Cesc Gelabert: “Para mí un bailarín no es uno que sube y baja la pierna”
Más de cincuenta años de escenario avalan al bailarín y coreógrafo catalán que esta noche presenta ‘Framing Time’, en Teatros del Canal
Elegancia es una palabra que más temprano que tarde aflora si se habla de Cesc Gelabert (Barcelona, 1953). La destila cuando baila. Le sale cuando habla, con esa serenidad y elocuencia que le son características. Cuando camina, cuando gesticula, cuando posa para la foto… a lo mejor es innata, pero resulta más bonito creer que se la ha dado la danza, después de cincuenta años totalmente sumergido en ella.
En el último medio siglo no solamente se ha dedicado a afianzarla y difundirla dentro y fuera del país. La ha cultivado como bailarín y coreógrafo, principalmente desde Gelabert/Azzopardi, compañía que encabeza la lista de las pioneras. También la ha pensado y ha terminado por crear su propia definición, que repite como un mantra a todo aquel que quiera escucharle: “La danza es habitar el cuerpo con el corazón y la mente”.
Ya no hay compañía, pero él sigue activo en producciones ajenas donde se involucra con la misma pasión que puso a las suyas. Framing Time entre ellas. La estrenó en Nueva York, en 2018, arropado por Baryshnikov. La llevó al Festival Grec al año siguiente y la ha retomado ahora. El pasado fin de semana la bailó en el Mercat de les Flors, de Barcelona, y hoy y mañana, estará en Teatros del Canal, de Madrid. Puede que sea una ocasión única pues es difícil ponerla a girar, dado los compromisos de los artistas involucrados en esta propuesta que se gestó en el Baryshnikov Arts Center (BAC).
En el germen de este proyecto no estaban ni él ni la danza. El iluminador Bruke Brown hizo una instalación lumínica para un concierto, en el que el pianista serbio Pedja Muzijevi interpretaba Triadic Memories, del compositor minimalista Martin Feldman (1926-1987). Comentaron a Mikhail Baryhnikov lo enriquecedor que sería repetirlo con danza, y no tardó en salir el nombre de Cesc Gelabert, que ya había colaborado en otras ocasiones con la estrella rusa. Y a él enseguida le entusiasmó la idea de hacer sitio a la danza dentro de una experiencia que ya era musical y plástica.
“El esfuerzo más brutal de la coreografía viene de la música. Es muy compleja”, explica. “El pianista durante la representación lee la partitura pero yo no. He tenido que recordarla, y ahora ya me sale porque esto funciona como la memoria del actor. Son sonoridades que se repiten y aunque parecen iguales están llenas de variaciones y sutilezas. Esta música es como si se parara el tiempo, es como una meditación, una invitación al público a entrar en su universo”.
La idea de meter a la audiencia en un mundo diseñado desde la sensibilidad artística, entablar comunicación con el público desde allí, es algo que siempre ha fascinado a Gelabert. “Con los años siento que me tomo más tiempo para estar con el público, no me refiero a un diálogo literal aunque es evidente que no es lo mismo hablar con este jarrón chino”, dice señalándolo, “que con gente. Tampoco quiero incomodar ni interpelar al público, es más bien sentir que comparto con ellos el momento. Me interesa ofrecerles mi presencia, ser transparente”.
Sabiduría
Cincuenta años de escenarios afinan las ideas y procuran sabiduría. “Lo más importante para mí es que tengo un modelo de bailarín. Balanchine decía que solamente escogía a aquellos que necesitaban bailar. Para mí un bailarín no es uno que sube y baja la pierna, sino uno que entiende, que profundiza. Un bailarín es el que trabaja en una propuesta que no le gusta ni le va bien, y la hace suya, hace que funcione”.
Pero cinco décadas en esto también produce desgaste porque, tristemente, danza y dificultades siempre han ido de la mano. Sobre todo si se está al frente de una compañía. “En este momento Lydia [Azzopardi] y yo no queremos producir más obras. Son muchos años produciendo espectáculos y ya no tengo ganas ni energía. He tenido suerte, he podido desarrollar una carrera larga y he hecho ya muchos espectáculos, pero sigo dispuesto a bailar, a asociarme, a participar en proyectos como este”.
Y como otros de muy distinta naturaleza. Acaba de ofrecer un taller de movimiento para el Colegio de Enfermeras y Enfermeros de Barcelona. Este fin de semana próximo volverá a bailar Soliloquios en la Fira Mediterrània de Manresa, un espectáculo originalmente ideado por el creador vasco Jon Maya para el Museo de la Universidad de Navarra (MUN) y en noviembre ha sido invitado a retomar uno de los unipersonales del precursor alemán Gerhard Bohner que reconstruyó hace algunos años. Será con motivo de la exposición Nothing To See Ness, de la Akademie der Künste, de Berlín, en la que se exploran las posibilidades expresivas del color blanco, el vacío y el silencio en el arte contemporáneo. Así son los proyectos en los que a Cesc Gelabert le gusta involucrarse ahora.
“Para nada echo de menos la parte de productor. Sin embargo, estar con los bailarines es algo de lo que tengo muy buenos recuerdos. Ese contacto sí que lo echo en falta, pero lo que no quiero es trabajar mal, tener a la gente en condiciones inapropiadas”, dice con un aire de nostalgia, quizá de tristeza. Pero, desde luego, sin perder la elegancia.
Cuándo: El 13 y el 14 de octubre. Dónde: Teatros del Canal (Calle de Cea Bermúdez, 1). Precio: a partir de 9 euros.
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