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Un nuevo encinar para la ciudad

Se acaba de abrir el ‘entorno del meteorológico’, un paraje que ha permanecido cerrado durante muchos años en la parte sureste del Retiro

Zona de encinar del entorno del meteorológico, en el parque del Retiro. ANTONELLO DELLANOTTE
Zona de encinar del entorno del meteorológico, en el parque del Retiro. ANTONELLO DELLANOTTE
Eduardo Barba

Los jardines del Buen Retiro son como una muñeca matrioska rusa. Aparentemente, muestran una sola imagen de conjunto, pero a medida que vas internándote en ellos y aprendiendo su historia, aparecen más y más espacios dentro. Por eso puede que sea más apropiado hablar de “jardines” que de “parque”. Muchos rincones del Retiro guardan una estética diferente al entorno que les rodea. No hay más que pasear por la rosaleda, el parterre o el Bosque del Recuerdo para comprobarlo. Cada uno de estos lugares es fruto de una época distinta y de unas necesidades específicas. Así, la rosaleda surge para mostrar las novedades de esta flor tan popular, y asegurarse de cómo será la adaptación a las condiciones de clima y cultivo de la ciudad de cada variedad de rosa. El parterre, para servir de telón de fondo a la corte y sus fastos, un espacio teatral donde poder pasear y dejarse ver. O, como en el caso del Bosque del Recuerdo, un sitio donde honrar la memoria de inocentes asesinados.

Fresa mostrando su flor y fruto. ANTONELLO DELLANOTTE
Fresa mostrando su flor y fruto. ANTONELLO DELLANOTTE

En la parte sureste del Retiro se acaba de abrir un paraje que ha permanecido cerrado durante muchos años. Se trata del entorno del meteorológico, llamado así por encontrarse en este terreno varios edificios de la Agencia Estatal de Meteorología. Es un jardín con dos zonas diferenciadas: una parte con praderas y arbolado creciendo en ellas, de carácter paisajista, y otra con un trazado de estilo isabelino, con sendas sinuosas y plantas tapizantes y arbustivas. La encina (Quercusilex) domina con sus sombras este espacio, un motivo de enhorabuena, por ser nuestro árbol mediterráneo por antonomasia. Este encinar urbano tiene su origen después de la Guerra de Independencia. La plantación se la debemos a la saga familiar y jardinera de los Boutelou, como nos recuerda uno de los carteles informativos instalados al pie de los caminos.

Fruto de su excepcional adaptación al medio, la encina tiene una estética sobria que hay que admirar lentamente y por partes para ser valorada en toda su magnitud.

Fruto de su excepcional adaptación al medio, la encina tiene una estética sobria que hay que admirar lentamente y por partes para ser valorada en toda su magnitud. Así, vemos cómo su tronco adquiere coloraciones negruzcas o grisáceas, con una textura con fisuras muy llamativa. También las hojas gozan de una belleza con mesura, de un color verde oscuro magnífico. Si encontramos una encina de porte pequeño, o nos fijamos en las ramas bajas de un ejemplar adulto, podemos comprobar que esas hojas guardan para nosotros un borde con espinas, para protegerse de los herbívoros que podrían devorarlas. El envés de su lámina foliar tiene un color glauco o ceniciento. Ese tono blanquecino, que es debido a un fino tomento, nos indica que cuenta con una protección extra para evitar la deshidratación, ya que allí se localizan sus estomas. Estos son los agujeritos por donde la planta realiza varias funciones vitales, como la transpiración o la respiración. Las distintas coloraciones del haz y del envés de las hojas proporcionan a su copa un juego de luces y sombras muy atractivo. Para terminar este somero repaso anatómico de la encina, nos fijamos en su fruto, la bellota, que tiene una arquitectura de lo más singular, y atesora unas propiedades nutricionales de gran calidad.

La encina no es la única especie arbórea que crece en este jardín restaurado. También destaca la presencia de almeces (Celtisaustralis) y de árboles del amor (Cercissiliquastrum), así como de algunos olmos (Ulmusminor) o de cedros (Cedrusspp.), con un ejemplar de gran porte. Al pie de ellos se ha realizado una extensa repoblación con plantas tapizantes: la vincapervinca (Vinca minor), de distribución europea y con flores azules de cinco pétalos; la hortensia de invierno (Bergeniacrassifolia), cuya floración rosada se anticipa a la primavera; la hiedra (Hederahelix), la planta trepadora más familiar en nuestro entorno mediterráneo; el geranio silvestre (Geraniumsanguineum), con una floración profusa durante varios meses en primavera y parte del verano; la rosa de Navidad (Helleborusniger), que regala sus flores elegantes en los meses más fríos del año; o los lirios (Iris germanica), una planta clásica que no podía faltar en este tipo de jardín. Pero hay otra tapizante muy especial que ocupa una gran superficie en estas manchas de herbáceas perennes: la fresa silvestre (Fragaria vesca), de flores blancas y frutos pequeños de sabor concentrado y delicado. Los mirlos y otras aves se encargarán gustosamente de extender este fresal por otros jardines del Retiro en los meses venideros.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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