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La acacia de Constantinopla, así es el árbol que duerme por las noches

Esta especie de origen oriental es resistente a condiciones duras, soportando incluso la sequía. Llamada también parasol de la China, acacia de Persia o árbol de la seda, su copa extendida procura una sombra amplia y ligera y sus abundantes flores desencadenan un enamoramiento instantáneo

Acacia Constantinopla
Las hojas de la acacia de Constantinopla están extremadamente divididas y son muy atractivas.NORIYUKI OTANI (Getty Images)
Eduardo Barba

Los nombres populares de la acacia de Constantinopla (Albizia julibrissin) transportan al jardinero a un lejano país. Hace una treintena de años, al menos, esta especie comenzó a popularizarse aún más por las calles y jardines de España gracias a la bondad de su belleza, aunque su introducción en Europa y América data del siglo XVIII. Sus otros nombres, parasol de la China, acacia de Persia o árbol de la seda, sugieren que su procedencia es oriental. Y, en esta ocasión, así es, no como otros apelativos populares mentirosos, como el del castaño de Indias (Aesculus hippocastanum), cuyo origen no se debe buscar más allá de las fronteras europeas, en las no tan orientales Bulgaria, Macedonia y aledaños de la península Balcánica.

La acacia de Constantinopla sí bebe las aguas de las regiones del —para nosotros— Lejano Este, desde Irán hasta la India o China, incluso Japón, generando así un nexo entre una infinidad de países. Una de las zonas donde crece, en la base de las montañas de la cordillera Kunlun china, hasta por encima de los 1.300 metros de altura, certifica que se trata de un árbol resistente a condiciones duras, soportando incluso la sequía.

Aunque es un arbolito, es posible considerarlo incluso un gran arbusto, ya que puede desarrollar una forma menos elevada y con mucho ramaje desde su base. Su copa extendida, más ancha que alta, ha hecho de él un árbol idóneo para procurar una sombra amplia, sin ser de porte grande. De esta forma, se ha plantado con profusión en los céspedes que rodean las piscinas.

Su sombra ligera —preferida por muchas personas para sus zonas de baño, frente a la de aquellos árboles con sombras más densas y frías— es otra de las razones de su uso. Pero en numerosas ocasiones no se tiene en cuenta la abundancia de su floración, que deja una gran cantidad de sus restos florales secos en el jardín, por lo que a veces acaba siendo denostado, y en no pocas veces sustituido por otras especies que generan menos residuos.

La copa ancha y extendida de la acacia de Constantinopla se llena de flores.
La copa ancha y extendida de la acacia de Constantinopla se llena de flores.Katrin Ray Shumakov (Getty Images)

Precisamente, sus flores son las que pueden desencadenar un enamoramiento instantáneo de la acacia de Constantinopla. Sus penachos de estambres —la estructura masculina— son suaves, sedosos, alargados y delicadamente coloreados. Se contonean con la brisa, diluyendo en ella un aroma seductor dulce repleto de una esencia afrutada con toques de melocotón maduro. Un bello juego de observación consiste en coger una de sus flores y admirarla de cerca.

Aparte de sus inflorescencias, sus hojas caducas son muy atractivas, finamente divididas en infinidad de foliolos tan pequeños que reciben el nombre de foliólulos. En los viveros se pueden encontrar variedades de esta especie con las hojas de colores rojizos o purpúreos muy estéticos, como ‘Merlot Majik’ o, la más común, ‘Summer Chocolate’. El efecto que estas crean cerca de otras plantas de colores verdes es impactante. Con un dinamismo de tonos rojizos y verdosos a la vez, la variedad ‘Evy’s Purple’ puede ser muy notoria en el jardín. Asimismo, es habitual cultivar las variedades con inflorescencias de colores más intensos, como la popular ‘Ombrella’ —de un rosado fuerte— o ‘Rouge de Tuilière’ —de color rojizo—.

Una alineación de acacias de Constantinopla en una calle del centro de Madrid esta semana.
Una alineación de acacias de Constantinopla en una calle del centro de Madrid esta semana.Eduardo Barba

Como buena representante de la familia de las leguminosas —es una fabácea—, sus raíces también están asociadas a bacterias que secuestran el nitrógeno atmosférico para cedérselo al árbol, por lo que cuenta con una gran cantidad de este macroelemento para desarrollarse más rápido. Esto es debido a que el nitrógeno interviene de forma indispensable en la formación de nuevos tejidos en las plantas, entre otras funciones. Si se quiere cultivar esta especie desde la propia semilla es bastante fácil. Tan solo hay que tener la precaución de remojar la simiente, de cubierta muy dura, durante 24 horas, antes de sembrarla.

Una peculiaridad muy aparente de la acacia de Constantinopla es que, en sentido literal, se va a dormir por las noches: cierra sus delicadas hojas compuestas, plegándolas y dejándolas caer, como si estuvieran exhaustas, rendidas. Eso sí, su aroma no duerme, y también se podrá sentir cuando paseemos a su vera por alguna calle en la búsqueda de nuestra propia cama.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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