¿Y si todos dimitimos?
Hay trabajos que te consumen poco a poco, que te matan la salud y que te roban el alma como un dementor


La calle estaba en silencio. Ni coches quemando carburante, ni sirenas, ni sonidos de pasos de peatones llegando tarde. Los vagones del metro vacíos se deslizaban fatigosamente por las vías como partes de una oruga metálica iluminada por dentro. No había maletines ni mochilas ni máscaras de hastío sobre el verdadero rostro de los humanos que vivimos en Madrid. Y en medio de todo ese silencio oí un rumor: eran mis pensamientos que empezaban a abrirse como capullos de flores con un crujir terso y delicado. Cuando el mundo dejó de oírse, empecé a oírme a mí misma.
Por supuesto, el párrafo de arriba es ficción. Madrid sigue rugiendo. El tráfico es un coágulo en todas arterias de la capital que no deja de crecer mientras escupe centenares de metros cúbicos de dióxido de carbono. Pero el año pasado, durante unos meses, esa ficción fue una realidad. Y ese otro mundo, marcado por una pandemia mortal, fue a la vez traumático y liberador. Tuvo el poder de desencajar del eje la vida que habíamos mantenido hasta entonces y permitió a millones de personas repensar la que querían tener a partir de ahora.
En algunos lugares, al extinguirse la pandemia, se extinguieron también las posibilidades de cualquier cambio. El mundo volvió a la vida y se hizo más terrorífico y hostil. Pero en otros, hay personas que han dicho basta. En agosto de 2021, una cifra récord de trabajadores renunciaron a sus trabajos en Estados Unidos: 4,3 millones de personas decidieron que dimitían. Que no iban más a trabajar. Que ahí te quedabas, colega, con tu mísero salario y sin pagarme las horas extra. Los estadounidenses, que ponen nombre grandiosos a todo, han decidido llamar esta época The great resignation. Es decir, la gran dimisión.
Según el departamento de Trabajo de EE UU, ahora mismo hay 10 millones de puestos sin cubrir. La mayoría son puestos de hostelería, transportes y atención al cliente, pero también hay oficinistas. Los empresarios empiezan a tener pesadillas, se les aprieta un poco más el nudo de la corbata y, encima, se ven en una que no se han imaginado en la vida: subiendo sueldos. Si no encuentro a nadie que trabaje por 15 dólares la hora, tendré que empezar a ofrecer 20. Es el mercado, amigo. Pero lo que de verdad les preocupa es que la gran dimisión acabe siendo un gran cambio de mentalidad. Si todos los trabajadores empiezan a valorar su tiempo, su familia, su vida y a colocarse a sí mismos por encima de su trabajo, no habrá manera de explotarlos.
Hay trabajos que te consumen poco a poco, que te matan la salud y que te roban el alma como un dementor. Esos trabajos han moldeado nuestra vida y también las ciudades en las que vivimos. ¿Tienen sentido las grandes capitales y sus oficinas si nadie quiere ir a ellas? ¿Qué sería de Madrid, sus torres acristaladas y sus polígonos, si todos dimitimos? A lo mejor no es el momento de dimitir. Pero sí el empezar a escucharse pensar.
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