La vida de barro de Pili hasta que se topó con su asesina
Hija de la migración a Madrid desde los pueblos de interior, trabajadora en primera línea de la lucha por los derechos laborales y cuidadora hasta el final, a Pili no la define cómo murió, sino como vivió
Pilar Moreno resumía con una frase hecha toda una vida en la que caben muchas al mismo tiempo: “Nosotros venimos del barro...”. La de la huérfana de padre y con una madre que sacó adelante a sus cuatro hijos sola en la España franquista. La de una familia que llegó a Madrid en busca de una oportunidad de prosperar y se instaló en una chabola. La de la mujer trabajadora en una época en la que el destino de la mayoría de la población femenina era casarse y cuidar de la casa. La de una lesbiana en un tiempo en el que la homosexualidad estaba perseguida. La de una mujer que, como tantas otras, se echó a los hombros el cuidado de su madre hasta sus últimos días. Pilar, Pili para su familia, fue víctima del quinto homicidio en Madrid en este 2023 a manos, presuntamente, de una vecina tras intentar poner orden en las facturas de su comunidad de vecinos. Pero a esta mujer menuda y peleona no la define cómo murió, sino todas esas vidas que cupieron en ella.
Pilar nació en 1954 en Valdeverdeja, un pequeño pueblo de Toledo de unos 500 habitantes. Su madre, Marina Gamonal, se quedó viuda con cuatro hijos en los cincuenta, cuando el más pequeño apenas llegaba a los tres años. “Hacía lo que podía: vender botijos, cal y queso de cabra que compraba en un pueblo cercano, limpiar casas, ayudaba en las matanzas… Pero llegó un momento en el que no daba más de sí y vinimos a Madrid”, cuenta Adolfo, el hermano mayor. Antes de ese traslado, los cuatro hermanos estudiaron internos en el convento de San Pedro Mártir, en el que la Diputación de Toledo costeaba la estancia. “Se le llamaba el asilo, era beneficencia”, señala su hermano Ramiro. Sus amigas Montse Corrochano y Pilar Núñez recuerdan las noches de frío en las que se “acurrucaban para darse calor” y cómo su madre llevaba a Pilar turrón duro y ella lo compartía. En el colegio, ella estaba separada de sus hermanos. “El hecho de haber crecido separados propició que después siempre hayamos estado unidos”, asegura su hermano Javier.
A finales de los sesenta, llegaron a Madrid. Era la década de las migraciones masivas de todas partes de España a la capital. Comenzaron a crecer por toda la periferia poblados chabolistas. Los Moreno encontraron su sitio en Orcasitas. Se calcula que unas 1.300 familias provenientes sobre todo de Castilla-La Mancha y Andalucía hicieron lo mismo que esta familia, llegar a ese precario asentamiento sin asfaltar. De ahí la frase de Pilar: “Que nosotros venimos del barro…”. También se implicó en los activos movimientos vecinales del barrio.
A partir de los ochenta llegaron los realojos en los bloques públicos de viviendas y ellos recibieron una casa de tres habitaciones. Para entonces, los dos hijos mayores ya se habían casado e independizado, así que se instalaron en ella la madre y los dos pequeños, Pilar y Javier. Ella decidió poner un colchón al lado del de su madre porque su salud era delicada. Pilar vivió con ella hasta los 40 años y nunca dejó de estar pendiente de sus hermanos. “Si algo no le parecía bien, no se callaba, era insistente, pero si tenía que pedir perdón, era también la primera”, cuenta Javier. En su casa de Carabanchel, que había acabado de remodelar poco antes de morir, había dejado un lugar especial para sus dos máquinas de coser y también había preparado una habitación para su hermano Ramiro, que vive fuera de Madrid. Incluso puso su nombre en el buzón. “Nos quedábamos por la noche en el sofá, viendo la tele y ella se quedaba siempre dormida. Yo me reía y le decía: ‘Ya te has echado la siesta de antes de dormir, Pili”, indica Ramiro.
Hablaba todos los días con multitud de familiares y amigos. El mensaje de buenos días y buenas noches a la familia, la hora y media de conversación diaria con sus amigas y ¡ay si se enteraba de que a alguien le dolía algo! Entonces estaba encima de esa persona hasta que le confirmaba que ya estaba bien. En esa lista de prioridades, sus sobrinos, incluidos los políticos, ocupaban el primer lugar. “Era capaz de hacerte sentir bien en cualquier momento”, asegura su sobrina Esther. “Dicen que me parezco a ella, chiquitita, pero peleona”, apunta otra, Silvia. “Ella nos unía a todos, era el núcleo”, recalca Javier, el hermano de estas. “Siempre pendiente de todos”, indica su sobrina política Marina. “Dedicada en cuerpo y alma”, secunda Marga, otra familiar política.
Pilar Moreno se convirtió en una mujer económicamente independiente en una época en la que el destino les deparaba una boda o un embarazo. La contrataron en Induyco, la empresa textil que elaboraba las prendas de ropa de las marcas propias de El Corte Inglés. Allí estuvo 40 años, primero como costurera y luego se sacó el curso de patronaje. Esta empresa de mayoría femenina se convirtió en el símbolo de la lucha por los derechos laborales en la época de la Transición. Sus empleadas protagonizaron una sonada huelga de mes y medio, cuando aún no existía este derecho, para exigir mejoras laborales, como una guardería o la readmisión de compañeras despedidas. “Nos llamaban las niñas. A las que más nos significábamos nos mandaron a los llamados centros de castigo, fábricas alejadas del centro. Cuando volvimos a la sede principal, temíamos por el recibimiento. Pili fue una de las que enseguida se acercó a mi puesto de trabajo como muestra de apoyo”, rememora Soledad Pérez, una de sus excompañeras.
En esa fábrica se sucedían filas eternas de mujeres trabajando a destajo. Beatriz Blázquez destaca de Pilar su enorme perfeccionismo. “Siento que mi vida es paralela a la suya. Estábamos siempre una al lado de la otra y recuerdo una vez que nos pegamos toda una jornada recitando las capitales de todos los países africanos y cuando acabamos, nos pusimos a cantar”, relata Goyi de la Calle, una de sus mejores amigas. Con ellas y con otra excompañera, Carmen Bogas, acudió a una de las últimas manifestaciones por la sanidad pública, la última vez que se vieron todas juntas. La lucha social las seguía uniendo tantas décadas después de aquellas protestas en las que gritaban frente a El Corte Inglés de Preciados o hacían asambleas dentro de las iglesias. También se sacó el carnet de conducir. “Íbamos por la ciudad y los hombres nos pitaban y nos decían que nos fuéramos a fregar”, recuerda Mari Carmen García, la vecina de abajo de la casa familiar en Orcasitas.
En los años ochenta, las franquicias aún no habían llegado a Gran Vía, 13 cines y otras tantas discotecas eran el lugar de peregrinación de jóvenes de toda la ciudad.En la ya desaparecida discoteca J&J, ubicada en el palacio de la Prensa, fue donde Pilar conoció a Charo, que acabaría convirtiéndose en su cuñada cuando se casó con su hermano pequeño. “Ella era una enamorada de Madrid, le encantaba el bullicio, decía que si pudiera viviría en Gran Vía”, cuenta Charo. Hicieron pandilla y junto a ella y otros amigos y familiares, Pilar se sacó el graduado escolar. A mediados de esa década, cerca del 80% de la población adulta carecía de este título que hoy equivaldría a la Educación Secundaria Obligatoria. Allí conoció a su amiga Ana Díaz, de la que ya nunca se separó: “He podido contar con ella en los peores momentos”.
Isabel fue su pareja de toda la vida, a la que acompañó en todo momento hasta el final de su enfermedad. Vivían su condición sexual de forma natural, pero sin hacer de ello una bandera. Nunca se casaron y Pilar tampoco mostró nunca interés por la maternidad. “Yo tengo 47 años, ni me he casado ni tengo hijos y no siento que sea un fracaso porque, como mujer, he tenido el ejemplo de mi tía que eligió vivir así, y yo lo veía normal”, defiende Ana, su sobrina mayor, para la que Pilar era también su confidente. “ Para su sobrino Víctor, su tía también supuso una puerta que su padre y sus tíos varones nunca le han abierto del todo: “Cuando íbamos juntos al pueblo, para mí esos viajes eran mágicos, porque ella sí me explicaba de dónde viene la familia, de donde vengo yo”. “La conciencia de clase era algo que mi tía siempre transmitía. Fui el primer familiar que pudo ir a la universidad y recuerdo su ilusión. Pensábamos que los Moreno tenemos barro en las suelas y que vamos dejando esta huella con orgullo”, añade su sobrino Adolfo.
Las reuniones familiares eran su debilidad, además de su cumpleaños, el 6 de diciembre, celebraba su santo, el 12 de octubre. A veces, se autorregalaba caprichos y sus parientes empezaron a imitarla. “A eso le llamamos hacerse un tía Pili”, bromea su sobrino Carlos. Con una fijación por la limpieza casi obsesiva, su gesto más característico era el de limpiar las cucharillas y el borde de los vasos en los bares. Sus allegados revisan sus últimos mensajes de WhatsApp una y otra vez.Su cuñada Carmen resume su recuerdo: “Nos enseñó a decir te quiero”.
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