El misterio de los huesos humanos desenterrados por las obras de la línea 11 de Metro de Madrid
EL PAÍS accede a la documentación sobre los restos de dos adultos y un niño que llevaron a la Policía Nacional a presentarse en la excavación
Lo primero que aparece es una colonia falangista construida por presos republicanos. Corre el mes de enero y las obras para la ampliación de la línea 11 de Metro de Madrid empiezan a toparse con monedas de Franco, soldaditos de plástico, canicas, pistolas de juguete y suelos de loseta o cemento que recuerdan la vida humilde de las casas que un día se levantaron alrededor de la calle Generalísimo, en lo que hoy es el parque de Comillas de la capital. Los operarios se encuentran entonces con algo más inquietante. Huesos. Huesos humanos. De dos adultos y un niño. Una investigación posterior, a la que ha accedido EL PAÍS, aumenta el misterio que los rodea: por ello acaban llamando la atención de la Policía Nacional.
“Hay que mencionar que, durante los trabajos de retirada del nivel de los derrumbes de los barracones, se localizaron en estos escombros una serie de huesos humanos pertenecientes a uno o dos adultos y a un niño”, se lee en un informe al que ha accedido este diario en aplicación de la Ley de Transparencia. “Dichos huesos se encuentran descontextualizados”, se subraya. “El equipo de Arqueomedia, junto al doctor de la Universidad Autónoma de Madrid Ángel Fuentes Domínguez, director del Laboratorio de Arqueología Forense, analizarán los restos encontrados para poder conocer con exactitud de qué año son y valorar su importancia”, se detalla. “Estos restos óseos, se encontraban entre las tierras utilizadas para colmatar y nivelar la plaza de Comillas tras la demolición de la Colonia falangista, posiblemente estos restos pertenecerían al cementerio existente en las proximidades, el Cementerio General del Sur o de Puerta de Toledo”.
La Policía Nacional pone a prueba esa tesis una mañana de invierno. Varios agentes se presentan en la excavación tras el registro de una denuncia en la que se asegura que en la obra ha aparecido un cadáver. Les reciben en un despacho improvisado entre las casetas del recinto.
—Aquí ni hay muerto, ni hay caso, ni hay nada—, concluyen los agentes, según retla una fuente conocedora de lo ocurrido en el recinto de la excavación.
“¡Es que son tres huesos!”, subraya este interlocutor. “Supongo que alguien sensibilizado tras la aparición de las casas de la falange fabuló y supuso que eran restos de represaliados, pero esta no fue zona de ejecuciones”, abunda. “Se ha querido ver que fueran de la Guerra Civil, pero no tienen nada que ver”, sigue. “Ahora son restos que están en estudio, pero que no tienen coherencia entre sí”, añade.
Todo apunta en este momento a que los huesos son antiguos y, por eso, carecen de relevancia para la Policía Nacional. Igual que los trabajos arqueológicos se topan con restos de alitas de pollo, o un colmillo, o con unas botas, e incluso con la esterilla de la puerta de una casa bien colocadita en su sitio, como si no hubiera estado bajo tierra durante décadas, ahí están también esos huesos, que acabarán en manos de un especialista.
“Si se determina que los restos son recientes (años setenta), y no corresponden a una explicación histórica, se notificará a la Policía Nacional”, resume el procedimiento el Gobierno regional a través de documentación enviada a principios de año a la Asamblea de Madrid.
“La Dirección General de Patrimonio entregó los huesos a la Policía Nacional y son ellos los que tienen competencia en los mismos, ya que por las fechas que se creen de su antigüedad no es competencia de la Dirección General”, explica un portavoz gubernamental, versión que corrige una fuente conocedora de lo ocurrido, y que precisa que el análisis de las muestras aún no se ha producido, aunque se producirá.
Lo habitual es que este tipo de restos sean enviados al laboratorio de arqueología forense de la Universidad Autónoma de Madrid, cuyo símbolo es una calavera, y que está integrado en el Instituto de Ciencias Forenses y de Seguridad (ICFS).
“El problema de fechar unos huesos que no tienen fechación arqueológica clara es que hay que hacerlo a través de su evolución fisiológica: descamaciones, deshidratación...”, explica el profesor Fuentes Domínguez, al que le llegan las muestras para que las analice en su laboratorio. “Esto se aplica, como en el mundo forense legal, con una tabla”, amplía en una conversación telefónica con este diario. Y añade: “Ves un grado de evolución que implica que ha estado equis tiempo a la intemperie, en putrefacción o enterrado. A partir de ahí tienes que deducir y poner una fecha aproximada. Generalmente, te suelen pedir que se aclare si tiene más de 20 años, para que haya prescrito el delito, o si tiene antigüedad, si tiene que ver con Patrimonio”.
Campo de concentración sin rejas
Todo ocurre en el parque Comillas, centro neurálgico de las protestas contra la tala de cientos de árboles con motivo de las obras de Metro, pues aquí se proyectó una de las nuevas estaciones del suburbano. Y también aquí, pero en 1940, la Falange utilizó a presos republicanos para construir una colonia en la que se ubicó a familias que se habían quedado sin casa por la guerra, porque se la habían expropiado, o porque se habían mudado del campo a la ciudad.
No había agua caliente. Se usaban letrinas compartidas. Estaba prohibido mejorar las viviendas, de unos 45 metros cuadrados, tejado de uralita, y falso techo de papel, con obras, so pena de que se les cortara la electricidad. Y por ello, para parte del vecindario, “era un campo de concentración sin rejas”, según se describe en la novela gráfica Vida y milagros en Carabanchel Bajo, de Blanca Nieto, que cita en su informe la empresa arqueológica encargada de la excavación.
Una vida dura que deja huellas que permanecen casi un siglo después, porque en esos barracones se sigue viviendo hasta 1975. Por eso, las obras de la línea 11 han destapado frascos de colonia, peines, juguetes que representan un toro, un caballo o un lobo... y huesos humanos.
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