quedarse algo más de un mes en prisión. Cuando salió, ambos tuvieron que irse a un piso clandestino para seguir con “la lucha”. Tenían agua, pero no luz, solo había una cama, unas colchonetas. Y no estaban solos. La pareja de recién casados compartía escondite con otros cuatro “camaradas”. Luz María podía haberse dado la vuelta, pero organizó un lanzamiento de octavillas —”las llamábamos palomitas”— para desmentir, como decía el Régimen, que los habían desmantelado por completo.

Paco Acosta y Luz María Rodríguez, en febrero de 1975 en Sevilla, poco después de que él saliera de la cárcel.
Paco Acosta y Luz María Rodríguez, en febrero de 1975 en Sevilla, poco después de que él saliera de la cárcel.

Aún quedaba el peor trago, el que derivaría en el proceso 1.001. “Como otras veces, aquel junio de 1972 acompañé a Paco a Madrid para pasar algo de tiempo juntos. Él se fue a la reunión y yo me quedé en casa de unos amigos. Cuando un compañero vino a decirnos que los habían detenido, se me cayó el alma a los pies porque sabía que aquello no iba a ser como las otras veces, había muchos peces gordos”. Paco había caído con la cúpula de Comisiones Obreras, conocidos a partir de ese momento como “los 10 de Carabanchel”, entre ellos, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius.

Los aparatos de solidaridad del sindicato y de la lucha antifranquista se organizaron rápidamente. “Me compraron un billete de avión para que volviera a Sevilla y avisara a los demás. Era la primera vez que volaba, pero, obviamente, no disfruté nada del viaje”. Las mujeres de los presos organizaron una intensísima campaña para dar a conocer la situación de sus maridos y presionar al Régimen. Se dirigieron a autoridades militares y eclesiásticas, a periodistas, abogados… dentro y fuera de España. El 15 de febrero de 1975, el Supremo rebajó la condena a cuatro de los 10 de Carabanchel, entre ellos, Paco. “Lo que sentí al verlo salir”, cuenta Luz María, emocionándose, “es imposible de describir”.

Tampoco aquellos tres años de cárcel los apartaron de la lucha. “Embarazadísima, conduciendo un 600 que nos habían prestado, llevé a Paco a la frontera con un pasaporte falso para que participara en una reunión en Francia”. El anillo de boda se lo regaló entonces, casi cinco años después de casarse. Pero la fecha de la inscripción no es del día de la iglesia, sino de cuando se conocieron: 20 de abril de 1969. “Ese es el día importante”, zanja Paco. “El día que a mí me cambió la vida”.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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