Busquemos siete ponentes
La clase política que padecemos hoy es ágrafa, incapaz de improvisar una cita literaria y utiliza un vocabulario paupérrimo
Supongamos que hace falta reformar la Constitución ahora mismo.
Los siete ponentes de 1978 desarrollaron un trabajo impagable. (De hecho, no se les pagó). Recuerdo la visceralidad del derechista Manuel Fraga, ministro con Franco, de posiciones duras pero al cabo gran negociador, y le imagino disertando ante sus compañeros con sus conocimientos de catedrático de Derecho Constitucional, de Derecho Político y de Teoría del Estado; y discutiendo sobre fiscalidad o mercados, porque se licenció en Ciencias Políticas y Económicas. Además cursó la carrera diplomática. Hablaba inglés y había sido embajador en Londres. Publicó más de un centenar de libros, muchos de ellos sobre sus especialidades académicas. Contaba sin duda con el respeto intelectual de Gregorio Peces Barba, del PSOE, a su vez licenciado en Derecho Comparado por la universidad de Estrasburgo, catedrático de Filosofía del Derecho en la Complutense. Con ellos hablaría de igual a igual Jordi Solé Tura, comunista, profesor de Derecho Constitucional, que ya había publicado Política internacional y conflictos de clases (1974), así como decenas de artículos de fondo en la prensa española. Y no se sentiría lejano a los tres Miguel Herrero de Miñón, licenciado en Filosofía y Letras y doctorado en Derecho, que había logrado en oposición el puesto de Letrado del Consejo de Estado. Tampoco les bajaría la mirada el centrista José Pedro Pérez Llorca, diplomático de carrera, que estudió con beca en las universidades de Friburgo, Múnich y Londres. Hablaba inglés, francés y alemán, y había ganado por oposición la plaza de letrado de las Cortes. Gabriel Cisneros, de UCD, licenciado en Derecho, no necesitaba, igualmente, vivir de la política: había ingresado por oposición en el Cuerpo General Técnico de la Administración Civil del Estado. Y completaba el septeto el nacionalista Miquel Roca, profesor de Derecho Político y de Derecho Internacional en la Universidad de Barcelona y abogado.
Sabido todo eso (muy resumido), formemos ahora la ponencia de hoy en día. Busquemos diputados de esa altura intelectual y académica, y de esa independencia vital. Denme los nombres, por favor.
Poco después, Madrid tuvo como primer presidente a Joaquín Leguina, doctor en Económicas, demógrafo por la universidad de La Sorbona, estadístico, funcionario del INE, novelista de éxito, autor de más de veinte libros de ficción y de ensayo. En el Ayuntamiento gobernaba Enrique Tierno, doctor en Derecho y en Filosofía, catedrático de Derecho Político, que escribió una treintena de obras sobre filosofía, política o literatura, y que fue capaz de hablarle en latín a Juan Pablo II cuando lo recibió en Madrid.
Apenas argumenta; algunos firman libros que no han escrito y presumen de títulos que no se han ganado.
De entonces hasta ahora, la calidad de la clase política ha ido descendiendo peldaños. La que padecemos hoy es ágrafa, incapaz de improvisar una cita literaria, utiliza un vocabulario paupérrimo y apenas argumenta; algunos firman libros que no han escrito y presumen de títulos que no se han ganado.
En el ámbito madrileño, sólo el catedrático y exrector Ángel Gabilondo, autor de una quincena de libros de ensayo, filosofía o lenguaje, doctor honoris causa en Chile y México, habría recuperado aquel nivel.
A lo mejor por eso nos parecía de otra época.
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