El desembarco de 20.000 albaneses en Bari, el numen de la colección del pintor Pedro Cano
Después de 30 años del desembarco del buque Vlora, el murciano presenta una veintena de cuadros que ahondan en los flujos migratorios y la identidad
En la memoria del pintor Pedro Cano permanece el recuerdo de las imágenes de casi 20.000 refugiados albaneses que llegaron a las calles de Bari. Fue el 8 agosto de 1991 cuando el buque Vlora atracó en el puerto de la ciudad italiana. Las imágenes del desembarco impactaron al murciano, que por aquella época residía en Roma.
De su afán por contar la historia de aquellos que recorrieron los más de 200 kilómetros que separan las costas italianas del puerto de Durrës (Albania) surge Identidad en tránsito, una serie de 20 óleos de gran formato que ha inaugurado en la Casa de la Panadería de Madrid. La muestra se exhibió por primera vez en las Termas de Diocleciano en Roma en 2008 y posteriormente se instaló en el Palazzo Vecchio de Florencia. Después de 30 años del desembarco, Cano admite que “la situación migratoria es mucho peor porque las guerras empujan a las personas a huir de sus casas”.
El muro de Berlín había caído hacía dos años y la descomposición de la antigua Yugoslavia se estaba gestando. Miles de personas decidieron huir de un país aislado durante décadas, donde la transición del socialismo al capitalismo acababa de empezar y los ciudadanos sufrían las consecuencias de la crisis económica y social.
La desesperación de los albaneses que consiguieron subirse a la nave se reflejaba en las imágenes que Cano veía en las noticias. La cubierta de la embarcación era invisible. El manto de pasajeros que se subían a los mástiles y las maromas teñía la superficie del buque mercantil. “No sabían qué hacer con ellos. Metieron a la gente en un campo de futbol. Se habló de que la gente se había escapado y devolvieron a 12.000 personas”, recuerda el artista a sus 77 años.
A la salida del metro, entre la muchedumbre, Cano se preguntaba: “¿Habrá aquí alguien del Vlora?”. A través de sus cuadros, el murciano ahonda en la incógnita de aquellas personas de espaldas que transportan con ellos un universo desconocido: “¿Qué ilusiones y tragedias encierran?”.
El artista garabateó lo ocurrido en diseños en blanco y negro, que posteriormente convirtió en lienzos de 200 por 140 centímetros iluminados por su particular paleta de colores con tonos ocres, grises y marrones que reproducen una atmósfera sofocante y terrosa.
Las figuras solitarias impregnan los lienzos de dimensiones verticales y colores neutros, que transmiten una sensación envolvente: “Quería que el espíritu de la soledad y la dificultad quedara reflejado en la composición”. Hay hombres sin camisa y mujeres con vestidos ligeros que recuerdan los calurosos veranos en Roma. En uno de los cuadros aparece una mujer ataviada con un vestido blanco entre los edificios de la ciudad. Algunos llevan bolsas, montan en bicicleta o cargan maderas.
El artista se inspira en la espera de la gente que está durmiendo en las fronteras para poder saltar a partir de la historia de las migraciones, el trabajo, las personas que cargan con otras en las evacuaciones, y la bicicleta en homenaje a la película Ladrón de bicicletas (1984) de Vittorio De Sica. Sus anteriores obras pictóricas imitan los paisajes de las costas del mar Mediterráneo en la época de los romanos, fenicios y griegos.
La creación sobre papel, agua y acuarela transmite la ligereza y suavidad de su propio lenguaje. El grueso de las obras expuestas en esta galería son óleos, a excepción de los cuadros más menudos en los que ha utilizado acuarelas, una pasión que acentuó en Nueva York, donde residió cinco años. Cuando volvió a España, el artista seguía conservando su esencia: “Nunca he perdido el contacto con mi tierra”.
Desde una pequeña localidad de poco más de 6.000 habitantes a orillas del río Segura, Blanca (Murcia), se trasladó a Madrid para estudiar Bellas Artes en 1965. Posteriormente, se instaló en Italia, donde desarrolló su carrera profesional gracias a una beca de la Academia de España en Roma. Pero, su curiosidad por conocer nuevos horizontes lo impulsó a viajar por todo el mundo.
Durante sus más de 55 años de carrera profesional, ha viajado por lugares como Siria, Egipto o Libia. El pintor guarda sus diarios de viajes en los que presenta la luz y las texturas de múltiples paisajes. La Fundación Pedro Cano, el museo creado por él y su familia en su Blanca natal, acoge más de 1.000 obras. Entre ellas, sus primeros cuadernos, su trabajo en Tanzania (Marruecos) y en Croacia. Sin embargo, el lugar donde asegura que se iría mañana es la isla griega de Patmos, que visitaba asiduamente durante el otoño para disfrutar de la gente del pueblo y donde asegura que el tiempo es circular. “Yo sigo siendo un hombre de pueblo, pero he tenido la suerte de poder acercarme al mundo y a la gente. Ese es el sentido que tiene mi vida hoy”, concluye.
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