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Placeres de verano | Las bicicletas son para el verano (también)

El ciclismo permite huir a la vez que avanzar

Una mujer pasea en bicicleta frente a la Ría de Arousa, el 26 de julio.
Una mujer pasea en bicicleta frente a la Ría de Arousa, el 26 de julio.Óscar Corral
Berna González Harbour

Hay dos maneras de recorrer el mundo: teniendo que parar a ver las catedrales y museos de todas partes — una lata en estos veranos a más de 30 grados — y con el afán cultural por los suelos, o estirando una excusa perfecta para no ver nada a fondo y volar de un lado para el otro respirándolo todo y sin profundizar demasiado. Para los que no queremos dedicar las vacaciones a hacernos expertos en románico, gótico o mudéjar, la bicicleta es esa excusa perfecta. Muy grande.

Vaya por delante una premisa básica: la velocidad de la bici es la mejor para ver, recorrer, captar los aromas, vistas e impresiones de una zona sin tener por ello que detenerse a analizar cada iglesia, cada plaza, cada esquina y cada adoquín. Comparémoslo con las demás velocidades: andar es demasiado lento como para librarse de los sitios y la compañía cuando te cansan; y circular en coche te mete en una burbuja de prisas que te aleja de aquellos lugares a los que precisamente te quieres acercar. Por ello, la bici es ese término medio que permite ver los sitios sin sufrirlos, recorrer los caminos sin agonizar y huir siempre en el momento justo. La bici impone su ritmo. Y que viva su ritmo.

Hay montones de rutas asequibles, pero el Camino de Santiago es el mejor ejemplo de ello. Subir las cuestas y remontar las colinas con la sola ayuda de los pies, paso a paso, puede hacerse agónico. Alcanzar a hacer 20 kilómetros al día apenas te cambia de escenario. Y el sitio de desayunar será parecido al de cenar. Es una opción. Pero la sensación de vuelo de la bici, de recorrer 40 o 60 kilómetros al día, si no más, te libera de las rectas para entrar en los valles y después te libera de estos para volver a abrazar una recta. Los viñedos llegan y se dejan atrás. Las esparragueras también. Como los cultivos de patatas, de cereal, las tierras yermas, la sombra y el sol. Todo transcurre en minutos. Los bosques empiezan y se acaban. Los caminos polvorientos bajo un sol de justicia se convierten pronto en lugares tan sombríos que no han conocido el astro. Y si luego vuelve el descampado, también se acabará pronto. El pueblo que aparece al frente, lejano, pronto se materializará y, en un rato más, se quedará atrás. Y hasta el pinchazo o una caída tonta servirán para poner a prueba la calidad humana del personal — que nunca decepcionará, pues la solidaridad entre todos es norma en el Camino. Estamos hablando de placeres de verano y este, el marco de relaciones que se forja entre ciclistas o caminantes, es uno que puntúa muy alto.

La continuidad de una línea imaginaria que une Navarra, La Rioja, Burgos, León y Galicia adquiere, además, una paleta de colores y una fuerza vigorosa que se arraiga en siglos de historia. Es poderoso. Las ruedas ayudan mucho a comprender. Se huye a la vez que se avanza.

Y hay muchos escenarios más. Tomar un vuelo para emprender en Holanda cualquiera de las rutas que se ofrecen es quitarse años de encima. Muchos años. El país que más lejos ha llegado en civilización (ciclista) tiene muchas y todas distintas: desde las que unen ciudades como Ámsterdam, La Haya, Rotterdam o Utrecht, cada cual más sorprendente que las demás, a las que se atreven por las islas del norte del país (maravillosa Texel) o al sur, en la zona de Zelanda. Ahí veremos que Países Bajos es mucho más que molinos, Ámsterdam, porros y Barrio Rojo. Que la tranquilidad y la paz existen y están en su interior. Y que nos da siempre mucho más de lo que pide.

También aprenderemos que el país es plano, sí, pero hay algo más desafiante que las cuestas, y es el viento. A favor, ayuda. En contra, es otro reto. Si os toca, os acordaréis toda la vida.

Otro escenario imprescindible es el Danubio: pedalear desde Viena a Bratislava o Budapest, por ejemplo, te lleva velozmente desde los aires del imperio austrohúngaro hasta los restos del telón de acero en zonas donde aún pervive el espíritu decadente de la Unión Soviética. Ese río te arrastra aguas abajo en un viaje europeo que te enseña lo que aún nos separa tanto como lo que nos une.

Fernando Fernán Gómez nos enseñó que Las bicicletas son para el verano en una obra de teatro que Jaime Chávarri llevó al cine con el mismo título. En ella, un chaval se quedaba en 1936 sin el premio de la bici al haber suspendido. Y, lo que iba a ser un verano, apenas un instante, mutó en una Guerra Civil. Ahora ya sabemos que las bicis no son premio, sino una necesidad. Y no solo para el verano. Son para siempre.

Cinco lugares para ir en bici en verano

El Camino de Santiago. Recorrer el francés, por ejemplo, es posible en 10 o 15 días sin demasiados planes. Unas alforjas que contengan lo básico bastarán. Y lo mejor será siempre la improvisación.
El Danubio. Descender desde Viena a Budapest, por ejemplo, permite acercarse con tranquilidad a universos tan diversos como Austria, Eslovaquia o Hungría desde ángulos singulares que no se contemplan en los viajes convencionales.
Países Bajos. Las rutas son numerosas y las condiciones inmejorables en un país que ha ido ganando espacio al agua y a las carreteras para priorizar las bicis. Las rutas por Zelanda, por las ciudades o por las islas del norte, por ejemplo, son grandiosas. Todas merecen la pena.
El Canal de Castilla. La vieja infraestructura en torno a la zona de Frómista permite una escapada bellísima por los atardeceres de Tierra de Campos. Aunque no tiene carriles específicos, no hay dificultad ninguna.
Asturias. Lo mismo ocurre en Asturias, donde se pueden encontrar rutas que te pueden acercar a casas de indianos, bosques, montes, playas y siempre, la mejor cocina. Porque la comida, aquí, te la ganas de sobra. Aunque sea con la bici eléctrica.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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