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La muerte lenta de un centro de salud de Vallecas

El Vicente Soldevilla solo tiene nueve de los 16 médicos que debería y la cifra cambia cada día: el lunes por la mañana tuvieron que avisar de que no había profesionales en el turno de tarde

Los vecinos de Vallecas se concentran frente al centro de salud Vicente Soldevilla por la falta de recursos, el 15 de noviembre de 2021.
Los vecinos de Vallecas se concentran frente al centro de salud Vicente Soldevilla por la falta de recursos, el 15 de noviembre de 2021.INMA FLORES
Isabel Valdés

El pasado viernes, una mujer entró llorando a la consulta de su médico de familia, Daniel García.

—He pedido cita después de mucho tiempo porque no puedo seguir guardando más este sufrimiento dentro—, le dijo.

García cuenta al teléfono que ese momento fue uno de los muchos en los que se da cuenta de que no puede hacer bien su trabajo las dos tardes que cubre en ese centro de salud, esos en los que siente una “enorme impotencia” porque no puede estirar más el tiempo: “Tenía siete pacientes esperando fuera, ¿qué hago? ¿Le digo cuéntamelo en cinco minutos? ¿O vamos a tomarnos el tiempo que haga falta y que esperen los demás?”. Confiesa que “agota”, “frustra” y “golpea”. Se va a casa infinidad de días pensando si esa llamada para una atención a domicilio a la que no pudo acudir era “muy importante”, si a la mañana siguiente debería irse antes, fuera de su horario laboral, para pasar a ver a esa mujer. En esa zona, explica, “hay muchos segundos sin ascensor y mucha gente inmovilizada, encamada”. El distrito al que atiende es Puente de Vallecas, y ese centro, el Vicente Soldevilla. Uno que, aseguran quienes trabajan allí, “muere lentamente” por la falta de recursos.

Berta Herranz se trasladó en enero desde otro consultorio “que colapsó durante la pandemia”, en Parla, a este, que también lo hizo entonces y lo hace ahora. Es la médica que trabaja las otras tres tardes de la semana, por una reducción de jornada. Cuando llegó había “solo” una plaza sin cubrir en el turno de tarde. Eran ocho por la mañana y siete de dos de la tarde a nueve de la noche: “Pero cuando está infradimensionado [hay menos profesionales de los que son necesarios según la población atendida], con que falte uno basta para ir sobrecargándote”.

Con los meses, la plantilla se fue quedando en el chasis: bajas por embarazo de riesgo, bajas por ansiedad y renuncias. “Gente que llevaba 15, seis o tres años por la tarde y que ya no podía más”, chasquea la lengua Herranz. El verano tensó aún más la plantilla. En septiembre ya solo eran cuatro por la tarde y hubo alguna baja por la mañana. A principios de noviembre, quedaban cinco en el primer turno y dos en el segundo.

Empezaron a colgar cartulinas para avisar a la población del número de médicos que había: “Por ello, más demora y peor calidad, se priorizan atenciones urgentes. Reclamaciones: Comunidad de Madrid”. La Dirección Asistencial les ordenó retirarlos “por motivos políticos”. Hace unos días, ya únicamente iba a quedar uno, y con uno “no se puede citar a pacientes”, explica Herranz, con lo cual, el Soldevilla se quedaba sin atención médica asistencial de tarde: “Estás en el centro para ver lo que llega urgente, pero es imposible pasar consulta, porque un solo médico no puede atender de ninguna manera el cupo de los siete que faltan”. Eso implica entre 1.700 y 1.800 por cada facultativo, es decir, de 11.900 a 12.600 pacientes.

Este domingo, la situación llevó a que la Gerencia Asistencial de Atención Primaria les enviara un cartel para colgar en la puerta del centro: “En el momento actual, condicionado por diferentes factores de recursos humanos, este centro de salud no dispone de médicos de familia en el turno de tarde”. Este mismo lunes, cuenta Herranz, les informaron de que habían “contratado a dos médicos y a un refuerzo de cuatro horas por la tarde”. Solamente fue uno. Aun así, siguen siendo muy pocos: nueve más el refuerzo de 16. “Y cambia cada día, es una incertidumbre total”, matiza.

¿Cómo se van a organizar? Por un lado, se han movido algunos cupos de la tarde a la mañana, con la consiguiente carga de trabajo añadida para ese turno. Por otro, la médica explica que la decisión es perder algunos días las agendas nominales, es decir, que habrá dos días en semana que funcionen por citas “no demorables”, todos verán lo más urgente, y los otros tres días de la semana pasarán consulta a sus pacientes: “Se prioriza la inmediatez, no conoces a quien atiendes, y así se pierde una de las cosas más básicas de la primaria, la longitudinalidad [el seguimiento de los problemas de salud de los pacientes por el mismo profesional]. Esto es la gestión de la miseria”. Eso, añade García, el especialista, produce “más y más sobrecarga” en el resto de la plantilla del centro de salud, “que no son solo los médicos”.

Concentración frente al centro de salud Vicente Soldevilla, en Vallecas, por la falta de médicos, el 15 de noviembre de 2021.
Concentración frente al centro de salud Vicente Soldevilla, en Vallecas, por la falta de médicos, el 15 de noviembre de 2021. INMA FLORES

Rhut Cristóbal —”con la h antes de la u, aunque parezca raro”— es enfermera del Soldevilla. Ese equipo está al completo, siete por la tarde y ocho por la mañana: “Pero si no hay médicos, hay muchas funciones que no podemos hacer y otras que quieren que asumamos, pero que no podemos porque no es nuestro trabajo”. Explica que ella puede hacer la atención y los cuidados a un crónico diabético, por ejemplo, “pero no cambiarle la medicación si lo necesita”. Y si se encuentra con un hipertenso en una crisis, no puede solucionarlo con la medicación necesaria si no hay un facultativo. “Sobrevivimos como podemos y no podemos estar medicándonos para venir a trabajar, sin poder dormir, jugándote la salud de los pacientes, que esto no es una empresa de tapones que cierran mal o bien, son personas”. Y esas personas “están además cabreadas”.

Cuenta la enfermera que, a veces, los enfermos acaban desesperados por las esperas y la falta de atención: “Nos insultan, hay que llamar a la policía, con un temor que no es normal, y es por zonas, y eso también se tiene que visibilizar, que la salud no es igual para todos en la Comunidad de Madrid, si vives en el sur estás fastidiado”. El último informe del observatorio de agresiones a los profesionales de la Organización Médica Colegial de España, del pasado marzo, reflejó que la pandemia había aumentado las agresiones en forma de insultos y amenazas, “especialmente a médicas de atención primaria”.

Ese enfado, que llega a las consultas, pasa antes por lo que supone la puerta de entrada, literal y metafórica, al centro de salud: el personal de Administración. Sebastián Gozalo es uno de esos profesionales en el Soldevilla, donde hay otros ocho de esa categoría y dos celadores. Cuando coge el teléfono, el lunes por la tarde, ha dejado a un compañero “discutiendo con una paciente”.

El ambiente “está tenso”, asegura, y cree que la población a veces los ve como “enemigos”: “Pero intentamos dar solución a algo que no está en nuestra mano, intentas dirigir algo que está a la deriva, organizar agendas que no se pueden organizar porque no tienen ni un hueco y te llevas malas contestaciones, improperios y agresiones, es insostenible a veces”. Su trabajo ya no es la gestión, “sino hacer de trileros para intentar dar una cita que no sea en 10 o 15 días”. Lleva 25 años trabajando y siete en ese centro de salud: “Y nunca ha estado como hasta ahora, todo el mundo intentando recuperar lo pendiente de la pandemia, el tiempo perdido, pero es imposible con lo que hay”.

Por la tarde, este lunes, unas cuantas decenas de esos vecinos se concentraron en la puerta del centro. Para ellos también es “insostenible”, dice María José García, vallecana, enfermera de ese mismo consultorio hasta hace tres años, que se jubiló, y ahora parte de la asociación de vecinos del distrito.

“¿Por qué perdemos una atención primaria con la que estábamos satisfechos? No lo entendemos, hay un poco de sentimiento de rabia y casi también de impotencia, de que no vale o vale para muy poco que protestes”, relata García mientras termina de hacer unos recados antes de marcharse a la concentración. Cuando se despide, tras un rato al teléfono, apunta una última cosa: “Y miedo, también hay un poco de miedo, si no hay atención primaria y no tenemos un seguro privado, porque hay mucha gente que no se lo puede pagar, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿Quién nos va a cuidar?”.

Una situación especialmente "caótica"

Aunque en Madrid la situación de la atención primaria es delicada –es la comunidad que menos invierte en este primer escalón de la sanidad, tiene un déficit estructural de más de un millar de profesionales y la propia Consejería de Sanidad es consciente de la precarización–, la de este centro es “especialmente caótica”, arguye Concha Herranz, la portavoz de atención primaria de UGT en Madrid. “¿Por qué? Porque hay una dificultad clara para gestionar los turnos deslizantes [turnos que puedan cambiarse de mañana, tarde y los que van de mitad de 11.00 a 18.00], porque no hay espacio físico para hacerlo y si no lo hay no se cabe, y esos turnos son la manera de conciliar”.

Aunque en el propio edificio del centro de salud se ubica también un centro de especialidades, “con consultas y lugares vacíos”, asegura Herranz, “no ha habido forma de un acuerdo para ceder esos espacios”. Las tardes son los turnos más difíciles de cubrir y las circunstancias de este centro han provocado, en parte, las renuncias y las bajas. Pero no es el único motivo, las condiciones laborales de los profesionales, en general, “están haciendo que muchos acaben yéndose del sistema público o a otros sistemas públicos de otras autonomías”. Otros sindicatos y organizaciones, como la Asociación de Médicos y Titulados Superiores, también se han pronunciado por las condiciones del Soldevilla. Este lunes, desde Amyts informaban que su asesoría jurídica “está trabajando en todas las vías para demandar este caso crítico”. 

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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