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Vuelven las tardes al fresco de las señoras del banco: “¿Habéis estado alguna vez en una playa nudista?”

Con la llegada del verano, los bancos y las plazas de los barrios se llenan de los más mayores del lugar en busca del calor de la gente. Unas tertulias que levantan el ánimo y la vitalidad de aquellos que más solos se encuentran durante el invierno.

María, Rafi, Kika y Pepa, sentadas en el banco de la plaza donde toman el fresco.
María, Rafi, Kika y Pepa, sentadas en el banco de la plaza donde toman el fresco.DAVID EXPÓSITO

Pepa Mondéjar ha bajado a la plaza, por así decirlo, en busca del calor de la gente. La plaza, dicen, no tiene nombre. Si se busca en internet no existe, y si se trata de encontrarla a conciencia, es probable que se acabe siempre en el lugar equivocado. Solo los que saben dónde está llegarán sin perderse. No hay nada deslumbrante que te conduzca a ella, salvo el eco de unas risas, el ladrido de un perro y algunos días también el delicioso aroma del romero recién escogido al atardecer. Los días que está vacía puede ser el lugar menos acogedor del barrio, pero una vez llena, rezuma humanidad.

Cuando todavía sopla un aire caliente en la calle Polvoranca del centro de Leganés y empieza a bajar el sol, Mondéjar, con las rodillas y los pies algo hinchados, da pasos pequeños junto a su hijo Juan José Contreras por la avenida hasta que al fin se detiene. “Es aquí”, asegura. Sabe que a sus 83 años quien aún la espere y la busque llegará hasta este preciso lugar más pronto que tarde. Pepa, Kika, Loli, Rafi, María y Begoña, son las inquilinas de la plaza sin nombre. Un lugar que, de tanto habitarlo, les pertenece; así como el banco donde cada tarde desde el inicio del verano hasta la llegada del otoño posan sus traseros y a cuyo respaldo se adaptan sus columnas maltrechas como si estuviera hecho a medida.

—¿Cómo estáis?

—Aquí. Todas averiadas, dice Kika.

Apoyadas en los bastones, hablan con la memoria, sin nostalgia aparente por el pasado que han sido sus vidas, y con cierta preocupación por el futuro, que estará en las de sus hijos y sus nietos. El presente, en cambio, dejan que pase delante de ellas como pasan la juventud por la barbería de la plaza, unos detrás de otros, acicalándose antes de salir por la noche a comerse el mundo. Las farolas tardan en encenderse, y los vestidos de flores estampadas que lucen todas brillan como luciérnagas en la oscuridad. “Son del mercadillo, no verás dos iguales”, asegura Rafi Domingo, de 90 años.

Kika García, sentada entre Pepa y Loli.
Kika García, sentada entre Pepa y Loli. DAVID EXPÓSITO

Pepa, apodada La Caudillo por su hijo, lleva la voz cantante. “¡Hay que votar, eh! Aunque sea por correo”, implora. La mujer es un icono en el barrio después de pasarse más de dos décadas arreglando los descosidos en las prendas de los vecinos. Aún no está retirada. “Pero casi”, apunta. “Me estoy cortando la coleta”, añade. “Como la Pepa deje de coser, medio Leganés va a ir con los pantalones arrastras”, bromea María Trujillo, de 80 años, la última en llegar cada tarde. “A mí la vida me ha gustado siempre”, cuenta Pepa. Juan, el hijo, de 50 años, frunce el ceño e interrumpe. ”Pregúntaselo a tus lumbares, mamá”, le dice. Ella se revuelve en su asiento. “Es normal que duelan los huesos, desde niña gané el jornal cargando sacos de patatas y de trigo”, responde con orgullo. “No es que nos conformáramos con aquello, es que no se conocía otra cosa. La vida cambió muy rápido y nosotras estábamos en medio. Nuestros hijos ya fueron al colegio y tuvieron unos cuidados que nuestra generación no conoció. Mi padre murió con 36 años y tocó trabajar a rompe piel”, continua. “¡Ay, Pepa! Si es que nosotras hemos visto el mundo nada más que por un agujero, y era de noche”, le responde Kika García, de 76 años. “¡Pero no me lamento! Tuve la suerte de que mi madre me llevó un año con doña Encarna, la maestra del pueblo, y allí lo aprendí todo. La lección por la mañana y por la tarde sumar y restar. El resto de cuentas de mi vida las tuve que hacer sola con esta, que aún me funciona bien”, finaliza Pepa señalándose con el dedo índice la cabeza.

Pepa Mondéjar, junto a sus amigas en el banco.
Pepa Mondéjar, junto a sus amigas en el banco. DAVID EXPÓSITO

Según un estudio de la Universidad Autónoma, los vecinos de Leganés fueron en el año 2005 los más longevos de Europa. En la actualidad, este municipio del sur de Madrid tiene, junto a Alcorcón, el porcentaje más alto de mayores de 65 años (22,43%) respecto a la población total en todo el territorio de la Comunidad. Aproximadamente, en Leganés conviven 42.264 personas de la tercera edad. Muchos de ellos, como es el caso de Pepa, Kika o Rafi, son emigrantes de procedentes de zonas rurales de Extremadura o Castilla-La Mancha que se establecieron en localidades como Leganés durante los años 70, y que propiciaron con su llegada la “génesis del fenómeno metropolitano y la conexión de los espacios urbanos de las grandes ciudades como Barcelona o Madrid, con los municipios de su entorno”, según explica Juan Manuel Romero Valiente, profesor de Geografía en la Universidad de Huelva, en su tesis Migraciones.

Después de un invierno recluidas en sus hogares, toca pasar revista unas a otras. El tiempo avanza y los cuerpos merman. A cierta edad, un bastón es sinónimo de independencia; el andador, un indicio de que las cosas empiezan a torcerse y una silla de ruedas, la constatación de que una ya no es lo que fue. Año tras año, las señoras del banco son testigos extraordinarios de que no hay vuelta atrás y que el destino de todos es el mismo. “Hasta los más presumidos y estirados empiezan a torcer el lomo. Para nosotras no hay arreglo, tenemos más goteras que los tejados”, comenta Pepa. María, “coqueta y curiosa”, cambia de tercio y pregunta a sus amigas: “¿Ha pasado algo por Leganés últimamente?”. Las demás callan, pero Rafi responde:

—¿Que si ha pasado algo? A vosotras no sé, pero a mí me han salido dos novios. Aunque ya es muy tarde para el amor

Pepa, que no recuerda con claridad lo que ha comido hoy, bucea en el baúl de sus recuerdos para deleitar a sus amigas con la vez que le tiró una caja de tomates a la cabeza de un muchacho en Las Mesas, municipio de Cuenca, donde se crio y al que marchará en pocos días. “Quería que me arreglara con él a toda costa y me esperaba en la puerta de casa. Ese día se fue calentito a la suya… Yo lo que quería era casarme con un forastero. Me llevé al más guapo del pueblo de al lado”, cuenta la mujer aludiendo a su marido Juan, que falleció muy joven a causa de un infarto.

El amor que los jóvenes buscan ahora en las redes sociales y aplicaciones para ligar a través del móvil, Rafi se lo encontraba en la calle, a plena luz del día. Por la noche, en cambio, “había que estar en casa”. “¡Así se cortejaba en la época!”, exclama. Y, animada por la conversación, recita para todas:

Tres estamos en la esquina,

todos, los tres, te queremos.

Saca la mano y escoge,

los demás nos marcharemos.

María Trujillo, sentada en el banco.
María Trujillo, sentada en el banco. DAVID EXPÓSITO

María Victoria Zunzunegui, de 70 años, es epidemióloga y profesora honoraria de la Universidad de Montreal, y ha dedicado casi toda su carrera profesional al estudio de la tercera edad. “Está completamente demostrado que la participación comunitaria mejora la esperanza y la calidad de vida, además de predecir la discapacidad. Cuanto mayor es tu participación en la sociedad, menor riesgo de discapacidad se tiene”, explica. “Particularmente en España, la participación se lleva a cabo en las comunidades más inmediatas que se generan en los barrios. Hay que cuidar estos entornos y favorecer los espacios donde los mayores participen. Las tertulias en el banco es una actividad espontánea y muy nuestra que seguro mejora la vitalidad en la tercera edad”, prosigue. “Para ser conscientes del valor de estas personas, no debemos olvidar que es una generación que creció bajo la dictadura de Franco, que han tenido una enorme depresión política y social a lo largo de sus vidas. Deberíamos tratarles con especial cuidado y que pudieran relatar su memoria histórica, tal y como hacen en sus pequeñas tertulias del banco”, sentencia.

El fresco empieza a subir por los tobillos al aire de las señoras. Es la hora en la que los niños juegan en la calle y los adolescentes se esconden en los portales abrazando con torpeza a su primer amor. Unos balonazos en las paredes de la plaza —que finalmente Juan José descubrió que se llamaba Centenario Atlético de Madrid—parecen campanadas que indican la hora de cenar. Loli Molis, de 74 años, llega cuando todas están a punto de partir, al tiempo que un vecino se acerca para regalarles romero. “¡Todas a quemarlo y echarlo por la casa!”, dice Loli. “Romerito, romero… Que se vaya lo malo y que entre lo bueno”, canta Pepa. Kika y María hacen un ademán de levantarse, pero Rafi las detiene, y pregunta:

—¿Habéis estado alguna vez en una playa nudista?

Loli, con su ramo de romero.
Loli, con su ramo de romero. DAVID EXPÓSITO

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