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Operación recuperar el tesoro del castillo de Manzanares el Real

El 2 y el 3 de enero, antes de que la duquesa del Infantado recuperara la fortificación, la Comunidad envió a restauradores y transportistas especializados para vaciarla de tapices cosidos con oro y plata, cuadros y muebles históricos

La puerta de entrada cerrada en el castillo Nuevo de los Mendoza en Manzanares el Real, el pasado 8 de enero.
La puerta de entrada cerrada en el castillo Nuevo de los Mendoza en Manzanares el Real, el pasado 8 de enero.David Expósito

La fortaleza inexpugnable del castillo de los Mendoza de Manzanares el Real (9.386 habitantes), uno de los emblemas medievales más importantes de Madrid, fue vaciado por siete profesionales del arte y la restauración, que el jueves 2 de enero, a las nueve de la mañana, tenían la misión de acabar con 60 años de historia. Antes de que la XX duquesa del Infantado, Almudena de Arteaga y Alcázar, recuperara el monumento el día 5 —fecha en la que vencía el contrato de cesión a la administración pública después de seis décadas—, unos hombres ataviados con guantes, llegados en camiones y con un gran sentido del tacto y el cuidado —tres de ellos eran restauradores—, fueron descolgando de las paredes todo aquello que no pertenecía a la noble y sí a los bienes históricos de la Comunidad de Madrid.

Los pasillos ideados por el arquitecto Juan Guas quedaron congelados. “Los tapices que había en el interior del castillo, además de una funcionalidad artística, estaban pensados también para cosas más prácticas como proteger del frío, sobre todo en Castilla”, explica Raúl Romero Medina, profesor en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid y experto arte medieval y moderno. “Los Mendoza fueron un linaje único, precursores en la inquietud artística del medievo. Para ellos, esas piezas cosidas con hilos de oro y de plata les servían para expresar su magnificencia, el lujo que eran capaces de ostentar. La idea del arte románico como lo entendemos hoy, en la Edad Media no existía. Ellos consideraron siempre el arte un símbolo más de poder, e incluso una forma de negocio cuando necesitaban saldar sus deudas”, añade Romero.

“El patrimonio que los duques del Infantado llegan a tener fue importantísimo. Con bienes vinculados sobre todo al mayorazgo. El castillo de Manzanares ha seguido la línea de otras edificaciones parecidas. Se utilizan a modo de recreación histórica, para que las piezas que hay ahí dentro ubicadas tengan la ambientación de la época y podamos hacernos una idea de cómo era aquello en el siglo XV”, contextualiza.

Según la Consejería de Cultura, la colección que acogía el castillo estaba compuesta por “10 tapices del siglo XVII”. Siete de ellos representan “temas de la vida de Julio César”, dos pertenecen a la serie La Vida del hombre y uno es de probable temática bíblica. Fueron fabricados en Bruselas, capital del Brabante, en talleres de los tres tapiceros más importantes de ese siglo: Van Leefdael, Van der Strecken y Van den Hecke.

Estas 10 piezas, así como nueve alfombras y dos reposteros, han sido trasladados a la Real Fábrica de Tapices. Así mismo, también en el interior de la ciudadela había cuatro cuadros del pintor valenciano José Maea (Valencia, 1760 – Madrid, 1826), el cuadro de la Procesión de la Virgen de la Candelaria (siglo XVII) y el retrato anónimo de Fernando VII, que custodian ahora en el almacén de obras de arte de la Comunidad de Madrid a excepción de la Candelaria, que ha sido instalado en las dependencias públicas de la consejería en la calle Alcalá 31. Después de años a la vista del gran público —el castillo de los Mendoza acogió a 474.150 visitantes entre 2019 y 2024— en estos momentos casi todas las obras están sumidas en un profundo hermetismo, almacenadas y sin posibilidad de ser siquiera fotografiadas.

Algunos de los tapices que se exhibían en el interior del Castillo de Manzanares, en una imagen de archivo cedida por la Comunidad de Madrid.
Algunos de los tapices que se exhibían en el interior del Castillo de Manzanares, en una imagen de archivo cedida por la Comunidad de Madrid.

El profesor Romero es un erudito del bajomedieval. Visitó por última vez el castillo hace unos meses, “sin tener ni idea de que sería la última vez”. Ahora confía en que las obras regresen pronto a donde “merecen”, “a la vista de todos”. Para él, en este laberinto legal, burocrático e incluso político que ha desembocado en el cierre del monumento, “lo que debería prevalecer es que estos bienes estén bien conservados, bien gestionados y bien protegidos. Que cumplan con su función educativa y cultural, y que esto sea democrático, sin importar quién sea el propietario”.

“Lo que no debería suceder es que ahora de pronto nos encontremos con que una fortaleza de este calibre se utilice, yo qué sé, para hacer fiestas”, advierte. “Y hay una cosa que debemos asumir desde ya. Este tipo de lugares en manos del Estado gozan siempre de mayores recursos. A la vista está el excelente estado de conservación en el que se encontraba. Pero ya se sabe, nos regimos por el derecho romano de la propiedad privada, y es lo que hay”, añade.

La primera tanda de recogida de bienes se completó el 3 de enero a las seis de la tarde. Fueron requeridos para el traslado varios camiones de empresas especializadas en el movimiento y transporte de obras de arte, que desmontaron los cuadros de las salas, los embalaron y los enviaron a sus destinos, “siempre en presencia de una restauradora y una conservadora de Museos para la supervisión y control de todos los movimientos tanto en la salida de las obras como en la llegada”.

El equipo estaba formado por siete personas de la Real Fábrica de Tapices, entre los que destacaban tres restauradoras que fueron los encargados de descolgar, embalar y transportar los tapices. Todavía queda trabajo por hacer. Existe un plazo de unos 70 días para completarlo. El mobiliario, por ejemplo, así como algunas obras pictóricas, serán trasladadas a un almacén de la Comunidad de Madrid.

Otro castillo en ruinas

De cara a una hipotética reapertura, la Consejería de Cultura muestra su “voluntad” de que el tesoro regrese a su morada. Sin embargo, esto no estaría del todo asegurado. “Habría que buscar las fórmulas jurídicas más adecuadas para depositar allí los bienes, pero no podemos hacer proyecciones sobre situaciones hipotéticas”, afirma el Gobierno regional.

Mientras tanto, Alicia Gallego, la alcaldesa socialista de Manzanares el Real —para quien la pelota está ahora “en el tejado de la familia ducal”— encontraba en esta semana convulsa un mínimo consuelo que “no se le ha ocurrido a nadie”. Sentada frente a su tablet, en el despacho junto al balcón del Ayuntamiento, advertía de que “muchos no saben que Manzanares tiene otro castillo”. “Está en ruinas, eso sí”, apuntillaba.

Se refiere al castillo Viejo, ese al que en la página web de la Comunidad de Madrid se denomina “el gran desconocido de los castillos madrileños”. Sus muros, de no más de tres metros, están construidos con “mampostería de granito y encintados de ladrillo”. Tiene una planta rectangular y tres torres cilíndricas. No hay ni rastro de la puerta de acceso. El lugar es un enclave lleno de preguntas sin resolver. No existe constancia ni de quién fue su promotor, ni de la fecha en la que fue construido. En estos momentos, funciona como proyecto de “arqueología social” para elaborar una investigación que permita desvelar sus misterios. Presenta similitudes con el castillo de Buitrago, de los siglos XIV y XV. Quizás por allí no pasara el linaje de los Mendoza, ni su magnificencia, pero puede que ahora hasta el castillo Viejo lleguen los turistas despistados que no saben que la gran fortaleza de Manzaneras el Real está vacía.

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