El susto
Se supone que no atropellan a nadie, pero eso, ay, ni queda descartado nunca ni puede sentirlo el instinto
El hombre paseaba por una calle del norte de Madrid, ya caída la noche, repasando absorto los problemas de esa jornada y cómo había logrado resolverlos, imaginando las situaciones del día siguiente y temiendo no estar a la altura…, cuando vio de repente a un pastor alemán que corría hacia él. Se apartó para eludir la previsible embestida, y el animal pasó de largo. El amo del perro llegó al punto y lo paró con una orden. Y aclaró:
—Tranquilo, no hace nada.
A lo que el hombre respondió:
—Sí hace. Asusta.
El sobresalto que se llevó el paseante le aumentó el ritmo cardiaco y lo sacó de sus pensamientos cuando creía haber reunido el ánimo suficiente para sentirse optimista. Esa noche tardó en dormirse.
La disculpa “tranquilo, no hace nada” se oye a menudo en situaciones así. Y en realidad la mayoría de los perros de compañía no causan ningún daño directo a nadie, pero su ímpetu en el correr y hasta en el saludar provoca que el instinto innato de supervivencia le produzca a cualquier ser humano distraído un vuelco en el corazón cuando ve que un magnífico ejemplar se aproxima suelto hacia él.
Ahora al peligro de los perros se suma el de patinetes y bicicletas, que invaden el patrimonio común de los caminantes: las aceras; y pasan junto a ellos como una exhalación. Siuuuu…
Tampoco hacen nada. “Tranquilo, yo controlo”. Se supone que no atropellan a nadie, pero eso, ay, ni queda descartado nunca ni puede sentirlo el instinto de cada cual cuando se lleva un susto.
Se trata de máquinas silenciosas cuya presencia no se anuncia ni con ladridos ni con ruido de motor y que se convierten de pronto en sombras peligrosas que se hacen presentes por la espalda, o en ángulo, en una fracción de segundo en la cual no identificamos su fisonomía concreta sino sólo su silueta indeterminada.
Ahora unos nuevos vehículos han abandonado sus viejos límites y han tomado el lugar de los peatones.
Los patinetes, los patines, las bicis… no nos hacen nada. Tranquilos, no hacen nada.
Pero asustan.
Hubo un tiempo en que la ciudad dividió sus espacios. La carretera, para las ruedas; las aceras, para los zapatos. Los vehículos se diferenciaban con claridad de las personas. Constaban de neumáticos, motor, carrocería o carenado, o de manillar con timbre. Ahora unos nuevos vehículos han abandonado sus viejos límites y han tomado el lugar de los peatones. Tienen por carrocería el cuerpo humano puesto de pie, asentado sobre pequeñas ruedas cuya velocidad amenaza la tranquilidad ajena. Tranquilos, no atropellan, no matan. Solamente asustan, solamente alteran la paz del paseante, interrumpen sus pensamientos, solamente convierten un momento de descanso en un foco de tensión que se prolongará en la indignación del recuerdo, tal vez durante horas. Obligan a vigilar los movimientos ajenos, impiden la reflexión, estropean la calma y nos hacen temer a las sombras.
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