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a mi bola
Columna
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Escribiendo...

Personas mayores intentando darse de baja de lo que sea y que resulte imposible porque solo lo puedes hacer ‘online’ o por teléfono

Las manos de una persona mayor sujetan un móvil.
Las manos de una persona mayor sujetan un móvil.
Asaari Bibang

Ayer recibí una notificación desde una página de recogida de firmas. La notificación llevaba por título: APARTADO. Así, en mayúsculas. Fue lo primero que vi. Lo siguiente que vi fue mi nombre junto al emoticono de una cara triste. Es muy efectivo lo de comenzar una comunicación con el nombre de uno. Te pone alerta. Sabes que es una carta genérica, pero el ver tu nombre encabezándola te coloca en un espacio emocional que considera que esas palabras son para ti. Y así lo hice. “Asaari, mi nombre es José y soy un hombre de 78 años”, comenzaba. En la carta, José compartía que se siente apartado por el mundo digital. ¡Y no me sorprende!

Todos hemos visto a personas mayores frente a un cajero pidiendo ayuda sin entender absolutamente nada, porque le dicen “eso se hace por el cajero” a una señora de 80 años que todavía usa la cartilla. Cosas curiosas como que las citas del médico te llegan principalmente por un mensaje al teléfono, sin caer en que los que más van al médico a veces no lo saben mirar. Personas mayores intentando darse de baja de lo que sea y que resulte imposible, porque solo lo puedes hacer online o por teléfono con una máquina. ¡Si hasta a mí se me hace bola!

La diferencia es que yo he escuchado música en casete, he tenido un walkman, un mp3, mp4, ipod, ordenador, portátil y tableta. Hemos tenido pistas para saber que esto iba a ser así y hemos tenido algo de tiempo para adaptarnos. Pero, hay personas a las que todo esto les ha venido de golpe, sin alternativa.

De repente, necesitan ayuda para controlar sus ahorros, en una edad en la que toda su obsesión es “no molestar”, para acabar siendo testigos de cómo algo que se supone que es para mejorar nuestras vidas acaba mermando su independencia. Los que tienen hijos o nietos que se lo hagan, pero no olvidemos que hay personas de esa edad que no tienen a nadie. Aun así, se esfuerzan, se apuntan a clases de informática y aprenden a usar el WhatsApp o se hacen Facebook, como mi amiga Pilar, que tiene 77 años y me muero cada vez que me deja un comentario junto a un corazón.

Recuerdo, durante la pandemia, sus caras bellas y emocionadas en la pantalla de una tableta, un “cacharro” que aprendieron a usar porque “¿qué no hace uno por los hijos y los nietos?”, declaraba una abuela en un reportaje. Son los que más han visto cambiar el mundo sin luz, ni televisión, ni asfalto, ni ordenadores, y se han adaptado a lo que para ellos era poco más que ciencia ficción. Y no critico los progresos en la tecnología, ni el mundo digital, para nada. Solo reflexiono sobre la paradoja de todos los avances, que dejan a tantas personas atrás.

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